La infame fiesta de los perdedores

Signos

Qué calamidad. Las elecciones generales determinaron, entre otras cosas, que ganara la causa reformista que incluye el Poder Judicial (donde habría de incorporarse un organismo superior que, en lugar del Consejo de la Judicatura, que ahora funge como juez y parte en la zona superior de las decisiones jurisdiccionales, sancionara el papel de los juzgadores en todos sus niveles, además de la opción de cargos por la vía del sufragio ciudadano directo) y la desaparición de la institucionalidad autónoma y que no hace sino replicar funciones de otras y elevar inútilmente los valores presupuestarios, con el añadido de que la tal autonomía es dependiente de los acuerdos partidistas cupulares de los legisladores a cuyos grupos políticos se deben los dirigentes de dichas instituciones ‘ciudadanizadas’. Y como los críticos opositores y propagandistas de la oligarquía apabullada en las urnas se quedaron sin voz para defender una causa política que no tenía más oferta representativa que la reinvención del pasado salinista armada como un moderno Frankenstein de acaudalados patrocinadores de una candidatura presidencial vulgarizada como popular para mal esconder y disfrazar sus verdaderos intereses, hoy día, y sin más recurso intelectual que el de la vengativa esquizofrenia retórica, se empecinan en construir un abismo entre la virtual sucesora presidencial y su creador, el Presidente de la República, a propósito de sus diferentes ópticas y tiempos en torno a la reforma del Poder Judicial (la madre de todas las reformas constitucionales por venir y que a Andrés Manuel le urge que se promulgue antes de irse del mandato para asegurarse del despojo de los privilegios soberanos de los Ministros, Magistrados y Jueces que tanto se han burlado, algunos de ellos, de sus iniciativas estratégicas de Gobierno y a los que quiere someter a la elección directa de sus cargos por la vía de la mayoría parlamentaria calificada conseguida por él y por su fuerza popular en los comicios) y que en los días de la transición están afectando, en efecto, la estabilidad económica, como en el tipo de cambio, que trasciende a situaciones mayores, como el pago de la deuda externa y la inflación. Es decir: el empuje crítico de la propaganda opositora aplastada en los comicios escarba ahora en el estercolero de sus anhelos por una estruendosa e inesperada ruptura entre el Presidente y su virtual sucesora que derive, o en una reforma judicial inmediata impuesta por Andrés Manuel y que derrumbe los mercados financieros y la economía del país, o en una más dilatada y atemperada, o acaso sin el fondo estructural previsto (y más consecuente con el conservadurismo de los mercados, lo que podría provocar la rebelión del obradorismo radical); cualquiera que sea, pues, pero que algo deje a los derrotados, lo de menos es que el país quede peor que ellos: bocabajo, deprimido y desesperanzado. Parece que su única victoria esperada es que, por la inercia de un desencuentro sorpresivo y fortuito en el morenismo, a los ganadores del dos de junio les vaya lo peor posible. Y eso, además de que explica su derrota y la bajeza de su espíritu, indica por qué esa oposición política y mediática no puede ser una opción nacional de futuro. La mezquindad y la negación sólo construyen luminosos puntos de referencia que debe evadir todo sentido de progreso. No hay ahí ni liderazgo ni alternativa de equilibrio político ni proyecto alternativo de adhesión electora y vocación ideológica. Lo que hay es dolo y falta de imaginación, de perspectiva y de convincente objetividad para el crecimiento de las minorías y de sus decisiones de Estado. Es cierto que la diferenciación conceptual en el orden de la reforma judicial (prioridad presidencial en la que no querrá ceder Andrés Manuel, por cuanto significa para sí emparejar a toda costa los fueros republicanos, para ajustar las cuentas de la impunidad y la soberbia judiciales que han hecho escarnio del Ejecutivo Federal desde el mayoriteo soberano de las letradas abstracciones constitucionales, y por el aval democrático absoluto que su causa ha ganado en los comicios) puede tener un desenlace adverso a las expectativas de una transición tan saludable como el resultado inequívoco de la elección presidencial. Pero no hay un aporte significativo en torno a la deriva reformista del caso, que se haga valer más allá de la resentida subjetividad editorial que se queda en la anécdota del deseado confrontacionismo obradorista y sus peores consecuencias. Nada hay como pronunciamiento político, teórico, intelectual que abone a la discusión del tema sobre una reforma que, sea el camino que tome, ha sido elegida de manera abrumadora en las urnas y no tiene más remedio que cumplirse, a no ser que se quiera un verdadero colapso político nacional. Parece que para la oposición no importan el caos y el derrumbe, si el odiado enemigo, con el pueblo todo a su lado o sin él, sale perdiendo. ¿Hay un postura más explicable que esa en el nudo de la derrota ocurrida? El vacío ideológico, rellenado con miserias morales y consignas fatalistas y condenatorias y ajenas a todo esfuerzo interpretativo y propositivo, no hace victorias necesarias en una democracia. Porque incluso el fascismo o la ultraderecha supremacista que hoy se impone en Europa (que exhibe sus entrañas y sus nostalgias colonialistas) contra la tolerancia migratoria y el mínimo humanismo en favor de los desplazados, tienen un sólido programa de unidad clasista y nacionalista sin deformaciones ni encubrimientos falaces. Son las minorías de siempre que evolucionan en las urnas y se transforman en decisivas mayorías conquistando los prejuicios y los miedos y los rencores vivos y antes ocultos y salidos de la oscuridad estimulados por la propaganda contagiosa del racismo nazifalangista políticamente modernizado. En la democracia mexicana sólo queda desolada irritación derrotista y alegrías pírricas inesperadas por lo que quiere verse como una quiebra en las filas del victorioso enemigo y donde lo de menos es que también quiebre el país. Que al fin y al cabo sus élites culpables no sólo no han resentido sino que se han fortalecido siempre con todas las quiebras que han empobrecido a la nación mexicana, desde el rapaz populismo echeverrista y lópezportillista, hasta el ruinoso neoliberalismo privatizador y devaluatorio del salinismo, el zedillismo y sus secuelas priistas y panista de Fobaproas y saqueos complementarios impunes que determinaron, finalmente, la alternativa ganadora de la causa por la regeneración nacional. 

SM

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