La democrática reforma judicial y los diseños institucionales que hacen la prosperidad y el fracaso (¿de los pueblos?)

Signos

Pues sí, la democracia liberal más perfecta tiene sus muy imperfectos asegunes.

La abrumadora mayoría de electores obradoristas que hicieron la mayoría absoluta del Congreso y el Constituyente y llevaron al Ejecutivo Federal a la candidata elegida por el exPresidente, por ejemplo, pertenecen a uno de los países más iletrados del mundo y donde la estructura institucional y de funcionamiento del Poder Judicial es de las más intrincadas y opacas y desconocidas de tal país, por lo que no puede ser creíble que esas mayorías electoras hayan sufragado a conciencia por algo que no fueran los candidatos, conocidos y desconocidos, de los partidos aliados de su ídolo Andrés Manuel, y bastante menos por el contenido específico de una reforma judicial que llevaría también a las urnas, y de manera cuando menos confusa y poco clara en sus procedimientos, a miles y miles de candidatos a Jueces y Magistrados y Ministros que del mismo modo podrían ser votados en mayor medida sólo porque representarían a la causa verdemorenista de Andrés Manuel y sus herederos del mismo tono militante, y mucho menos porque comprendieran a cabalidad, esos millones de electores obradoristas, que tras la reforma del Poder Judicial vendría otra, que los parlamentarios que habrían de votarla y convertirla en letra constitucional inapelable porque así lo ha decidido el pueblo, armarían para decidir que el Poder Judicial no pueda objetar las disposiciones constitucionales emanadas del pueblo mismo representado, ¿en quiénes?, ajá: en los legisladores facultados para reformar la Constitución.

El pueblo decide entonces todo lo que no podría saber, sólo abrazado a la figura y la memoria infalibles de un liderazgo imperecedero.

Cierto que ese mayoriteo en muchos sentidos también sirve para algo bueno allí donde las cosas que se tienen qué hacer para bien y no pueden hacerse de otro modo, lo hagan bajo la dictadura de esa fuerza democrática. Los fascismos, en su caso y en contrario, cuando son elegidos por el clamor de mayorías desesperadas o alienadas también dicen responder a la inequívoca razón del pueblo que habla por la boca de los estruendosos demagogos. Y las democracias más sabias y acabadas, como la estadounidense, consumadas desde idiosincrasias complejas e inmigrantes y desde visionarias dirigencias históricas unificadoras del destino general, se han resuelto, para regirse, en mecanismos electorales urdidos cual si fueran complejos sistemas de relojería, de modo que ni la masa urbana sufragante y liberal -demócrata- ganase todo llenando de manera directa y por su cuenta boletas y urnas con los nombres y los partidos de sus candidatos, ni los núcleos más conservadores y recalcitrantes -del sector más bien rural y pueblerino y republicano- no pudieran contenerlos (con mucho menos candidaturas pero más y más influyentes y determinantes votos de los intermediarios Colegios Electorales que los de las grandes ciudades y Estados), y, por lo cual, en ese equilibrio de fuerzas progresistas y retardatarias han ganado más y más decisivas representaciones populares y de Estado los republicanos, como el Senado, y como la Suprema Corte, que se decide en el Senado y en la Casa Blanca. Y por eso mismo las iniciativas más reformadoras y progresistas se han demorado siglos en favor de los sectores económicos y belicistas más dominantes del estatus quo – cuyo liderazgo productivo y fiscal es el eje, según se entiende, de la supremacía ‘americana’-, y han hecho más perdurables y duraderos el esclavismo, el racismo, el colonialismo, el armamentismo y la desigualdad, en un largo curso histórico en que las iniciativas defensoras de los derechos civiles han sido tan antiguas en su confección filosófica e ideológica, como dilatadas, negadas y ensangrentadas en interminables y dolorosas luchas vindicativas contra los más rupestres y poderosos grupos privilegiados, como queda dicho.

Las democracias imperiales, como la estadounidense, se disfrazan de inclusivas e igualitarias en un diseño inteligente donde la apariencia pacifista y de absoluta equidad de oportunidades termina favoreciendo, a través de los Colegios Electorales y otras alternativas igualmente dolosas, a las élites más poderosas y conservadoras, con el convencimiento de una tradición histórica donde los radicales, liberales y demócratas saben bien que su papel es en favor de que la superpotencia y su modernización institucional, abonada por la esclavitud y la intolerancia viejas, lo siga siendo bajo todas las reglas aparentes de la competencia y de la libertad, donde el voto popular masivo de las urbes sólo de tanto en tanto le gana al de los casi invencibles distritos ‘minoritarios’ de las comunidades rurales y provincianas.

De modo que hasta que las mayorías decidan de manera consciente y razonada y justa y equitativa sus representaciones, sus leyes y su destino sin mediatizaciones políticas y electorales y sobrecargas propagandistas y financieras, y sin perfidias históricas y sin engaños ideológicos montados en prejuicios y adoratorios guadalupanos, la democracia seguirá siendo un cuento chino, tan relativo y tan más o menos pernicioso o ventajoso para el ‘pueblo’ según la buena o la mala voluntad de sus liderazgos.

Y en esa línea de pensamiento de los sabios economistas galardonados con el Nobel, sí: del diseño institucional eficiente depende el éxito y el desastre de los países; si por éxito y felicidad o fracaso nacionales y globales entendemos, claro está, el de esa lógica democrática que subyace en el crecimiento económico y el desarrollo social.

(Aquí se desconoce aún el contenido del estudio premiado en Estocolmo. Pero ¿va o no por ahí la cosa? Difícilmente. Más bien se habla de la genialidad democrática de los diseños institucionales eficaces. Pero no se concibe, dentro de esa genialidad, la de la explotación encubierta convertida en democracia modelo por sabios del aprovechamiento de la esclavitud y el exterminio de las razas originarias atrasadas e ‘inferiores’ como los ‘Padres fundadores’. Porque, en efecto y porque así son los desniveles de la evolución geográfica y generacional, hay razas y grupos humanos de inferior capacidad modernizadora, propia de las periodos y las eras regionales de la evolución, que no de sus virtudes propias y específicas condicionadas por infinidad de factores, todos propios y predeterminados por sus circunstancias, de todo orden. Y la dominación y la institucionalización de unos grupos por otros no puede suponer un diseño institucional más virtuoso que otros porque eso no es propio de la capacidad competitiva de cada cual, sino de la ventaja del tiempo y de la antigüedad y del espacio de la cultura y sus posibilidades reales de progreso.)

La idea de la superioridad del desarrollo institucional y de la mayor felicidad consecuente de los países (entendidos como pueblos), concebida de otro modo, sería simple y estúpida. Por decir lo menos.

¿Es cosa sólo de la voluntad y la inteligencia de las sociedades imperiales democratizadas su diferencial de desarrollo y de modernidad respecto de las más tribales, remotas y aisladas y distantes en el tiempo y en sus posibilidades naturales de descubrimiento, intercambio, apertura y sincretismo culturales, heterogeneidad cosmopolita, conquistas tecnológicas, y adaptabilidad y transformación del medio, lo mismo que del potencial de avasallamiento y ultraje y saqueo contra sociedades primitivas o ‘inferiores’ -educativa y tecnológicamente-, a las que por inercia ‘ayudarían’ a ‘superarse’ de la mano de la imposición, a látigo y evangelización, de sus modernas y civilizadas instituciones llevadas a esas sus nuevas colonias aborígenes y atrasadas, víctimas de su ignorancia y salvadas por la conquista de los mejores individuos de la especie?

¿Es cosa de inteligencia y voluntad -naturales- de unos pueblos privilegiados y de espíritus superiores que gracias sólo a esa su vocación y a su esfuerzo innatos son mucho mejores que otros primitivos -los europeos frente a los latinoamericanos de los tiempos prehispánicos, por decir, o a los africanos de las mismas épocas-, o es cosa de contexto y de formas de vida diferenciadas por las condiciones propias de cada cultura, tan predestinadas y predeterminadas en su génesis territorial e idiosincrática y en sus procesos de modernización tecnológica e institucional como son todas las cosas que suceden en el Universo según sus particulares e inexplicables -en su infinita mayoría- causales y destinos de organización, equilibrio, desarrollo y agotamiento y resurrección de fuentes de energía y de nuevos mundos?

El diseño superior de instituciones proveedoras de progreso y felicidad, como las de la democracia liberal emergida desde colonialismos y barbaries de avasallamiento tecnológico y militar, ¿es propio de una vocación liberadora y favorable a la justicia de los pueblos o de una naturaleza espiritual y cultural tan accidental como su contexto originario y asumida por las sociedades crecidas sobre su circunstancia y por sus Estados de mayor potencial de dominio como una forma superior de ser, es decir supremacista, racista y explotadora de otras por decisión de Dios Padre y de la máxima autoridad del Universo, pero sublimada en la gracia democrática de la modernización de los elegidos y más competitivos y con suprema capacidad de diseños institucionales que pueden ser los de mayor felicidad para sus sociedades, así esas sociedades sean también las más bellacas, armamentistas y criminales, genocidas y viciosas y con mayor poder de desarrollo de la inteligencia artificial en el planeta Tierra?

Sí, hay superiores diseños institucionales y de felicidad social. Con sus muy distintivos asegunes democráticos y culturales. 

SM

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