Signos
En las filas de mando del trumpismo se están empezando a preocupar de que las nuevas tropas invasoras de la Unión Americana que pueden ocupar México en enero, sean tan eficaces contra la “organizaciones terroristas” dedicadas al tráfico de drogas -que así serán declaradas por su ley para los efectos intervencionistas o ‘extraterritoriales’ de la justicia imperial- y se haga descender el tráfico de fentanilo hasta hundir por completo el mercado de consumo de ese opiáceo en los Estados Unidos. La preocupación de que eso ocurra es porque ¿de qué se envenenaría ahora la descomunal comunidad enferma de viciosos suicidas, y a quién se culparía de su muerte y de las demás provocadas por ellos en la víspera a falta de su alucinógeno vital? ¿A quién se culparía, como se culpa ahora de su muerte, cuyo volumen alcanza niveles de masacre o genocidio, a los narcoterroristas mexicanos?; ¿a los culpables de la eficacia por la abstinencia obligada? ¿O, como en el caso de la cocaína, encontrarán mecanismos de tránsito -de apariencia ilegal pero tolerado- para dotar en parte la demanda y contener la rebelión de los adictos, como a través de Belice y otras vías de contrabando restringido (regulado por la ley, claro está, como se apunta; o fuera del alcance de la opinión pública pero autorizado en ciertos rangos de autoridad y por motivos secretos de estricta seguridad nacional, como ocurre con algunos selectivos magnicidios y homicidios de Estado operados por la CIA y la Inteligencia militar, lo que bien cabe y se justifica en la moral imperial, donde ciertos dictadores o tiranos enemigos de la democracia deben ser derrocados y muertos y otros deben ser salvados porque esa ‘democracia’ y el ‘mundo libre’ son de la medida de las conveniencias de los estadounidenses, de los no ilegales, desde luego, por asesinos que sean, y desde donde se han justificado masacres indiscriminadas como las vietnamitas con napalm, la venta de armas para otras, como las palestinas de Gaza, y toda clase de inhumanas torturas contra posibles enemigos como las de la base naval de Guantánamo)? Porque lo que en la lógica más razonable y liberal del mercado y los derechos del consumo individual correspondería, sería lo aplicable a las patologías del alcohol, del juego y de las armas, que tan bien identifican a la democracia estadounidense. La ‘Prohibición’ fue suspendida en los treinta porque provocaba más violencia en el proceso de abasto clandestino para los alcohólicos que los males que evitaba en esa sociedad alcohólica. Y en una sociedad también enferma de violencia, prohibir las armas -cuya posesión se justifica en la legítima defensa- sería igualmente pernicioso en tanto la demanda sería proveída desde el clandestinaje (negocio que de por sí ya opera y algunos de cuyos clientes mayores son los mismos traficantes internacionales de drogas, a los que ahora se viene a combatir). ¿Y prohibiendo la industria del juego de azar se dejaría de apostar en los casinos de una comunidad nacional tan ludópata? ¿No sería como prohibir los antidepresivos en esa sociedad que, por sus ludopatías, su alcoholismo, su drogadicción y todos sus demás vicios los requiere merced a su modo de ser violento y habituado a la guerra y a la sangre, y consume tantos y todo tipo de inhibidores de su mortífera adrenalina como más del ochenta por ciento de los que se toman en el mundo entero? Algo tendrá que hacer el trumpismo si sus Fuerzas Armadas, como en los tiempos de Polk o de Luis Bonaparte, ocupan México y con ello, y cual sería la causa ahora de esa invasión, se acaba el fentanilo. Porque si los drogadictos ‘americanos’ no se mueren de sus adicciones (o, más bien, asesinados por los fentanileros que se las inducen, como acusan sus autoridades) se morirán de la rabia de no poder drogarse o de intentarlo con cualquier otro veneno que, de no alucinarlos cuando menos los mate y los salve de sus demonios patológicos ‘americanos’. De modo que el trumpismo podría estarse debatiendo ahora entre si levantar la prohibición de las drogas letales e ilegales o intervenir militarmente los países que pueden se acusados como culpables de todos los males de su degradación.
SM