Las libertades de Vargas Llosa

Signos

Me emociona mucho ver y escuchar las conferencias de Vargas Llosa. Y son muchas. No es fácil atenderlas todas. Por cada uno de sus libros más célebres hay por lo menos una disponible. Pero lo más significativo, como en la conversación relativa a “La civilización del espectáculo” o a “La verdad de las mentiras” -cuyo prólogo del libro es una apretada cátedra sobre las verdades necesarias de la ficción-, es que su sabiduría literaria y su abundancia narrativa de vanguardia es comparable a su virtuosismo intelectual, donde más allá de sus grandes y múltiples ensayos literarios están los propios de la cultura y del pensamiento sociológico, en los que es capaz de competir con los teóricos mejor documentados de la actualidad y repasar las obras y las influencias de pensadores tan ilustres como Sartre, Aron o Karl Popper, proponiendo de manera no menos trascendente sus propias observaciones críticas de la realidad, y acaso con recursos expresivos mucho más elocuentes y estimulantes que los de la objetiva y fría sobriedad de los grandes teóricos. (Sartre era bastante mal narrador porque era incapaz de fabular y darle espacio a la ficción exigida por la literatura; su racionalismo extremo, decía, lo condenó siempre a la reflexión sobre los hechos duros y tangibles sin permitirle, como autor literario, la mentira necesaria y la posibilidad de trascenderlos hacia su conversión en una realidad creativa similar pero distinta, donde ganan, por ejemplo, los grandes escritores, como Víctor Hugo, con las guerras perdidas por sus naciones. Y son esos grandes fabuladores de la realidad, como Tolstoi con “La guerra y la paz”, los que mejor enseñan la verdad de la historia; mejor aun que los historiadores, que la cuentan sin ese fulgor de las grandes hazañas convertidas en emocionantes sucesos de leyenda. La historia necesita ser contada también por la ficción, ha dicho el peruano, y las mentiras literarias alumbran lo que falta en las verdades lineales de la realidad histórica donde, además, los contextos son caóticos, las historias revueltas, y no existe ese orden narrativo con principio y fin que impone el retruécano imaginativo del escritor. Y apenas lo dice y uno advierte una estatura suya también mayor: siempre da cuenta de los grandes creadores de la ficción histórica sin referirse a la suya como lo que es: una epopeya que, diría Cortázar, no le pide nada a las de titanes como Dostoievski.) No sé de nadie que fuera un escritor tan grande y tan productivo biógrafo y ensayista literario, y que al mismo tiempo fuera tan pródigo y pormenorizado estudioso y teórico del acontecer civilizatorio; que lo mismo pueda compararse con Faulkner en sus innovadores prodigios narrativos de adulteración técnica y estilística, que haber escrito más historias de calidad y en distintos géneros que ningún otro, y superar a cualquier crítico literario y ser más avezado que ningún especialista en torno a los más diversos escritores y de las obras de los mismos sobre los que escribió, y ser mejor que todos publicando libros más allá de su genio literario y sobre temas y autores vinculados a la reflexión filosófica, sociológica, ideológica, histórica y política de la realidad. Y entonces se entiende muy bien su postura contra las ‘sociedades cerradas’ en cuya definición comulga con Popper: siendo su vida la libertad de expresión y el universo disponible para ser contado sin contención ni condición ninguna para fabular o cuestionar o pronunciarse o indagar y revelar en todas las dimensiones de la palabra su saber y rebelarse contra la fuerza de sus objeciones y contra toda intención de imponer diques y vigiladas acequias a sus manantiales, no podía ser un acto de traición sino de absoluta lealtad alejarse, cuando más fluía su pasión por la palabra y por las letras, de todo impulso de poder que en defensa de la propaganda por los pobres clausurara esas libertades.

SM

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