La utopía justicialista del indigenismo enano

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Signos

Ser originario no es un atributo sino un accidente. ‘Mi patria es donde comen mis hijos’, le enseñó su madre a Serrat. El Imperio azteca aterrorizaba a los tlaxcaltecas y los conquistadores fueron una salvación para los segundos en una nación que lo es ahora y no entonces, y donde una población mestiza o diversa y civilizada consideraría una aberración, propia de la ignorancia o de la demagogia o de ambas, que en nombre de unos reinos prehispánicos poderosos alguien pidiera disculpas o perdones a los pueblos ensangrentados por ellos, o que en nombre de los crueles evangelizadores y los exterminadores de herejes del Santo Oficio, la Iglesia Católica debiera arrepentirse, en protocolos de Estado y ante los herederos de sus víctimas, por sus barbaries milenarias propinadas, sin embargo, contra los pecadores, en el nombre de Dios Padre, de Dios Hijo y de Dios el Espíritu Santo.

Y cuando el nuevo Ministro Presidente -electo- del Poder Judicial morenista de la Federación pontifica que con él, como indígena que es y ha llegado a la Suprema Corte, ha llegado también, por fin, “el día en que los pueblos indígenas puedan decidir”, entonces los justos como él, cual la Presidenta Sheinbaum y el obradorismo adjunto, asumen religiosamente que los derechos étnicos deben privilegiarse, que en las comunidades indígenas todos son víctimas de victimarios no indígenas, y que en la Justicia a la que él se deberá lo importante es la defensa de los pueblos vulnerables y no la de los derechos de la diversidad de justiciables en los tribunales y desde las evidencias más objetivas disponibles y la imparcialidad relativa más pertinente de los juzgadores.

El idealismo habría de imponerse en la solución de los conflictos de la realidad. La ideología habría de ser el verdadero valor de la justicia.

Cuándo se jodió este mundo, Zavalita…

SM

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