Que Claudia mienta por estrategia, no por patriotismo

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Signos

Está bien si Claudia coopera con Trump, y si la DEA y el FBI y la CIA y Harfuch y el sistema federal de Seguridad de México trabajan juntos contra la delincuencia política y su sociedad con el crimen organizado, y si la Presidenta se distancia de Andrés Manuel en lo que se refiere a la política y las medidas anticrimen y antinarco de su Gobierno y lo niega ante la opinión pública y asegura, en cambio, que no se apartará en lo más mínimo de la línea ideológica y soberanista de su mentor y responsable de su llegada al supremo poder del Estado nacional.

Está bien, si su manifestación de fidelidad obradorista tiene el propósito de preservar la venia de los amplios sectores populares que se mantienen fieles al fundador de la causa de la Regeneración Nacional, sea por los beneficios de la justicia social impulsada por su mandato o por lo que sea.

Está bien si es cosa de discurso y de recurso político de conveniencia el negar intromisiones estadounidenses estratégicas a territorio mexicano en el combate al delito, para salvar, al mismo tiempo, la relación con Andrés Manuel y sus incondicionales seguidores.

Y está bien que se acuerden límites bilaterales a la intromisión inevitable de Washington y a la participación conjunta de autoridades estadounidenses y mexicanas en el combate a la delincuencia, también conjunta, de grupos del poder político y del crimen organizado (como se entiende que está pactado en el reciente plan de ambos países del que no se sabe ni se puede saber gran cosa más allá de las formalidades, por cuanto supone novedades contrarias a la postura defendida por el Gobierno que fue de Andrés Manuel, y con las que Claudia no tiene más remedio que coincidir, más allá de sus declaraciones mañaneras, presionada en los hechos por Donald Trump).

Está bien, siempre y cuando esa suma de poderes binacionales no aparte -de la barredora contra el crimen que pretende ser- a los criminales del obradorismo que, hasta ahora, han sido protegidos por el Estado, y sin cuyo sometimiento judicial no habrá seguridad ni legalidad ni justicia ni paz social en México.

Todo está bien, siempre que la defensa de la soberanía nacional no signifique encubrimiento de jefes y grupos políticos y gobernantes y autoridades asociadas con organizaciones criminales tras el escudo del obradorismo.

Todo está bien, si la puerta en las narices a la DEA no es una iniciativa verdadera y de hecho, y no pasa de la redundancia demagoga y sosa y desabrida del respeto a la integridad del país, a diferencia de lo que sí hizo Andrés Manuel: obstaculizar su ingreso, con el pretexto de la defensa soberana, sólo para que los grupos criminales amigos de sus amigos de la delincuencia política de su partido guinda y sus aliados verdes hicieran de esa soberanía su gran negocio y de la nación entera su patio de ilegalidad, violencia y sangre.

No importa que Claudia mienta y que acuerde bajo la mesa una relación bilateral efectiva que incluya el ingreso a México -con límites razonables- de fuerzas ‘americanas’ anticrimen.

Lo que importa es que no proteja a la delincuencia política de ningún color ni pertenencia ‘ideológica’. Y que entienda que el delito mayor tiene una fuente decisiva: la impunidad que le brinda la autoridad misma del Estado.

SM

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