Signos
Por lo menos los polkos de casi 180 años atrás tenían la justificación de que aquel Estado nacional de su tiempo era más una quimera que una realidad. Que muchos mexicanos estaban muy lejos de saberse y de sentirse mexicanos porque la noticia de que lo eran se perdía en los vastos territorios dispersos, despoblados, incomunicados y sin ley de un país con apenas más de veinte años de vida ‘independiente’, disputado en guerras intestinas y sectarias por sus bandos criollos y ‘gobernado’ en sus diversas y desconocidas regiones por las bandas gavilleras dueñas de caminos, destinos y fronteras de pueblos cuyas patrias y culturas no sabían reconocerse en un entorno de Estado nacional. ¿Pero a qué le tiran los neopolkos de hoy día, los fanáticos de Trump; los que despliegan sin rubor ninguno, en espacios editoriales y redes digitales de opinión pública de mayor o de menor alcance, que lo que el rubio descendiente de alemanes y presunciones arias de neofascista todopoderoso declare o haga a costa del destino del Estado mexicano será siempre bienvenido; que habrá de ser mejor, mucho mejor, que lo que haga el legítimo liderazgo de ese Estado (alzado, por cierto, hasta lo más alto de la legitimidad de todo liderazgo democrático por el sufragio soberano de las mayorías más numerosas jamás llegadas antes a las urnas) y sin importar, asimismo, en lo absoluto, que se sepa a ciencia cierta que ese rubio racista, más que cualquier otro supremacista de su tipo en los propios tiempos anexionistas de Polk, considere a estos neopolkos tan inferiores y tan desarrapados y tan criminales como el peor y más peligroso de los inmigrantes indocumentados a los que ha acusado lo mismo de asesinos y traficantes de drogas que matan en la Unión Americana a multitudes de inocentes viciosos, que de hambrientos miserables que sacian su apetito robando y comiendo perros y gatos, como dijo en su reciente campaña electoral que ocurría en Ohio? ¿A qué le tiran, pues, estos neopolkos trumpianos?, ¿a lo mismo que le tiraban los Miramones y Mejías del bonapartismo; que se sentían incompetentes e ilegítimos para luchar solos, fundando un movimiento conservador fortalecido en sus ideales opositores para acceder al poder superior del Estado por cuenta propia, y necesitaban entonces vejigas imperiales para nadar, para ser súbditos coloniales de una corona y nunca dueños de su albedrío para competir y gobernar, esperanzados en que las crisis del país un día lo hundieran y ellos emergieran de sus escombros como los ganadores invencibles de la causa gracias solo a los ladridos de su mezquindad?
SM