
Signos
De manera directa y expresa Andrés Manuel (quizá) no protegió a los grandes cárteles. Pero sí a delincuentes políticos e institucionales de su partido ligados a ellos, como Gobernadores y empleados suyos formales y de facto (Fiscales, Jueces y jefes policiacos), sin cuyo conocimiento de causa o impunidad o complicidad (porque el desconocimiento o la ingenuidad en medio de los negocios y de la violencia y la intimidación del crimen son cuentos que no se creen ni los más ilusos y débiles mentales) no actuarían los grupos del crimen organizado.
¿No sabían, los Gobernadores, del vasto tráfico en sus territorios de combustibles robados; ni del financiamiento político de célebres huachicoleros multimillonarios como Sergio Carmona y Arnoldo Ramírez -asesinados en Nuevo León- a las causas electorales de algunos de ellos; ni de los negocios de extorsión, drogas, trata de mujeres e indocumentados, control de oficinas y funcionarios públicos, robos patrimoniales y empresariales, y tantos otros de sobra conocidos por medio mundo en los territorios de esos Gobernadores; ni los subordinados presidenciales mejor informados, civiles y militares, ni sus aparatos de Inteligencia y de investigación criminal, estaban al tanto, tampoco, de la delincuencia política asociada al crimen organizado?
Si el Presidente no sabía de los tratos del Gobernador Rubén Rocha Moya con los ‘Chapitos’ sinaloenses, por ejemplo (y sobre todo respecto del secuestro del Mayo Zambada y del homicidio de su jefe de seguridad y agente ministerial, José Rosario Heras, el mismo día del asesinato de Héctor Melesio Cuén, Diputado Federal Electo y amigo del Mayo y enemigo acérrimo de Rocha Moya), ni sabía de los negocios de los grandes huachicoleros (ahora muertos) con sus socios tamaulipecos en el poder político estatal, o del Gobierno tabasqueño de quien luego fuera su Secretario de Gobernación -Adán Augusto López Hernández- con la banda regional del Cártel Jalisco Nueva Generación -La Barredora- controlada por quien fuera el jefe de Seguridad de dicho Gobierno tabasqueño, ni tenía conocimiento de los grupos del narcoterror que han operado en el Caribe mexicano al amparo de los Gobiernos locales amparados, a su vez, por el presidencialismo obradorista de la regeneración moral; si no sabía nada de eso… pues entonces México era para él un país ejemplar en el orden de la paz social y la seguridad, y no eran sino meros vendepatrias y protoimperialistas y colonialistas los enemigos del soberanismo recalcitrante de Andrés Manuel que tanto diera con la puerta en las narices a la DEA y al Gobierno estadounidense demandantes, en su tiempo, de participar con las fuerzas mexicanas de seguridad, como sí lo hacen ahora en la gestión claudista, en la persecución de criminales que sería del mayor interés bilateral atrapar y debilitar la fuerza de sus organizaciones en beneficio de ambos países.
Pero, ¿era eso: ingenuidad e idealismo de que las cosas del narcoterror no estaban tan mal en México como los críticos nacionales e internacionales afirmaban, y que la autoridad soberana podía muy bien y sin la ayuda extranjera de nadie poner orden y garantizar la legalidad y la seguridad del pueblo mexicano?
Porque si era eso, la lógica del morenista y exdirigente nacional panista, Manuel Espino, es inequívoca: se llama estupidez. Pero más parece lo que esa misma lógica establece como alternativa: la complicidad. Y en esa lógica es en la que se desquitan la DEA y el Gobierno estadounidense. No parecen creer en la estupidez del idealismo obradorista. Y a Claudia no le queda más remedio que cooperar en la caza estadounidense, a la que apura la convicción de la complicidad del Gobierno que fue de Andrés Manuel con los delincuentes de su causa de la regeneración moral del país, patrocinadores o socios o beneficiarios del crimen organizado; cooperación bilateral que a su gestión presidencial, política y de Estado conviene, si su declarada vocación por la seguridad y la justicia es auténtica.
Porque nada mejor sería para ella que deshacerse de una vez por todas de esa escoria defendida con el escudo de la popularidad de Andrés Manuel y sus sabias políticas del Bienestar.
SM