Donald Trump, el candidato de los 200 mil muertos por Covid-19, no vio ‘Forrest Gump’, haciendo del ‘american way of life’ una distopía

Pinceladas

‘Cuanto más idiota, más éxito alcanzas’ es su consigna dirigida a millones de militantes de la estupidez que le votaron el ‘ansiolítico’ 8 de noviembre del 2016. Lemas del merchandising de campaña del heredero del antiesclavista y republicano Abraham Lincoln, coreados por sus ‘supporters’: “Hillary sucks, but not like Mónica” (Hillary apesta -la chupa-, pero no como Mónica) al “Trump that bitch” (Trumpea, machaca a esa perra), “Build the wall! Build the wall!” (¡Construye el muro! ¡Construye el muro!), o los más gráficos “Donald Fuckin Trump”, (Donald Trump el más cabrón) o “Finally someone with balls” (Por fin alguien con cojones). El oponente de la demócrata Hillary Clinton lanzó consignas falsas, razonamientos infantiles, abunda en bromas contra los musulmanes, los mexicanos, los gays, la mujeres “demasiado” liberadas, los pacifistas o los ecologistas…; exhibió su yupismo pasado de moda para escenificar, en definitiva, uno de los géneros más antiguos de la vida pública estadounidense: el teatro de la estupidez. Tom Hanks hacía realidad una de las escenas de ‘Forrest Gump’, al ser condecorado por Barack Obama. Restan menos de 100 días para que asistamos a otro circo de Donald empeñado en aplazar las nuevas elecciones presidenciales, cuando Estados Unidos, epicentro del Covid-19, va a perder, para este próximo noviembre, por el coronavirus, a 200,000 de sus ciudadanos, muchos de ellos en Miami, Nueva York, San Francisco…

Santiago J. Santamaría Gurtubay

De ‘Forrest Gump’ (1994) nos divierte ver a Tom Hanks infiltrado en todo tipo de hechos históricos. Inspiró los bailes de Elvis Presley, conoció a John Fitzgerald Kennedy y participó en la Guerra de Vietnam. Pero este martes ha sido la realidad la que ha hecho un guiño a la ficción. El actor recibió la Medalla Presidencial de la Libertad de manos de Barack Obama. Un usuario de la plataforma de imágenes Imgur ha relacionado el hecho con uno de los momentos de la película, en el que el protagonista es condecorado por otro presidente de los Estados Unidos, Lyndon B. Johnson. “Cuando Forrest conoce de nuevo al presidente”, se titula el fotomontaje publicado por el usuario britishman99 que compara el momento ficticio, fechado en 1968, y el acto real ocurrido hace cuatro años atrás. En sus primeras ocho horas de publicación, superó las 40,000 visitas. Antes de abandonar la Casa Blanca, Barack Obama hizo entrega de sus últimas Medallas Presidenciales de la Libertad, el máximo honor civil del país. Además de Bruce Springsteen y Ellen DeGeneres, entre los galardonados se encontraba el actor Tom Hanks, haciendo realidad una de las escenas de ‘Forrest Gump’. El vídeo que recoge el momento, publicado en el perfil de Facebook de la cadena de televisión ABC News, superaba el millón de reproducciones. En la presentación del galardón se define a Hanks como un icono del cine capaz de inspirar a la sociedad estadounidense: “A lo largo de su distinguida carrera en el cine, Tom Hanks ha mostrado la personalidad de Estados Unidos al tiempo que la suya propia. Interpretando a héroes de guerra, un astronauta, el capitán de un barco, un vaquero de dibujos animados, un joven que crece demasiado rápido y tantos otros nos ha permitido no solo vernos a nosotros mismos tal y como somos, sino también como nos gustaría ser”.

“Dentro y fuera de la pantalla, Tom Hanks ha honrado los sacrificios de aquellos que han servido a la nación, alentando nuestra ambición e inspirando a una nueva generación de jóvenes a llegar hasta el infinito y más allá”, concluye el discurso introductorio. En la película de Robert Zemeckis, que logró seis premios Óscar hace más de dos décadas, el protagonista recibe en cambio la Medalla de Honor, que es la máxima condecoración militar en Estados Unidos, por sus acciones heroicas en la Guerra de Vietnam. Durante el acto público en el que Lyndon B. Johnson le hace entrega de la insignia, el presidente pregunta a Forrest Gump dónde fue golpeado y le susurra que le gustaría verlo. El personaje de ficción interpretado por Hanks se baja los pantalones para mostrarle la herida en su nalga. El galardón termina en manos de Jenny Curran, la mujer de la que está enamorado durante toda su vida. Por desgracia, Tom Hanks no mostró ninguna parte de su cuerpo a Barack Obama en el momento de recibir su medalla.

Ya saben cuáles son los lemas más repetidos en los mítines de Trump, desde el “Hillary sucks, but not like Mónica” (Hillary apesta -la chupa-, pero no como Mónica) al “Trump that bitch” (Trumpea, machaca a esa perra), “Build the wall! Build the wall!” (¡Construye el muro! ¡Construye el muro!), o los más gráficos “Donald Fuckin Trump”, (Donald Trump el más cabrón) o “Finally someone with balls” (Por fin alguien con cojones), que corean sus seguidores en plan hinchada deportiva y se materializan en el merchandising de campaña. A nadie tampoco se le escapa que en ellos Trump lanza consignas falsas, razonamientos infantiles, abunda en bromas contra los musulmanes, los mexicanos, los gays, la mujeres “demasiado” liberadas, los pacifistas o los ecologistas, esquiva a los boicoteadores, insulta y amenaza, interpela al público y exhibe su yupismo pasado de moda para escenificar, en definitiva, uno de los géneros más antiguos de la vida pública estadounidense: el teatro de la estupidez. Poco a poco irá desentrañando su nuevo repertorio ante su oponente demócrata Joe Biden. El presidente que busca su reelección está obsesionado con la izquierda estadounidense, no ve más que socialistas y comunistas, todos marxistas leninistas’… Habla de bolcheviques y mencheviques, de Vladimir Ilich Lenin y sus ‘soviets’ y de Leon Trotski y su ‘revolución permanente’. Esas referencias históricas no las habíamos oído desde hace décadas atrás…

Y es que desde los inicios de la joven nación han sido muchos los tratadistas que han abundado en su singular inclinación por la majadería, si bien esta no siempre se ha expresado con el grado de obscenidad al que asistimos en la era del ruido y la memecracia. De hecho, sus orígenes son de una cierta inocencia, si atendemos al juego de opuestos del que nacen los actuales militantes de la estupidez, aquel que históricamente ha dividido a los devotos de la ciencia y la creencia, los ilustrados frente a los seguidores de una fe que les alentó a internarse por territorios inhóspitos y temer a un dios iracundo. El ideario de los padres fundadores inauguraría una versión de esta particular dicotomía, al situar al frente de sus desvelos la pugna entre lo espiritual y lo material, la naturaleza y la civilización urbana, inclinándose en ambos casos por lo primero.

De Ralph A. Emerson a Henry D. Thoreau, Walt Whitman o Herman Melville, los ‘trascendentalistas’ se suman al impulso romántico para derribar las paredes de un capitalismo que impide la comunión natural y el espiritual del hombre, la misma que encuentran en el lago de Walden al que se retira Thoreau o en los mares que recorre Ahab, sin pasar por alto el tedio ante la vida administrativa que inunda a Bartleby. Para todos ellos, el cálculo material, el vil negocio, aparece como la tentación mentecata y destructora de los grandes ideales a los que debía aspirar el país neonato. Emerson, quien ejerce de ideólogo del movimiento, lo expresa con claridad en una célebre conferencia, “The American Scholar”, impartida en 1830 en la Universidad de Harvard…

Los jóvenes de mayor promesa que comienzan la vida en nuestras tierras, bañadas por el mar, respirando el viento puro de las montañas, mirando resplandecer en el cielo todas las estrellas de Dios, descubren que la tierra que pisan no está en armonía con ellos; la repugnancia que les inspira el principio que rige el mundo de los negocios los paraliza y les impide actuar, y se convierten en seres derrotados y rutinarios, o mueren de disgusto. Algunos se suicidan. ¿Cuál es el remedio? No lo ven todavía, y miles de jóvenes tan llenos de esperanza como ellos, y que ahora se disponen a iniciar la carrera, no ven que si el hombre individual planta sus pies indomablemente en sus propios instintos, y allí se sostiene, a la larga el gran mundo acudirá a él. […] Caminaremos sobre nuestros propios pies; trabajaremos con nuestras propias manos; expresaremos nuestros propios pensamientos. […] Por primera vez existirá una nación de hombres, porque cada uno se sabrá inspirado por el Alma Divina que inspira igualmente a todos los hombres.

Un cristianismo talibán, desde las primeras décadas del siglo XIX, irrumpió con fuerza en el sur y el medio oeste norteamericano

Así que partimos de una sensibilidad que reivindica la espiritualidad y la voluntad del individuo, una reflexión ideológica y estética que se extenderá de las costas de Nantucket al Río de la Plata, donde el Domingo F. Sarmiento de ‘Civilización y barbarie’ (1845), el Joaquim de Sousa Andrade de ‘O inferno de Wall Street’ (1879), el José Martí de las ‘Escenas norteamericanas, el Rodó del Ariel’ (1900), el Vasconcelos de ‘La raza cósmica’ (1925) o el Lorca de ‘Poeta en Nueva York’ (1930) participan de un tópico, el de la inspiración telúrica frente al sucio materialismo, que también sería apropiado por una escisión  fundamentalista, de un cristianismo talibán, que desde las primeras décadas del siglo XIX irrumpió con fuerza en el sur y el medio oeste norteamericano.

Y aquí es donde viene el giro al que asistimos boquiabiertos, pues al tiempo de los Emerson o Thoreau se produce una explosión de confesiones de nuevo cuño lanzadas a su particular conquista del oeste. Es lo que se conoce como el Second Great Awakening, el ‘Segundo gran despertar’, en el que predicadores de toda laya se desplegarán sobre feligresías aisladas y bajo durísimas condiciones de vida, los requisitos idóneos, según Susan Jacoby,  para el triunfo de las interpretaciones bíblicas más extremas y sus conflictos elementales entre el bien y el mal, el pecado o la redención de las almas.

El mapa de la fe pronto comenzaría adoptar una clara distribución geográfica y a traducirse en desequilibrios regionales culturales

Desde entonces, afirma Sydney Mead, se asiste a una progresiva escisión cultural y territorial que ha obligado a los norteamericanos a enfrentar la “dura elección […] entre ser inteligentes de acuerdo a los estándares que prevalecen en los centros intelectuales o ser religiosos de acuerdo a los estándares que prevalecen en sus denominaciones”, en medio de la batalla entre los valores laicos y el irracionalismo militante, también a cargo de la educación de unas comunidades que, en muchos casos, se han opuesto a un sistema de enseñanza público que desmintiera la ‘literalidad’ bíblica. El mapa de la fe pronto comenzaría adoptar una clara distribución geográfica y a traducirse en desequilibrios regionales, como que en 1840 la proporción de niños escolarizados en los Estados del norte sextuplicara a los del sur, de los que tan solo Carolina del Norte contaba con un sistema, con todas las deficiencias de su tiempo, público de educación. En el resto de colonias de lo que en la Guerra Civil sería la Confederación apenas existía una estructura educativa integradora, pues junto a la iglesia, la escuela configuraba la base ideológica de una sociedad desigual y esclavista.

Así que durante el siglo XIX el conflicto norte-sur iría adoptando, además de un componente político y económico, un importante cariz cultural entre la élite de las ciudades del norte y la aristocracia terrateniente del sur, orgullosa de su falta de interés por los desafíos intelectuales, y cuyos resentimientos se acrecentarán tras la guerra de Secesión (1861-1865), cuando un importante número de norteños, los llamados ‘carpetbaggers’, se asentarían en los devastados estados del sur. Las razones de la llegada hablaban de ayudar a la reconstrucción, aunque la población autóctona los vio como oportunistas en busca de tierras a bajo coste y puestos políticos, hasta el punto de que el fenómeno se situaría en la base del surgimiento del Ku Klux Klan, dentro de un contexto de violencia generalizada, corrupción y abusos de poder que Mark Twain tildó como la ‘Gilded Age’ (la edad chapada en oro), en que el cacareado despegue del país no podía ocultar sus desbalances sociales y territoriales, ni las consecuencias ideológicas del  hundimiento económico del sur.

“En Estados Unidos, en vez de apretarse las causas de unión se aflojan, en vez de resolverse los problemas de la humanidad se reproducen”

Tres décadas después del conflicto armado, José Martí, exiliado en Estados Unidos y una de las miradas más agudas del momento, fijaría su atención en la segmentación geográfica y cultural que aún hoy conforma una de las lecturas del país, los estados ‘red’ y los ‘blue’ que cada cuatro años enfrentan posturas: “Es de supina ignorancia, y de ligereza infantil y punible, hablar de los Estados Unidos, y de las conquistas reales o aparentes de una comarca suya o grupo de ellas, como de una nación total e igual, de libertad unánime y de conquistas definitivas; semejantes Estados Unidos son una ilusión, una superchería. De las covachas de Dakota, y la nación que por allá va alzándose, bárbara y viril, hay todo un mundo a las ciudades del Este, arrellanadas, privilegiadas, encastadas, sensuales, injustas. Hay un mundo […] del pueblo limpio e interesado del Norte a la tienda de holgazanes sentados en el coro de barriles de los pueblos coléricos, paupérrimos, descastados, agrios, grises del Sur. […] En los Estados Unidos, en vez de apretarse las causas de unión se aflojan, en vez de resolverse los problemas de la humanidad se reproducen, en vez de amalgamarse en la política nacional las localidades, la dividen y enconan, en vez de robustecerse la democracia, y salvarse del odio y la miseria de las monarquías, se corrompe y aminora la democracia y renacen, amenazantes, el odio y la miseria”. (‘La verdad sobre los Estados Unidos’, 1894).

Desde nuestro presente, sería interesante preguntarse si la violencia desatada durante la guerra civil no se ha reciclado en formas contemporáneas de interpretar la lucha entre la ciencia y la creencia, o si el ascenso de figuras políticas cada vez más escoradas hacia el mesianismo voluntarista, de Ronald Reagan a George W. Bush o Donald Trump (pasando por Sarah Palin), no responde al rearme ideológico de las posiciones fundamentalistas, con repuntes como los que protagonizó el Tea Party. Hablamos de movimientos de colonización del Partido Republicano, que observa a advenedizos como Donald Trump o a personajes tan odiados por el aparato como Ted Cruz (“si matas a Ted Cruz en el interior del Senado y el juicio transcurre en el Senado, nadie te inculpará”, ironizó Lindsey Graham, senadora republicana por Carolina del Sur) liderar movimientos internos que, al estilo de la implosión evangelista, improvisan nuevas doctrinas y se inclinan aceleradamente hacia la violencia maniquea. Y, además, lo hacen reactivando una dinámica territorial que recuerda con demasiada obstinación a estas historias fundacionales, como un eterno retorno que en las últimas elecciones de 2012 adoptó la forma de un mapa viralizado, el de los resultados de demócratas y republicanos, que se asemejaba con sorprendente precisión al de unionistas y confederados…

El verdadero campo de batalla transita de una disputa ideológica a una psicológica, históricamente dramatizada en los más diversos escenarios

En uno de los más recientes números de The Atlantic, dedicado a la estupidez, David H. Freedman señala cómo en el debate público norteamericano toda la corrección política, los silencios y límites que normalmente operan sobre las cuestiones más espinosas saltan por los aires cuando se trata de la estulticia de los demás. Entre quienes se consideran educados la veda contra el estúpido permanece abierta, como si el verdadero campo de batalla transitara de una disputa ideológica a una psicológica, históricamente dramatizada en los más diversos escenarios. 

De hecho, antes de que el premio al ‘juicio del siglo’ recayera en el caso O. J. Simpson, jugador de fútbol americano, una de las más célebres teatralizaciones de este choque remitía al anterior ‘juicio del siglo’, es decir, al caso Scopes o, como se le conoció en su tiempo, hablamos de 1925, el Scopes Monkey Trial (lo de ‘Monkey’ se debe a que en él se juzgaba la enseñanza de la teoría de la evolución en las escuelas públicas). Todo comenzó cuando la recién fundada American Civil Liberties Union, con base en Nueva York, decidió impugnar la Butler Act, la ley aprobada en Tennessee para penalizar la enseñanza de la evolución, por medio de un juicio forzado. Para ello contaron con la ayuda de varios líderes locales de Dayton (TN), que atraídos por la publicidad que el caso podría reportar a su comunidad, decidieron ejercer como acusadores, mientras John Scopes, profesor de ciencias de la localidad, se ofreció como conejillo de indias. El cambalache se completó con William Jenning Bryan, candidato en tres legislaturas a la presidencia de Estados Unidos y uno de los más populares antievolucionistas en el papel de fiscal, y Clarence Darrow, abogado estrella del país y primer cruzado en favor de las libertades civiles, en el de la defensa, después de que Herbert G. Wells (sí, el autor de ‘La guerra de los mundos’) hubiera declinado la propuesta.

La escenografía estaba montada y el público no defraudó. Las sesiones, con más de mil asistentes que apostillaban con un ‘amén’ las frases de W. Jenning, serían seguidas con gran expectación por medios de todo el mundo y retransmitidas en sus sesiones finales por la WNG Radio, que sin embargo no llegaría a recoger el alegato final de la acusación ni su explícito rechazo a los avances modernos, especialmente desprestigiados tras los efectos de la I Guerra Mundial:

A los años persecución ideológica amparada en la paranoia anticomunista responden las ‘Brujas de Salem’ (1953) de Arthur Miller

El hombre solía sentirse satisfecho con masacrar a sus semejantes en un único plano: la superficie de la tierra. La ciencia le ha enseñado a sumergirse en el agua y disparar desde abajo o ascender hasta las nubes y disparar desde arriba, convirtiendo el campo de batalla en tres veces más sangriento de lo que era antes; pero la ciencia no enseña a amar fraternalmente. La ciencia ha convertido la guerra en algo tan infernal que la civilización está a punto de suicidarse; y ahora se nos dice que se han descubierto nuevos instrumentos de destrucción que harán de las crueldades vistas de la última guerra algo trivial en comparación con las crueldades de las guerras que vendrán. Si la civilización ha de ser salvada de la destrucción que amenaza con provocar la inteligencia no consagrada al amor, esto solo sucederá a través del código moral del manso y humilde Nazareno. Sus enseñanzas, y únicamente sus enseñanzas, pueden resolver los problemas que ofenden al corazón y dejan al mundo perplejo.

Aunque el jurado impusiera una multa de cien dólares a Scopes, finalmente anulada, y la ley no se volviera a aplicar, el caso daría lugar a todo tipo de canciones, chistes, tiras cómicas, obras de teatro y una película, ‘Inherit the Wind’ (1960), con Spencer Tracy y Gene Kelly en sus papeles estelares, que a la vez que reflejaba los hechos de Dayton ya se proyectaba como una crítica contra la cruzada que en los años cincuenta había desatado el senador McCarthy, primer espada de una auténtica ‘caza de brujas’ contra la élite intelectual y su tentación de cuestionar el programa ideológico de Washington. A esos años de  persecución ideológica amparada en la paranoia anticomunista responden otras obras, como las ‘Brujas de Salem’ (1953) de Arthur Miller, o el clásico de Richard Hofstadter ‘Anti-intellectualism in American Life’, ganador en 1963 del premio Pulitzer, en el que analiza uno de los fenómenos más incardinados en la cultura nacional estadounidense.

Generalizado resentimiento de clase contra las personas educadas, y una inocultable arrogancia intelectual de quienes pueden mostrar su título

Como en el juicio a Scopes, las sesiones del Comité de Actividades Antiestadounidenses serían ampliamente seguidas, tanto por los agresivos interrogatorios de McCarthy, convertido en un bully profesional, como por la pléyade de estrellas involucradas, desde ‘los diez de Hollywood’ de quienes da buena cuenta la reciente ‘Trumbo’ (J. Roach, 2015), a la plataforma antimacartista de la Comisión de la primera enmienda encabezada por Humphrey Bogart, Katharine Hepburn, Groucho Marx o Frank Sinatra, que encontrará su némesis en Ronald Reagan, Gary Cooper o Walt Disney, los rutilantes delatores.

Congregaciones evangélicas, segundos despertares, testigos de Jehová, sectas que proliferan bajo el flower power, cienciólogos, comunas de iluminados, amish, mormones, gurús de la autoayuda y sus extravaganzas capilares, de Joel Osteen a Jan Crouch… los reciclajes de la guerra entre la razón y la creencia han supuesto una fuente inagotable de malentendidos y espectáculo. A ello colabora un origen nacional que sienta las bases de este desacuerdo, pero también estructuras de desigualdad que no han permitido una integración social ni racial efectiva, con grandes sectores ajenos a un sistema educativo de calidades mínimas. Que exista un generalizado resentimiento de clase contra las personas educadas, a la vez que una inocultable arrogancia intelectual de quienes pueden mostrar su título, se debe tanto a una historia de agravios regionales como a un desarrollo nacional que no ha sabido, o no ha querido, universalizar el acceso al conocimiento, todavía un objeto elitista.

‘Forrest Gump’ parecería una impugnación del ‘american way of life’, además de una recreación de los peores estigmas que pesan sobre el sur

Hemos incluido fotogramas y mencionado películas que exploran el territorio en disputa de la estupidez, aunque ninguna se sitúa al nivel de ‘Forrest Gump’ (R. Zemekis, 1994), no solo por su singular protagonista ni por su cacofonía con  Donald Trump, sino por los contradictorios subtextos que maneja. Por una parte, el filme parecería una impugnación del ‘american way of life’, además de una recreación de los peores estigmas que pesan sobre el sur: Gump nace en un pequeño pueblo de Alabama, es descendiente de un general confederado y líder del Ku Klux Klan, su madre se prostituye y su mejor amiga sufre abusos sexuales de su padre. Pero a pesar de sus taras físicas y psicológicas, y de una fría caracterización inicial que solo resalta su capacidad para seguir órdenes y correr, triunfa a cada paso. El primer mensaje parecería entonces cuestionar el mito del sueño americano o del hombre hecho a sí mismo, sustituidos por un ‘cuanto más idiota, más éxito alcanzas’.

Sin embargo, según avanza la película nuestro protagonista gana en matices y se impone un tono melodramático que comienza a sugerir otra lectura, la que finalmente predominó sobre la cinta e hizo de esta un monumento a la ñoñez, y es que el éxito de Gump surge como el merecido premio a un corazón noble y una voluntad a prueba de hierro. Así que el mismo espectador que podría ofenderse por una caricatura tan grotesca de los valores americanos, también puede sentirse reconfortado ante lo que se interpretaría como un elogio a la simpleza.

Donald ‘Fuckin’ Trump ejerce de tipo con huevos, de vaquero que entra al saloon pegando una patada en la puerta

Si la salud mental de Ronald Reagan, quien, como diría Christopher Hitchens, era ‘as dumb as a stump’ (tan tonto como un tocón de árbol) fue seriamente cuestionada durante su mandato, o George W. Bush venció en 2000 al sofisticado Al Gore porque, aunque fuera abstemio, querrías tomarte unas cervezas con él, o la mejor virtud de Sarah Palin era representar a la típica ‘hockey mum’, Donald ‘Fuckin’ Trump ejerce de tipo con huevos, de vaquero que entra al saloon pegando una patada en la puerta, una versión si cabe más bizarra de lo que se venía cociendo en diversos sectores de la sociedad norteamericana.

En sus mítines se infiltran, como quienes van a un safari, periodistas y escritores que documentan los sucesos de lo que, sugerirían, responde a una realidad alterna o lejana, aunque más bien parecería calcadita a un programa de Jerry Springer o de Cops, quizás con unos grados más de hiperrealismo. Uno de ellos, Dave Eggers, apunta en su artículo para The Guardian una de las claves para entender al personaje y su audiencia, más atraída por la catarsis con el líder que por sus palabras o sus posiciones políticas concretas: “Si mañana dijera que son los canadienses, y no los mexicanos, los violadores y vendedores de drogas y que el muro debería construirse en esa frontera, nadie pestañearía, sus porcentajes de aceptación no variarían, porque no hay posturas ni principios que les importen. Solo está el hombre, el nombre, la marca, la personalidad que han visto en la televisión”. El argumento explica la célebre frase del propio Donald, cuando el pasado enero dijo aquello de que “Podría matar a alguien y no perdería ni un solo voto”.

‘Te habla’ como si fuera el vecino de arriba y no tuviera mayor responsabilidad sobre lo que dice que el vecino de arriba

Sus catorce temporadas al frente de ‘The Apprentice’, el popular reality show donde los concursantes ponían a prueba sus habilidades para los negocios, permitieron que Trump no solo cultivara una imagen de triunfo que va más allá de lo que dice o hace, sino el manejo de un liderazgo carismático emparentado con esta larga tradición de fundamentalismo político-religioso y su discurso a la defensiva. Trump gesticula, exagera, hace bromas de cosas serias, pasa por encima de cualquier dato factual, se contradice y elabora teorías ridículas pero, sobre todo, ‘te habla’ como si fuera el vecino de arriba y no tuviera mayor responsabilidad sobre lo que dice que el vecino de arriba. Y su electorado, que como cualquier electorado, transita entre el plató televisivo y la escena política, actúa como si todo ocurriera en el altar catódico y en cualquier momento pudiera ponerse a llorar o a hacer zapping. El muñeco, a fin de cuentas, es intercambiable, lo más dudoso es que decaiga la larga tradición de la estulticia, ¿qué seríamos sin ella?

La historia describe varias décadas de la vida de Forrest Gump, un nativo de Alabama que sufre de un leve retraso mental y motor

‘Forrest Gump’ es una película estadounidense cómico dramática estrenada en 1994. Basada en la novela homónima del escritor Winston Groom, la película fue dirigida por Robert Zemeckis y protagonizada por Tom Hanks, Robin Wright, Gary Sinise y Sally Field. La historia describe varias décadas de la vida de Forrest Gump, un nativo de Alabama que sufre de un leve retraso mental y motor. Ello no le impide ser testigo privilegiado, y en algunos casos actor decisivo, de muchos de los momentos más transcendentales de la historia de los Estados Unidos en el siglo XX, específicamente entre 1945 y 1982.

El filme difiere sustancialmente de la novela en que se basa, entre otras cosas en la propia personalidad del protagonista y en los diversos eventos en los que se ve envuelto. La filmación se realizó en 1993 principalmente en los estados norteamericanos de Georgia, Carolina del Norte y Carolina del Sur. Se usaron numerosos efectos visuales para integrar al protagonista en imágenes históricas reales y recrear otras escenas. En el apartado sonoro la película usa numerosas canciones propias de cada época que en ella se retrata, una recopilación musical que en su salida comercial como álbum fue todo un éxito gracias a las ocho millones de copias vendidas en todo el mundo.

La Biblioteca del Congreso de EE UU la preservó en el National Film Registry por ser “cultural, histórica o estéticamente significante”

Estrenada en Estados Unidos el 6 de julio de 1994, ‘Forrest Gump’ recibió alabanzas de la crítica especializada y fue un gran éxito de público, pues se convirtió en la película más taquillera del año en Norteamérica y recaudó en todo el mundo 677 millones de dólares. La película fue galardonada con los premios Óscar a mejor película, mejor director (Robert Zemeckis), mejor actor (Tom Hanks), mejor guion adaptado, mejores efectos visuales y mejor montaje. Recibió otras muchas nominaciones y premios, entre ellos los Globos de Oro, los premios People’s Choice y los Young Artist. En 2011 la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos seleccionó ‘Forrest Gump’ para ser preservada en el National Film Registry por ser “cultural, histórica o estéticamente significante”.

Mientras espera sentado en una parada de autobús, Forrest Gump comienza a relatar la historia de su vida a diversos extraños que se sientan junto a él. Su narración comienza por la infancia, cuando tuvo que llevar unos aparatos ortopédicos en las piernas que provocaron el acoso y la burla de otros niños. Él vivía con su madre en una casa en el campo en la que alquilaban habitaciones. Allí Forrest enseñó a uno de los huéspedes, un joven Elvis Presley, a bailar de una forma peculiar que luego este haría mundialmente famosa. En el bus escolar durante su primer día de clase Forrest conoce a Jenny, de la que se enamora inmediatamente y de la que se hace su mejor amigo. También en su infancia Forrest descubre que es capaz de correr muy rápido, una habilidad que impresiona al entrenador de fútbol americano Bear Bryant y que le permite ingresar, a pesar de su leve retraso mental, en la Universidad de Alabama. Allí es testigo de la Parada en la Puerta de la Escuela que protagonizó George Wallace en 1963. En esa época también es seleccionado por el equipo All-America de fútbol y conoce en persona en la Casa Blanca al presidente John F. Kennedy.

Cuando su pelotón cae en una emboscada, en Vietnam, Forrest consigue salvar, gracias a su veloz carrera, a numerosos compañeros

Tras graduarse en la universidad, Forrest se alista en el ejército de los Estados Unidos, donde se hace íntimo amigo de Benjamin Buford ‘Bubba’ Blue, un afroamericano con el que acuerda probar suerte en un futuro en el negocio de la pesca de gambas. Ambos son enviados a la guerra de Vietnam y estando allí Forrest se da cuenta que Jenny aparece en una edición de la revista erótica Playboy. Cuando su pelotón cae en una emboscada, Forrest consigue salvar, gracias a su veloz carrera, a numerosos compañeros, entre ellos a su teniente Dan Taylor, pero no puede evitar la muerte de su amigo Bubba. El propio Forrest resulta herido en la acción, pero su valentía es reconocida con la Medalla de Honor, que le entrega en persona el presidente Lyndon B. Johnson.

Mientras permanece en el hospital recuperándose de su herida de guerra, Gump vuelve a encontrarse con el teniente Dan, quien ha perdido ambas piernas y está furioso con él por haberlo salvado en lugar de dejarlo afrontar su destino: morir en el campo de batalla al igual que todos sus antepasados. En Washington D. C., Forrest se ve inmerso en una enorme manifestación pacifista en el National Mall y allí se reúne con Jenny, que entonces forma parte del movimiento contracultural Hippie. Ambos pasan la noche caminando por la capital, pero a la mañana siguiente ella se marcha junto a su novio.

Alojado después en el hotel Watergate, una noche Forrest ayuda sin proponérselo a exponer el escándalo Watergate

En esa época Forrest descubre su gran habilidad en la práctica del ping-pong y comienza a jugar para el equipo del ejército de los Estados Unidos, con el que acaba compitiendo contra el equipo chino durante una gira de buena voluntad al país asiático. Vuelve a visitar la Casa Blanca, donde conoce al presidente Richard Nixon. Alojado después en el hotel Watergate, una noche Forrest ayuda sin proponérselo a exponer el escándalo Watergate. Gracias a sus ya entonces numerosas hazañas, Gump es invitado a un famoso programa de televisión, en el que coincide con John Lennon, y a la salida del cual vuelve a toparse con su antiguo teniente Dan Taylor, que ahora vive de la pensión del gobierno. Dan desprecia los planes de Forrest para comenzar en el negocio de la pesca de gambas y de forma burlona le promete que será su primer oficial en el barco si llega a tener éxito en esa empresa.

Empleando el dinero que ganó jugando al ping pong, Forrest compra un barco pesquero que bautiza con el nombre de Jenny y comienza así a cumplir la promesa que le hizo a su amigo Bubba, muerto en Vietnam. El inválido Dan también cumple su promesa y se presenta para ayudar a Forrest en el negocio. Al principio no tienen ninguna suerte en la pesca de gambas, pero gracias a los devastadores efectos del huracán Carmen, que destruye toda la flota pesquera competidora del barco de Forrest, la Bubba Gump Shrimp Company obtiene unas ganancias enormes.

Acertadamente invierten las ganancias del negocio pesquero en acciones de la compañía informática Apple y los convierte en millonarios

Dan finalmente le da las gracias a Gump por haberlo salvado de la muerte en la guerra. Entonces Forrest regresa a casa para cuidar de su madre enferma, que muere de cáncer poco después. El negocio pesquero había quedado en manos del teniente Dan, quien acertadamente invierte las ganancias en acciones de la compañía informática Apple y los convierte a ambos en millonarios.

Jenny regresa a visitar a Forrest y se queda un tiempo con él, circunstancia que este aprovecha para pedirle matrimonio. Ella se niega y acaba por marcharse una mañana, antes de que él despierte. Angustiado, Gump decide comenzar a correr y lo que al principio solo iban a ser unos kilómetros acaba por convertirse en una larguísima maratón de costa a costa del país que dura tres años, en el transcurso de la cual se convierte en una celebridad y atrae numerosos seguidores. Un día detiene súbitamente su carrera y decide regresar a casa.

En palabras de Tom Hanks, “la película es apolítica y por lo tanto no contiene prejuicios”, la cadena de televisión CNN le cuestionó

Allí recibe una carta de Jenny en la que ella le pide que se reúna con ella, lo que lo lleva a la parada de autobús en la que lo vemos al principio de la película. Ya en casa de Jenny, ella le revela que tienen un hijo en común, también llamado Forrest, y que está enferma de un virus desconocido. Ella le propone matrimonio y él acepta. Los tres regresan a la casa de Forrest en Alabama y organizan una boda pequeña a la cual asiste el teniente Dan, ya comprometido y con piernas nuevas de aleación de titanio. Jenny y Forrest contraen matrimonio pero ella muere poco después. En la última escena de la película, Forrest y su hijo esperan en la parada del autobús escolar en el primer día de escuela del chico. Mientras se aleja el autobús, Forrest padre se sienta en el mismo tocón de árbol en que lo hizo su madre el primer día que él fue al colegio y se queda mirando el vuelo de una pluma, la misma que aparece al principio.

En palabras de Tom Hanks, “la película es apolítica y por lo tanto no contiene prejuicios”. Sin embargo, en 1994 el programa de debate Crossfire, de la cadena de televisión CNN, debatió si el filme promovía valores conservadores o atacaba al movimiento contracultural de los años 1960. Thomas Byers, en un artículo para Modern Fiction Studies, afirmó que Forrest Gump era “una película agresivamente conservadora”. En el film no se tratan valores conservadores o políticos, aborda temas sobre la humanidad, sobre el respeto, la tolerancia y el amor incondicional… En Netflix volví a verla en esta víspera del 8 de Noviembre del 2020.

Uno de los mayores éxitos de Hollywood: no importa cuán grande sea la adversidad, el sueño americano está al alcance de todos

Se ha señalado que mientras Gump lleva un modo de vida muy conservador, su amiga Jenny lleva una existencia plenamente contracultural, con consumo de drogas y manifestaciones pacifistas, y que la boda final de ambos podría simbolizar una especie de reconciliación. En un artículo en el Cinema Journal, Jennifer Hyland Wang argumentó que la muerte de Jenny víctima de un virus desconocido “…simboliza la muerte de la América liberal y la muerte de las protestas que definieron la década de los 60”. También señala que el guionista del filme, Eric Roth, mientras desarrollaba el libreto a partir de la novela “transfirió todos los defectos de Gump y todos los excesos cometidos por los norteamericanos en los 60 y 70 hacia ella [Jenny]”.

Otras opiniones creen que la película pronostica la Revolución Republicana de 1994 y usa la imagen de Forrest Gump para promover sus valores tradicionales y conservadores. Jennifer Hyland Wang observa que el filme idealiza los años 50, como demuestra el hecho de que durante la infancia del protagonista no aparezca ni uno solo de los carteles que decían «solo blancos» y que eran muy comunes entonces, y revisita los años 60 y 70 como un período de cambio social y confusión. Argumenta que este marcado contraste entre décadas critica los valores de la contracultura de 1968  y reafirma el conservadurismo. Además, la película fue usada por políticos republicanos para ilustrar “una versión tradicionalista de la historia reciente” (de los Estados Unidos) y atraer votantes para su ideología de cara a las elecciones al congreso. Además, el candidato a la presidencia Bob Dole citó el mensaje del filme como una influencia en su campaña debido a que este “ha convertido [a la película] en uno de los mayores éxitos de Hollywood en toda su historia: no importa cuán grande sea la adversidad, el sueño americano está al alcance de todos.

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