Signos
Por Salvador Montenegro
Yo soy de los que creen que el Canciller, Marcelo Ebrard, financió, en efecto, con recursos del erario de la Ciudad de México -siendo su Jefe de Gobierno y a través de su entonces secretario de Finanzas, Mario Delgado, hoy dirigente nacional del partido presidencial-, lo que era, en la etapa decisiva de su desarrollo, el Movimiento de Regeneración Nacional, de donde surgirían el partido presidencial y el Presidente de la República, y que a eso deben sus posiciones Ebrard y Delgado, y se deben las aspiraciones sucesorias a también jefe del Estado mexicano, cual derecho propio, del Canciller.
Información, fuentes confiables y versiones creíbles sustentan esa idea particular. Y a partir de dichas certezas, que no dejan de ser relativas e hipotéticas, he publicado y suscrito lo que considero una verdad irrevocable, aun sin tener datos verificables y objetivos.
Lo condenable no es lo especulativo de tales versiones, que inundan la opinión pública. Sino que la denuncia editorial de tal financiamiento ilícito -el libro titulado “El rey del cash”- venga a cuento ahora no como una verdad periodística documentada, sino como lo que más bien parece una venganza pasional.
Porque si su autora, Elena Chávez, y su entonces pareja, César Yáñez, como fervorosos activos y militantes de la primera línea, conocieron y fueron testigos privilegiados del delito en las entrañas mismas del movimiento político y la causa y la candidatura presidencial que se financiaban -en efectivo- desde las arcas del Gobierno de la Ciudad de México, entonces han sido beneficiarios y cómplices de lo que hoy se denuncia de manera tan contundente y absoluta.
De modo que si el delito denunciado es cierto, la pobreza ética y de sustentación informativa y crítica de la denuncia -que la autora refiere como ‘testimonial’- poco lo acredita y, en cambio, acaso identifique otro delito o, cuando menos, un proceder tanto o más inmoral e ilegal que el que censura, en tanto que juez y parte.
SM