Signos
Por Salvador Montenegro
Si para el Presidente, como él mismo dice, la vida de los sicarios es tan importante como la de sus víctimas inocentes y los demás seres indefensos que pueden estar a su merced, entonces está convirtiendo el poder del Estado federal en un aliado y en un defensor de los criminales en contra de quienes más requieren la protección de la ley y de las instituciones del Estado de derecho debido a su vulnerabilidad frente a quienes viven de la impunidad, de la violencia y de las debilidades de la autoridad (cuya obligación constitucional esencial, como representante de los intereses generales en una nación democrática, es garantizar la paz pública y la integridad legal de los ciudadanos frente a quienes viven de la violencia y el crimen).
Si proteger la vida de los asesinos -que no sólo atentan contra los seres indefensos sino contra las instituciones armadas del Estado, las que están para combatir a los delincuentes armados que violan los derechos de los ciudadanos y atacan al Estado- es una prioridad pública mayor que la de acabar lícitamente con ellos (mediante las fuerzas armadas constitucionales con las que para ello cuenta el Estado en contra suya), entonces el jefe del Estado es un imbécil o está pretendiendo disfrazar su perversidad y su sociedad con el crimen en un argumento humanitario propio de analfabetos y de falsos redentores de los derechos humanos.
Porque no pueden considerarse iguales los derechos de una manada homicida y armada que ataca ciudadanos indefensos o soldados, que los de esos ciudadanos sin posibilidades de armarse y defenderse, ni los de los soldados, a quienes el Estado mismo ata las manos y los derechos para que sirvan de blanco de los criminales y de escarnio de los defensores rabiosos de los derechos humanos… de los asesinos.
SM