La disyuntiva de si los guindas obradoristas o los verdes del Niño Verde merecen tales o cuales cargos y el derecho al protagonismo político no habría que resolverla con diatribas especulativas de los especialistas en el análisis de la nadería. Sino con la evidencia indudable de si los unos y los otros sirven para algo más que para pelear por sus ambiciones personales en los lodos del mercado del poder como negocio y fuente capital de lucro desmedido. Porque no hay, en los antecedentes de ni uno solo de ellos, expediente ninguno de servicio público y mérito representativo del interés popular ni obra ejemplar de cambio institucional y mejoramiento social y transformación histórica que los distinga en la entidad caribe por encima de sus inermes opositores, los que quedan en sus filas partidistas tradicionales y decidieron no abultar la marea oportunista de del pérfido aliancismo de verdes y morenos hoy tan roto y exhibido en el aparador de las desvergüenzas nacionales que tanto ensucian el evangelio de la renovación moral y la transformación nacional. No hay, ni en un bando ni en el otro, ni en el verde ni en el de sus ahora adversarios guindas, un solo ser político que sirva y sea mejor que sus iguales priistas o panistas o de la pertenencia militante que se quiera y jure por su madre que su único objetivo en el poder es servir al pueblo, a su Estado y a su Municipio y al mismísimo Dios Padre, y no habitar en las pocilgas del poder sólo para beneficiarse de la corrupción y de sus vastos privilegios. Si algo mal ha hecho la idolatría popular en torno a Andrés Manuel en Quintana Roo y en el país ha sido la fanatización de un electorado masivo que creyendo que en su causa todo y todos los que se envuelven en ella son tan buenos y tan sabios como él, han llevado a las alturas del poder político a toda una manada de impostores y depredadores como los que hoy día violentan como nunca el destino de Quintana Roo.
SM