Signos
El general Cárdenas había tenido el liderazgo popular y el poder político más grande para imponer a un sucesor presidencial a modo que cumpliera con lo que él consideraba las prioridades nacionales de su tiempo, como la recomposición de las relaciones con Washington lastimadas por la expropiación petrolera decidida por él. Y, en efecto, lo impuso, pero por la vía del fraude electoral, porque los comicios de entonces favorecieron al opositor Almazán en contra del oficialista Ávila Camacho. (Suele decirse que con su paisano y compadre Mújica como el elegido, esas elecciones se hubiesen ganado de calle. Pero Mújica era de un izquierdismo demasiado radical que hubiese, más bien, atentado contra el proyecto cardenista perfilado, sobre todo, en la lógica de la guerra mundial que se vislumbraba. A Cárdenas le salió bien su decisión sucesoria en el orden geopolítico y bilateral, aunque no en lo que hubiese deseado para su programa social, que se fue pervirtiendo en la corrupción y la demagogia de la institucionalización política -o las reglas no escritas del totalitarismo unipartidista- que se impuso de manera fáctica y haciendo de la Constitución y de los Poderes del Estado meros instrumentos al servicio del llamado, diría Cossío Villegas, “estilo personal de gobernar”.
En el contexto de la democracia de hoy día, Andrés Manuel decidió la mejor fórmula de legitimación democrática de su elegida a sucederlo sin poner en riesgo la propia legitimidad de su abrumadora e histórica popularidad. Decidió los mecanismos estratégicos de propaganda, de opinión pública, de comunicación política y difusión social de su liderazgo, de su proyecto de nación y de su propuesta sucesoria y de continuidad de su causa histórica, afianzando la influencia de su fuerza carismática y sus alternativas de la mayor aprobación popular (sus obras de infraestructura, sus iniciativas del Bienestar, su activismo presencial ininterrumpido en todas partes y a todas horas, su austeridad personal y gubernamental, su cercanía con las comunidades, su interlocución inteligente con los empresarios, y sus cotidianas y mañaneras contiendas informativas y contestatarias con los poderes mediáticos de los grandes grupos económicos, y las que lograron apoderarse de enormes y decisivos sectores de audiencia y de electores) que fueron capaces de someter y doblegar todos los recursos de guerra en su contra de una oligarquía que había sido provista por el Estado, durante décadas a su servicio de monopolios intocables, de algunos de los medios de comunicación, enajenación y adoctrinamiento ideológico de los más influyentes en nación alguna sobre la Tierra, y sin tener que ejercer sobre ellos medida ninguna de represión, censura y condicionamiento (en tanto que en el ámbito radioeléctrico todas las frecuencias son de propiedad pública y habría argumentos de sobra para cancelar concesiones, por ejemplo), y convirtiendo la ira y el ataque intelectual y periodístico mejor financiado que nunca y jamás ejercido contra otro poder político con tal vehemencia y libertad para hacerlo, en la mejor de las armas que hicieron el búmeran del enemigo y el aplauso del público masivo convocado por el Presidente como el verdadero destinatario de las ofensas de sus adversarios “machuchones”.
Determinó a su albedrío el proceso de selección de candidatos de su partido y lo hizo de modo irrefutable frente a las confusiones, enredos y descartes de los opositores para optar por un perfil presidencial emergente al mismo tiempo aceptable en las urnas y a la medida de los intereses de sus patrocinadores. Los hizo polvo de olvido exhibiendo sus contradicciones históricas y sus imposturas y mentiras y vacíos ideológicos; su naturaleza clasista, rapaz y depredadora de la nación. Y gobernará el país, como nadie antes que él en Mexico, hasta el último momento de su mandato constitucional.
Se le acusa de militarizar el país porque ha encargado a las Fuerzas Armadas funciones civiles en sus proyectos fundamentales de obra pública y la gestión administrativa en aduanas, puertos, aeropuertos y recintos estratégicos antes dominados por la corrupción y el hampa. Pero esas operaciones, por demás exitosas en términos de economía de recursos y eficiencia institucional, ¿suponen, en efecto, una supremacía militar en la jerarquía y las decisiones de Estado, que es lo que implica la militarización en tanto control y sometimiento de los procesos civiles de la democracia? En todo caso el ‘error’ obradorista relativo al sector militar habría sido no fortalecer más su presencia en la seguridad pública y contra la expansión armada del narcoterror, lo que se explica por sus precauciones políticas y de imagen frente a las bajas previsibles de los enfrentamientos directos, que irían a su cuenta como promotor de guerras similares a las declaradas por la Presidencia calderonista como alternativa única frente a la descomposición generalizada de todas las autoridades del país, cuya ingobernabilidad desplegó la impunidad absoluta y la multiplicación incontenible de las células delictivas. Andrés Manuel no ha querido pagar el precio de las condenas por violaciones a los derechos humanos; se mermarían su prestigio de pacifista y sus altas calificaciones de popularidad y de campeón electoral. Que se maten entre ellos los criminales y maten a otros y hagan correr la sangre del país con su propio poder de fuego, pero que ni una gota se le atribuya al poder militar del Estado a menos que sea por una extrema e ineludible provocación de los sicarios. Sabe muy bien, además, que en los Estados y los Municipios es imposible remar contra la corriente impetuosa de la corrupción política, policial, ministerial y judicial donde las bandas del crimen hacen sus negocios a la luz del día, y que los procesos penales contra sus jefes no pueden prosperar en ningún nivel del Estado de derecho. Mejor no meterse en eso. Y tal ha sido uno de los dos grandes pasivos presidenciales que se legan a la sucesora, quien o lo remedia o se hunde con él, porque la situación no da para más como el principal problema del país. El otro es el de la educación. Aunque si alguien puede ser consciente de la pobreza educativa que afecta el sentido crítico de las mayorías y la calidad representativa de casi todos los liderazgos populares con sus cada vez más contadas excepciones, es la doctora en Ciencias y virtual Presidenta de la República. La cuestión es que ni Andrés Manuel ni Claudia Sheinbaum parecen haberse propuesto, entre sus reformas esenciales, la de la educación, y, sin ella, no puede haber electorado ni democracia que prosperen de manera estructural.
Pero lo cierto es que el liderazgo presidencial saliente ha jugado sus cartas políticas como nadie en la historia. Ha ganado cuanto se ha propuesto. Prometió redimirse de los atropellos de la Corte y de su insolencia interpretativa, dolosa y mayoriteada de la ley contra toda disposición presidencial asumida como una lombarda enemiga; aseguró que lo haría con un dominio absoluto e irreplicable de su causa política en las urnas, y lo ha cumplido. Y ante los ataques de la doliente oposición mediática por las debilidades del tipo de cambio acusadas al triunfalismo declarativo de Andrés Manuel en torno a la reforma judicial, el Presidente y su sucesora han promovido una respuesta consecuente con la estabilidad de la transición, que además lo es con la estabilidad económica y política conseguida en el curso del obradorismo presidencial.
Claudia Sheinbaum no tiene la gracia del carisma pero tampoco los compromisos de la idolatría popular. Tiene a su favor la serenidad intelectual y la racionalidad científica asociadas a un compromiso ideológico y a una lucha social sostenida y perdurable, que la harían capaz de imponer un federalismo que se hiciera valer en lo esencial contra las autonomías corruptas y los arribismos temporaleros que han infestado y degradado la causa militante de la regeneración moral obradorista. Debería saber resolver la contrariedad del mayoriteo reformista necesario y el clientelismo disolvente del oportunismo mercenario morenista. Y tendría que hacerlo, si con un modo tan radicalmente distinto de personalidad espera obtener éxitos de gestión política y económica de las dimensiones de su mentor y predecesor, el que con tan diestro manejo de sus habilidades y un estilo personal de gobernar tan único en el mundo está haciendo posible una transición del poder superior del Estado nacional sin perder ni un ápice de ese poder y justo en los términos que siempre se propuso.
SM