El nuevo ideario

Signos

Espléndido, sorprendente y un tanto preocupante. Todo eso. Por ahora.

Porque al ‘pueblo bueno y sabio’ del discurso obradorista -pero poco letrado en la realidad masiva de las concentraciones políticas mayoritarias y la propaganda popular y militante- le sientan bien las oratorias y las prédicas provocadoras y a ras de idiosincrasia y chanzas y dichos populares compartidos a que lo acostumbró su carismático ídolo macuspánico, pero no tanto los mensajes de valor informativo y de alto contenido, como el de las grandes propuestas comprometidas y ennumeradas por la Presidenta Sheinbaum en su primer discurso abierto al público reunido en la Plaza de la Constitución y al de la cobertura de los medios de comunicación.

El programa anunciado, de entrada, es revolucionario y advierte una verdadera transformación nacional de dimensiones mayores a la recibida. Es sistemático como ninguno en la historia. Es concreto, calculado y de base científica y estratégica. No hay nada en él que se advierta retórico, demagogo e imposible. Es el programa de una sólida inteligencia visionaria que si bien se percibía, no se conocía tan abarcadora y entendedora de los temas nacionales esenciales y de las respuestas necesarias para el impulso del país.

De lo ideológico, estructural y constitucional, a lo específico y determinado de las obras prioritarias y las acciones y reformas sectoriales en todos los ámbitos y flancos de la economía (estabilidad, crecimiento, inversión, austeridad, etcétera), el desarrollo social, la seguridad, la preservación ambiental, la diplomacia, la justicia de género, la innovación tecnológica, la ciencia y la cultura, la Presidenta ha repasado en cien compromisos enunciados el futuro posible de una gestión republicana agendada con la mayor precisión académica y pedagógica. Y ha semblanteado diferencias sustantivas con su antecesor en ciertos segmentos fundamentales que, sin embargo, no refieren una potencial ruptura sino una brillante postura discreta y vanguardista de cumplimiento de objetivos no planteados antes mediante estrategias ni siquiera concebidas por su también mentor político y gestor decisivo de su ascenso al mandato presidencial.

Sheinbaum y su liderazgo están en camino de consolidar y mejorar sus propios modos personales de comunicación con la opinión pública y la diversidad política y poblacional, bordeando las resistencias que pudiese oponer a una interlocución distinta la heredada por la identidad popular de Andrés Manuel; un modo de ser y de comunicarse que si bien lo vinculó como nadie desde las alturas del Estado con las grandes mayorías del pueblo, también le complicó, a menudo, el entendimiento y la relación con importantes dirigencias y sectores políticos, empresariales, sociales, internacionales y diplomáticos no afines a su tozuda manera de defender sus ideas.

El carisma de Sheinbaum estará definido, al parecer, por la autoridad programática y nada eventual o espontánea de sus ideas y donde la confianza popular y el relajamiento en el trato con las comunidades se irá ganando con su posicionamiento en el control del poder político y el éxito progresivo en el avance de su agenda de Gobierno. Y si bien no goza ni gozará de la comunión de su predecesor con las mayorías menos favorecidas y letradas, lo superará en otro tipo de relaciones no menos importantes y donde Andrés Manuel tuvo más desencuentros que saldos productivos.

Ahora sí la educación será una prioridad del Estado nacional, porque es a ella a la que debe su ascenso académico y político la Presidenta, formada en una familia consagrada al conocimiento científico y a la lucha por la justicia social. Y acaso sea ese el mayor de los éxitos transformadores para el país y una de las mayores diferencias de propósitos con su antecesor. Pretende una revolución educativa, estética, cultural y formativa de la nueva conciencia crítica y cívica nacional comprendida en todos los niveles escolares, al tiempo que se transforman los procesos tecnológicos de la enseñanza y se desarrolla sobre bases modernas la producción y la competitividad nacionales. Porque no se puede aspirar a ser potencia económica y democrática si no se crece como potencia cognitiva, dice. Y no se puede aspirar a nada de valor si la delincuencia se impone a la justicia. Y por eso, dice, la pinza de los procesos de abatimiento de la violencia y la inseguridad es determinante, fortaleciendo la actividad policial y militarizada de la Guardia Nacional, y elevando a niveles superiores de eficacia y aptitud la capacidad de los organismos de investigación e Inteligencia civiles y militares, y la competencia y la coordinación de todas las Fiscalías y demás instituciones policiales y ministeriales cuya cualidad favorezca y complemente el abatimiento de la impunidad en ellas y en el Poder Judicial.

Sí, la conexión comunicativa con el pueblo de la nueva jefatura del Estado nacional puede estar bajando sus estándares en este inicio del nuevo mandato. Pero en el ideario del relevo obradorista eso pierde importancia si los nuevos cometidos educacionales del Gobierno federal incluyen la elevación conceptual de las nuevas generaciones populares. No tendría que ser un suceso inédito. El potencial económico e innovador chino se disparó con la transformación educativa integral impulsada por el liderazgo innovador de Deng Xiaoping en un par de generaciones. Es la utopía de Claudia pero desde una perspectiva antirreeleccionista, democrática y libre de atavismos ideológicos. Innovación y digitalización para el humanismo, dice, no para la perversión espiritual y cultural. Y lo mismo para la salvación ambiental y para combatir la inseguridad y asegurar la justicia y la paz social como fundamentos civilizatorios.

Parece haber claridad y carácter en el nuevo liderazgo mexicano. Y que Andrés Manuel fue muy sabio y visionario en su elección y su estrategia para dejar la continuidad de su legado en alguien que en su primer día en el ejercicio del poder se ha visto tan bien. Acaso esa sea la mayor de sus victorias.

Y acaso no habría que preocuparse tanto por el caudal de bichos militantes que ha inundado la corriente del obradorismo, como la plaga verde, los Yunes y tantos otros oportunistas que a cambio de impunidades y residuos gananciosos hacen ganar constitucionalidades necesarias impensables de otro modo, porque la política no es el quehacer del bien sino del poder, bien o mal intencionado. Que de algo sirvan esas lacras, dirá Claudia. O que cuando el poder emergente y renovador del obradorismo se eleve con fuerza propia, ya se verá el muladar alternativo de la democracia en que haya que ponerlos, si es que la inconformidad no los hace oposición de nueva cuenta.

SM

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