El partido soy yo

Y en la lógica de la democracia callista puede ser que ‘si gracias a mí suben, también cuando me convenga a mí los bajo porque al fin y al cabo me la deben y así son y no podrían ser otras las reglas de este juego de poder donde el partido soy yo. Nada de que me voy de la fiesta del rancho antes de tiempo y a la hora que me da la gana porque me fue mal y puesto que me invitan a otro compromiso donde me puede ir más mejor. Nada de eso. No señor. Así no. ¿Pues quiénes se creen que son ustedes? Escuchen bien y de una vez por todas: así como doy, quito. Y hasta al bote pueden ir a dar con sus frívolas ambigüedades partidistas y electoreras si así se me apetece, que al fin y al cabo tienen todos, y de sobra, cola que les pisen. ¿Y los trenes?… ¿Qué pinga con los trenes?… Pues los trenes van por donde el trazo dice, y si no caben por el trazo ese, ¿qué más da?… se cambia el trazo y punto, caigan los árboles que caigan y cueste lo que cueste, que para eso hay pueblo de sobra aplaudiendo en la repleta galería lo que bien o mal hace uno pensando antes que nada en ese pueblo fervoroso que por eso mismo le celebra todo y de manera atronadora a uno, como apenas unos cuantos otros pueblos lo hacen en el mundo con sus dirigentes. Porque ¡con el pueblo, todo, y sin el pueblo, nada!, ¿qué no? Así de auténtico y así de simple. ¿No es eso, acaso, lo que manda una democracia hecha y derecha? De modo que en esta nuestra circunstancia de los trenes, bien se pueden ir por un sendero o por el otro, y bien pueden subirse todos los aspirantes a todos los carros del poder, ¿cómo que no?, siempre y cuando el que dispone de ellos quiera, pero no bajarse donde y cuando a cada cual se les ocurra, hoy aquí y mañana allá y luego acullá. Porque hay reglas. Y ese tren del sacro pueblo no es ni puede ser, faltaría más, para el uso de la chusma oportunista ni un mero y electorero objeto para el relajo. Así que vayan buscadores de candidaturas de un partido a otro pero allá, entre los opositores conservadores, está bien, pero eso nunca será aquí, donde sea el candidato que sea, su fuerza representativa y popular no la pone él, ni nadie, sino yo. Y al que no le guste el fuste, que no quiera venir a cambiar las reglas de nuestra unívoca y personalísima democracia, donde yo los hago y yo los crezco y yo les digo -de viva voz o por la de Adán Augusto, mi resonancia en Gobernación- dónde y cuando canten para sí mismos y cuándo y dónde para quien les diga yo. ¿Ok.? Pues así es esta democracia que ahora priva en México. Salud, pues, y bienaventurados sean los que creen que gracias a mí y con el pueblo que me sigue, pueden ganar en ella. Y los que no, no’.

SM

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