Las poblaciones de nativos en los territorios mexicanos anexados a la Unión Americana fueron reducidas al mínimo por el exterminio expansionista bajo los principios de la supresión de los obstáculos culturales propios del indeseable primitivismo indígena y la inferioridad racial, y del más vertiginoso y eficaz control colonialista de los conquistadores ‘americanos’. ¿Y por qué dicho expansionismo anglófono no se extendió por el resto de los territorios sureños del Río Grande si sobraba el poder de fuego para hacerlo por encima del obligado mapa del Tratado de Guadalupe Hidalgo? Pues porque los cálculos de una campaña de exterminio de esas dimensiones la hacían impensable en términos logísticos y presupuestarios para los administradores del Estado de la Unión que se configuraba, y tampoco eran colonizables sus territorios porque la población que los habitaba “no era deseable”, como consta en papeles de debates parlamentarios ‘americanos’ de su tiempo, y menos podrían ser compartidos si las poblaciones sureñas de la muy ampliada y nueva Unión, tan supremacistas que se alzaron luego en la bestial carnicería que fue la guerra civil contra la iniciativa de Lincoln de abolir la esclavitud (que pese a todo no impidió que persistiera la aberrante y violenta discriminación constitucional contra los negros hasta un siglo después, ni que su genética cultural se mantuviese invariable hasta hoy día en la idiosincrasia y los hábitos y la cotidianidad de importantes e influyentes grupos segregacionistas seguidores de liderazgos nacionalistas, fascistas y fundamentalistas como el de Trump) eran las poblaciones que habrían de convivir con las comunidades mexicanas anexionadas. ¿De verdad aceptarían los ‘confederados’ racistas del Sur la incorporación de México como el Estado Libre Asociado que es Puerto Rico de la Unión Americana y que ‘liberaron’ del Imperio español al que también arrebataron la punta oriental cubana de Guantánamo mediante la guerra que se inventaron con el autohundimiento del “Maine” frente a las costas de Cuba y que hizo de Estados Unidos, que en esa misma guerra se hizo de Guam y otras posesiones españolas en el Pacífico, una potencia imperial y la llamada ‘policía del mundo? Eso dice querer el bocón de Donald Trump que sea México, en tanto que, al igual que Canadá, asegura, vive del subsidio ‘americano’. La pregunta entonces es: ¿los imperios no son imperios porque han convertido a sus colonias en fuentes de financiamiento de sus sedes y metrópolis imperiales? Porque si no, ¿para qué anexárselas, si a final de cuentas las van a financiar y a subsidiar sólo con el bolsillo fiscal de los contribuyentes locales? ¿No el negocio de los imperios es el saqueo y no al revés: la dádiva para la holgada y feliz manutención de sus territorios periféricos? ¿No se hicieron potencias bélicas para el avasallamiento y la conquista consecuente y el estatus de la buena vida moderna y civilizada y ejemplar? ¿Y no las define ahora la hipócrita propaganda de todo lo contrario: la de potencias democráticas y pacifistas defensoras de los derechos universales del hombre y los derechos humanos y de los pueblos abatidos por la tiranía, la ignorancia, el hambre, la incivilidad, el atraso, la injusticia y el sometimiento al dominio y la explotación de los jerarcas autócratas y poderosos como los que tanto defienden en los territorios sauditas del Medio Oriente petrolero? ¿Y no las define el combate suave o a rajatabla contra los éxodos migrantes que buscan sus remansos democráticos huyendo de sus tierras arrasadas por los legados sangrientos de infamia y de ignominia de los imperialistas y sus colonizaciones y legados de tragedia y de devastación donde ahora las opciones son las del terrorismo integrista o las del autoritarismo o las del sectarismo político o las de las soberanías populares en ciernes que deben enfrentar las bravatas imperiales de un neoanexionismo nacionalista y fascista y farsante que quiere hacer confundir el culo con las témporas de la subsidiariedad imperialista?
SM