Signos
¿Cómo convencer al electorado obradorista mayoritario de no elegir a ciegas a la candidata a gobernadora que se arropa con el color del partido presidencial y en la que olfatea el olor a santidad del Presidente mismo (ni que votar en su contra no anula los beneficios de los subsidios de los programas sociales que en buena medida orientan el sufragio hacia cualquier opción del partido guinda)?
Tal es el mayor problema de la oposición, por más que casi todos sus candidatos son de la misma especie moral, si bien todos ellos no son tan rapaces, ni tan incompetentes en el ejercicio del poder político o de la administración de Gobierno.
¿Cómo convencer al electorado decisivo de que lo que entraña el color y la causa del partido presidencial en las urnas por la gubernatura de Quintana Roo es el más devastador atentado político contra la entidad y contra el destino de sus mayorías populares, incluidos, por supuesto, los sectores favorables al liderazgo presidencial?
Al Presidente le conviene la sucia alianza con el dueño del Partido Verde porque le garantiza un puñado de votos parlamentarios para sus reformas prioritarias y la viabilidad de sus principales proyectos de inversión federal, como el Tren Maya y el aeropuerto de Tulum, más el control de otros intereses estratégicos, nacionales y personales, en un territorio de tanta rentabilidad económica y turística como el de Quintana Roo.
Al Presidente le importa la salvación de los propósitos, las obras y las reformas que consoliden la popularidad de su imagen y preserven su trascendencia con el triunfo electoral de quien elija para las elecciones presidenciales del 24. Y no tiene escrúpulo ninguno en ofrecer, por tanto, entidades federativas, representaciones diplomáticas y otros sectores fundamentales del Estado nacional, a personajes y mafias tan objetivamente catastróficas y enemigas del interés público y del país, como la del Partido Verde, dueña de la candidatura gubernamental de quien ha presidido el Municipio cancunense sólo para hacer grandes negocios privados, entregarlo a los grupos del narcoterror, y hacer de la corrupción institucional todo lo contrario que dice defender el discurso de la regeneración moral.
El Presidente ejerce sin atajos de ninguna especie, ni la menor consideración sobre contradicciones y negaciones de su arriesgada apuesta retórica contra la corrupción, lo que se llama la real politik, o el pragmatismo funcional y de resultados propagandistas concretos del ejercicio del poder.
Importan sus resultados personales superiores. Lo demás, es asunto de los demás.
Y así, defiende proyectos nacionales definitivos y necesarios, como la reforma eléctrica, el programa petrolero y energético de control estatal, y la política económica y financiera de estabilidad y no endeudamiento; pero, en una equivoca postura de brazos cruzados ante la violencia y la inseguridad, deja que el país siga siendo ensangrentado por el crimen, como seguirá ocurriendo en Cancún, el Caribe mexicano y todo Quintana Roo, si el Verde y su candidata se adueñan de la entidad con la absoluta venía presidencial.
Porque no habrá paz ni justicia en un pueblo de electores sin educación ni civilidad ni cultura democrática.
Y entonces no hay manera de cambiar el curso de las cosas.
¿Cómo hacer, entonces, que el electorado mayoritario no vote el próximo junio por lo peor, pensando que es lo mejor?
Esa, es la cuestión de las campañas de los menos malos.
Y no hay manera de creer que la ‘honda de David’ -o del doctor Pech- hará el milagro.
SM