La causa anticorrupción

Signos

Por Salvador Montenegro

La cuestión no es si Andrés Manuel es tan buen líder como Cárdenas o como Juárez, o como el más ejemplar que sus partidarios y admiradores o quienes crean seriamente que lo es, quieran.

El problema es que, si lo es, no puede solo contra la invencible multitud -acumulada día con día por la atracción fatal de la conveniencia- de quienes son exactamente todo lo contrario de él, y medran, al amparo de su invicta popularidad, merced a la impostura de compartir su causa anticorrupción.

Porque los males estructurales demandan soluciones estructurales. Y el de la corrupción institucional es como el de la perversión democrática: no se resuelve incrementando militancias ocasionales con tránsfugas masivos de la criminalidad política que salen de sus desprestigiadas cloacas partidistas para sumarse al carro en boga de la resurrección y el cambio histórico, cuyo único activo ejemplar sería su maquinista y acaso dos o tres, si mucho, de sus garroteros.

Las transferencias de una marca a otra no son depurativas, como no lo son tampoco, por creyente que se sea, las aguas benditas del Jordán y las de las pilas bautismales, por las que han pasado pederastas y sádicos de la más repudiable especie.

Los infiernos de la incivilidad exigen la revolución ética, estética y humanística del Logos y las aulas en todos los niveles, cual principio de una nueva conciencia individual y social verdaderamente perdurable y transformadora, o las proclamas anticorrupción serán de barro y de alcances tan limitados y efímeros según sean barridos y desaparecidos por el vendaval del ‘cambio democrático’ siguiente, en la lógica de que, en la incivilidad, los liderazgos históricos son producto del milagro y de la suerte inesperada que ocurre en lapsos seculares y en largos ciclos astrales, y de que derruir sus legados olvidables es tan fácil y rápido como anunciar las fantasías del Nuevo Mundo siguiente.

No es fortaleciendo la causa anticorrupción con todas las delegaciones militantes conversas (miles y miles de ‘lacras’ trashumantes) que han vivido de la mala vida política e institucional y han alzado sus fortunas desmesuradas en ella, que se acabará con ese cáncer estructural de la cultura.

Porque si el PRI era un factor fundamental del mismo, el PRI se ha trasladado casi en su totalidad con sus mejores dirigencias y militancias, y se ha secado por completo para nutrir la causa anticorrupción cantada a toda hora por el Presidente.

Porque, como dijera su paisano tabasqueño y emblemático líder de la corrupción priista, Roberto Madrazo, el priismo no está en crisis ni en tránsito de extinción, sólo se ha transformado en su ‘cuarta transformación’, o convertido en el morenismo del Morena contra la corrupción.

¿No es consciente de este axioma el jefe máximo y osado cartaginés macuspánico contra la mala vida pública?

Cárdenas o Ruiz Cortines han sido de los mandatarios mexicanos más austeros y menos corruptos de la historia, pero jamás hubieran creído en el milagro de la sanación idiosincrática y política sólo por disposición personal y por decreto, y sólo durante el ejercicio venturoso y mágico de un solo mandato constitucional.

Se pusieron manos a la obra para mejorar las malas condiciones de la educación pública y vencer el analfabetismo, pero la corrupción magisterial, como motor político del partido presidencial, elevaba sus horrores de envilecimiento escolar y de la vida entera nacional.

No pudieron con la contradicción instalada entre la política y el progreso cifrado en el espíritu ciudadano civilizado y crítico.

Andrés Manuel no ha tocado el nicho atómico de la corrupción. Y con militancias febriles de lacras partidistas consolidadas en el poder del Estado y pronunciándose a su vera contra la peor patología histórica de México, lo que está fortaleciendo es a las patologías asociadas de cobertura y propaganda: la demagogia y la simulación.

SM

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