La democracia regresiva

Signos

Basta decir que no, que los suyos no son actos anticipados de campaña, y ya está: todo legal y legitimado; y que no se trata de candidatos formales haciendo propaganda electoral a diestra y siniestra para convocar antes de tiempo el sufragio del universo general de potenciales votantes, sino sólo declaraciones y mensajes desinteresados y sin malicia proselitista ni engaño alguno, por más que refieran una autoproclamada grandeza propia y del movimiento bíblico al que se pertenece o al que se arriba en la goleta del más pérfido oportunismo regional y que hará el mejor de los mundos imaginables, pero dirigida toda esa melcocha demagoga no más, y sin ninguna otra intención ni destinatario distinto, de veras, que las militancias correligionarias ya convencidas del milagro de la redención infinita que significa el aspirante nominado por sus cúpulas aliadas sólo para integrar los esfuerzos de su organización en su ámbito territorial y no, de ninguna manera, a una candidatura o a un cargo de representación popular porque no, no señor, eso está prohibido por la ley electoral que es muy estricta y castiga todo acto exhibicionista y toda diatriba y todo anuncio de pretensión de poder político más allá de los inviolables límites de la comunidad correligionaria plenamente identificada por todos y por la autoridad electoral, y entonces cántense todas las blasfemias y ofrézcanse todas las virtudes que no se tienen y hágase cumplir la rectoría democrática sin proponer nada de valor, si es que alguna propuesta de valor se tiene, antes del calendario establecido, y ya: habrá candidatos narcisos de puro gym y aparador e incontables y constantes imágenes risueñas y prometedoras con los más necesitados de siempre, y malandros en campaña como los que hacen su agosto en la entidad caribe y la saturan de violencia y marginalidad, embutidos en nombramientos partidistas de bisutería y ladrando consignas mercenarias y abanderando causas y obras de liderazgos superiores a los que se arriman, con los que se toman fotos, en cuyas banderas se envuelven, a los que tanto desprestigian y en los que menos que en nadie creen. Pero todo dentro de la tutela de la autoridad y la regulación electorales de las fechas límite y las consabidas paridades de género y no de prestigio, que permite toda suerte de circos con payasos y proclamas inservibles. Y censura actos anticipados de campaña donde pudieran advertirse, con tiempo y suficiencia para el debate crítico mayor y el discernimiento público verdadero, ofertas y aptitudes expresivas de defensa de sus verdaderas competencias y sus proyectos de mandato.

La ley electoral está a la altura de la democracia y de los liderazgos ‘alternativos’ que se están produciendo hoy día: cínicos trepadores que se suben al tren de la popularidad ajena, cantan sus nuevos himnos morales y hacen que el futuro se advierta como el fin de la efímera esperanza y el retorno al reino de lo mismo. No hay nadie en el entorno local con discurso y oferta propios y sobresalientes. O se ataca o se defiende el régimen y el liderazgo presidenciales. Se siguen las letanías enemigas del obradorismo o se entonan de su lado las mismas letras, los mismos decálogos, los mismos dichos incansables de la continuidad transformadora de los beneficiarios verdemorenistas. Sólo eso. Y más allá del chistosismo galvista opositor en la disputa por la sucesión presidencial y de la anarquía constitucionalista que promovió la momentánea ingobernabilidad en Nuevo León e impidió el proyecto de candidatura del partido Movimiento Ciudadano con el -de nueva cuenta ahora- gobernador nuevoleonés, Samuel García, el debate político local y nacional es tan inocuo como la plana grisura de los perfiles contendientes. Andrés Manuel hace la faena editorial y los titulares de la vida política mexicana. Y más allá de sus iniciativas, sus obras y su carisma, el desierto y la nada hacen la opinión pública, sólo conmovidas por el estruendo de la violencia indoblegable que advierte lo que bien se sabe: las autoridades locales, como las del Caribe mexicano, siguen y seguirán a merced del crimen, y las federales tratando de causar las menores bajas posibles entre los sicarios para no alzar protestas defensoras de los derechos humanos. Las cosas seguirán su curso en este orden fundamental de la seguridad. En algunos Estados, el cese eventual de las guerras del narcoterror no es un éxito de la institucionalidad, sino de la hegemonía alcanzada por ciertos grupos armados por encima de otros, con lo cual fomentan a su vez la imagen de que son socialmente más serviciales que las autoridades mismas, las que terminan gobernando en su nombre, como en ciudades y territorios del Noreste. Ante la normalidad de la violencia y de los narcogobiernos ciudadanizados y democratizados no se observan liderazgos con presencia y con novedades confiables. No se observa nada. Lo único visible es que Andrés Manuel será en la historia un otro suceso aislado. Y su causa un otro trampolín de tramposos ocasionales dispuestos ahora a defender con su vida la regeneración nacional y el honor de la ‘Cuarta transformación’. 

SM

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