Signos
Por Salvador Montenegro
Tomás Yarrington Ruvalcaba, exgobernador tamaulipeco, ha sido uno de los más grandes criminales que ha habido en México.
Vendió impunidad a manos llenas e inauguró la era del terror en el vasto territorio del Estado fronterizo que el salinato -encarnado en Manuel Cavazos Lerma, antecesor de Yarrington y del grupo del expresidente Carlos Salinas- puso en sus depredadoras manos, y que hasta antes de él -y salvo las arbitrariedades caciquiles propias de la corrupción hereditaria y gatillera irredimible en el país entero- era una tierra dignificada por el trabajo y la convivencia ejemplar de sus moradores, muchos de ellos repatriados desde Estados Unidos durante el cardenismo o llegados de medio México alentados por las oportunidades de la prosperidad agrícola.
Yarrington asoció su Gobierno (1999-2004) a la industria de la narcoviolencia. Y en ese entorno floreció y se esparció, a la postre, por todo el territorio mexicano, el imperio sangriento de una de las bandas más desalmadas y atroces del mundo entero, la de Los Zetas, incubada en el Cártel del Golfo con sádicos exmilitares desertores, que hicieron de la delincuencia organizada el poder armado ilegal más demoledor, desalmado e invencible que sigue siendo ahora.
Los sucesores de Yarrington en el Gobierno tamaulipeco completaron su tarea devastadora. Pero fue él el artífice originario, en un tiempo -el del cambio de siglo y de milenio- en que la democracia mexicana se celebraba en la víspera como el advenimiento de una nueva era de modernidad y redención cívica y política -sobre un pueblo de alto precarismo educativo-, y de instituciones ciudadanizadas para la transparencia electoral y gubernamental y de toda la vida pública, cuando lo que emergía era, en realidad, un nuevo reparto del país entre grupos de poder de distinto signo partidista, cuyas disputas y conflictos de interés terminarían disparando el caos y la corrupción, debilitando la fuerza coercitiva del Estado, y favoreciendo, en consecuencia, la guerra de las mafias y la inseguridad general.
Tamaulipas fue anegado en sangre por sus gobernadores asociados con las mafias del narcoterror. ¿Y dónde están los sucesores de Yarrington, de los priistas Eugenio Hernández y Egidio Torre, al panista Francisco Javier Cabeza de Vaca?
En un sistema de Justicia donde la impunidad de los procesos penales roza el cien por ciento y los sicarios alcanzan cifras mundiales de víctimas sin que se les consigne por casi ninguna de ellas, la explicación es simple: están en el remanso infinito de los intocables (si bien Hernández fue a prisión, sólo que por ilícitos ajenos a los del crimen organizado, en los que estuvo de sobra implicado).
Por eso Yarrington se fue un día a vivir a Italia, donde lo alcanzó la ley de Washington, como el exjefe policiaco federal, Genaro García Luna, fue atrapado por ella misma y encarcelado en la Unión Americana por cargos de narcotráfico que jamás, y hasta el sol de hoy, le imputaron en México.
Nueve años para Yarrington en Estados Unidos por delitos contra los intereses de ese país. Ni uno solo en México, por crímenes atroces de inhumanidad de los que, como sus sucesores, seguirá a salvo.
SM