La moral ambientalista contra el Tren Maya

Signos

Por Salvador Montenegro

La devastación biótica en Quintana Roo es un crimen ambiental como los tantos en el mundo que están acabando de manera sistemática con los recursos naturales y las fuentes de vida del planeta.

La vida silvestre del Caribe mexicano, por su abundancia y diversidad únicas, es también de las más delicadas y de mayor exigencia de protección y preservación frente a los peligros de la colonización humana, el expansionismo urbano e inmobiliario y, sobre todo, la explotación utilitaria, desregulada y libertina de su entorno, al amparo de Gobiernos ecocidas y cómplices de su abatimiento, como algunos de los más corruptos, ineptos y punibles de todo el orbe.

Es decir: en una de las zonas silvestres más ricas y frágiles de la Tierra, en lugar de la mayor dedicación para su sustentabilidad y su perdurabilidad, se ha ejercido una de las formas de vida y de gobierno más criminales y despiadadas contra su potencial de desarrollo civilizatorio y de bienestar social.

Se han colocado en ella las inversiones globales más depredadoras. Y la voracidad gobernante las ha fomentado y multiplicado sin el menor escrúpulo.

La incompetencia, la irresponsabilidad y la inmoralidad han fecundado e infestado de insalubre marginalidad los perímetros turísticos.

Las ciudades se han desbordado sin orillas y han desparramado la inmundicia del caos y sus crisis sanitarias, de contaminación, de saturación y de descomposición de toda alternativa de equilibrio ambiental y coexistencia sustentable.

(Y hasta aquí, sólo se habla del medio natural arrasado. No del hacinamiento y la ruina humana ocasionada por la falta de alternativas educativas, culturales, laborales y de ascenso en la escala de las oportunidades del desarrollo humano y del mejoramiento general de la calidad de vida, lo que deriva en delincuencia, violencia, inseguridad y espirales de miseria, barbarie y degradación, donde las cada vez más numerosas y poderosas bandas criminales, con la plena complicidad institucional, imponen a satisfacción los fueros de su industria del vicio y el terror.)

Ese primitivismo anárquico que todo lo ensucia -en el suelo calcáreo peninsular que es el más poroso, contaminable y vulnerable a las filtraciones propias de los desechos y los detritus de la aglomeración poblacional, como los que convierten en cauces enfermizos las aguas dulces y los ríos subterráneos más grandes del mundo- no ha encontrado, sin embargo, la mínima oposición de fuerza ciudadana, política y civil ninguna, en medio siglo de siniestra pulverización del paraíso biótico, más bien defendida, entre tanto, por la demagogia política y empresarial, como la prosperidad turística y el éxito económico más sobresalientes y consolidados del país, gracias a la comunión de intereses y a las virtudes visionarias de los sectores público y privado.

Hoy día, la zona continental del Municipio Isla Mujeres, conurbada con Cancún, es un nuevo perímetro hotelero, cuya bonanza privada en curso ha implicado la deforestación casi integral del área y el complementario poblamiento masivo y precarista de la misma.

La tala salvaje de la selvas y el despojo inclemente del hábitat de las especies de flora y fauna del Caribe mexicano para invadirlo de ruido urbano, miseria humana, vicio, y todo tipo de violencia y degradación, es un impulso implacable, incontinente y fuera de toda racionalidad y de todo orden y control, que no encuentra diques en el compromiso de nadie, ni en la opinión pública ni en iniciativa civil y ciudadana influyente, decisiva y de valor, y muchísimo menos entre los grupos políticos, cuyas causas han sido la parte esencial del problema y no podrían sino seguir siendo la parte contraria de su solución.

Por eso es tan ridícula la protesta ‘ambientalista’ contra el proyecto del Tren Maya en su trazo quintanarroense.

La naturaleza caribe ha sido envilecida y abatida por completo gracias a la complacencia y el silencio casi absolutos de quienes, siendo factores de decisión y de poder, nunca han hecho nada por impedirlo en más de medio siglo de destrucción.

Y ahora esta farandulera protesta vindicativa contra el menor de los males.

La ruina, pregonada como éxito económico e inequívoca manifestación de progreso -con sus ‘inevitables efectos colaterales’-, ha enriquecido hasta la insolencia más frenética e inverosímil a todos los gobernantes y administradores y personajes políticos que la han favorecido y celebrado, y ha puesto en el laberinto del endeudamiento, la insolvencia, la quiebra irreparable y la inviabilidad fiscal y financiera a la entidad y a los Municipios turísticos del Caribe mexicano reputados por la propaganda como los más importantes y rentables del sector en el país.

La contradicción es tan ofensiva como letal.

El prodigio turístico e inmobiliario de clase mundial sólo ha procurado inmensas fortunas privadas a empresarios y representantes populares, y sus aportaciones fiscales han sido tan exiguas que han sido aplastadas por la avalancha descomunal de una indigencia y un lumpenaje explosivos cuya demanda infinita no sólo no ha encontrado nunca ni una sola respuesta de remedio estructural, sino que, en el colmo del oportunismo y del cinismo políticos, ha sido utilizada como recurso partidista y clientelar: se pavimentarían y se urbanizarían todos los nuevos asentamientos irregulares a cambio del decisivo sufragio de la miseria.

El Caribe mexicano ha sido devastado por inversores, gobernantes y sicarios, gracias al silencio y la complicidad de todos los demás.

Y ahora vienen a protestar las tiernas voces comprometidas contra los perjuicios ambientales del Tren Maya.

Si el panorama de fondo no fuera tan sórdido y sombrío, el vodevil de las tablas de la indignación sería de risa loca.

SM

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