La nueva guerra contra el ‘narco’ arroja sus primeros gatilleros muertos (gracias a Dios)

Signos

¿Que la tropa mate sicarios está mal?

En los tiempos de Calderón lo hacía a diario.

Las Fuerzas Especiales de la Armada, adiestradas por las estadounidenses y dirigidas por la DEA -cuando los efectivos de Washington se instalaron junto a la Marina de Guerra-, eran infalibles contra las manadas del narcoterror y sus sanguinarios jefes, cebados en el espectáculo del dolor de sus cruentas carnicerías con las que alimentaban la voracidad de sus leones y su hambre de cadáveres.

(Porque no pocos desintegraban en ácido a sus enemigos o quemaban vivos a sus rehenes inocentes, como solían hacer los Zetas en sus casas de seguridad de Reynosa y todo el norte tamaulipeco, o como hicieron con los más de setenta inmigrantes centroamericanos en San Fernando.)

Sólo los soldados y la DEA los hacían literalmente papilla y los únicos que lloraban sus desgracias, pese al rastro grotesco de torturados y descuartizados y víctimas incontables que su implacable sadismo dejaba, eran los sacros defensores igualitarios y humanistas y un tanto hipócritas de los derechos humanos, que jamás estuvieron ni siquiera cerca y menos padecieron nunca la bárbara impiedad de sus defendidos atacada por la fuerza militar del Estado, la única frente a la que se acobardaban y que, avituallada por la DEA y la Inteligencia estadounidense, los cercaba y los trituraba de manera certera y profiláctica, y cada vez con menos saldos y bajas colaterales.

Calderón no tuvo nunca sino esa alternativa.

No tenía la opción constitucional de una Policía militarizada.

Y todos los Gobiernos estatales y municipales de la más variopinta pertenencia partidista dispersa por la gran pluralidad democrática, desbordados por la violencia y azotados por la ingobernabilidad y los excesos criminales que les condicionaban todo y a los que no tenían más remedio que someterse o asociarse para obtener provecho del pírrico poder político que ostentaban, le imploraban al Gobierno federal más y más efectivos militares porque eran incapaces, merced a la corrupción absoluta de Policías, Fiscalías locales y tribunales, de impedir en nada el incendio criminal de sus regiones.

Con Andrés Manuel se disparó la violencia y la fuerza de control de las bandas homicidas.

Las cifras de la inseguridad no mienten, son tan objetivas como los panteones clandestinos.

Calderón entregó un país de Policías federales y locales corrompidas, pero no de sus Fuerzas Armadas, que crecieron mucho en esa encomienda policial que ellas no eligieron y la que tuvieron que asumir frente a la descomposición generalizada de los gobernantes del pluralismo y del sistema de Justicia de la era democrática fallida.

Se volvió a disparar la inseguridad y se multiplicaron las actividades delictivas más allá de los negocios propios del ‘narco’ (asaltos, secuestros, extorsiones, robos, trata, etcétera) en los amargos días de Peña Nieto y sus mínimos estándares de aprobación.

Y en la hora de la hora de la explosión histórica y nunca antes conocida de la popularidad obradorista, la percepción ciudadana sobre la inseguridad se mezcló con la aprobación incontenible de todo cuanto hiciera y dijera el Presidente y resultó que le ganaba con mucho a lo dejado en las cifras respectivas por el calderonismo del fuego contra fuego y sin concesiones de las hordas del narcoterror contra las Fuerzas Armadas del Estado.

Pero en cifras reales de reducción de daños del ‘narco’, las dejadas por el obradorismo son fatales.

¿Que hubo menos corrupción federal durante Andrés Manuel?, ni duda cabe. Pero en los Poderes locales el ‘narco’ consolidó una presencia que, en zonas como las de los cárteles tamaulipecos, sustituyó el dominio de la violencia armada -propia de los enfrentamientos entre los grupos criminales- por el de la hegemonía de alguno de ellos convertida en autoridad fáctica suprema y pacifista, y en una especie de cultura, del tipo de las mafias italianas, donde controlan la actividad política, electoral y empresarial, y se apropian del destino social frente a la incompetencia, la impopularidad, la ilegitimidad y la corrupción de todas las autoridades.

Pero la ofensiva calderonista, cada vez más especializada y mejor coordinada entre las Fuerzas Especiales de la tropa y la DEA, además de que no fue una opción sino una condición obligada frente a la desintegración democrática y pluralizada del país -que se pulverizaba en la ignorancia democrática traducida en fragmentación política-, fue mucho más productiva que la de la parálisis y la tolerancia al crimen del obradorismo, a su vez toleradas por la inédita y abrumadora popularidad en torno a su carismático liderazgo.

Claro que esa enorme popularidad, al cabo, y pese a algunos de sus también grandes equívocos, ha derivado, sin embargo y para mejor, en la mayoría parlamentaria calificada que Calderón no tuvo para militarizar la función policial federal que hoy se consagra en la Guardia Nacional, y que legitima, asimismo, la embestida de los cuerpos militares contra el vasto poder de fuego acumulado por el ‘narco’, como en Sinaloa, de igual modo en que, la contundencia constitucional del poder presidencial sustentado en las urnas puede hacer posible el éxito de las reformas y de la estrategia conjunta de investigación e Inteligencia y capacidad armada precisa y profiláctica, civil y militar, y de mayor y más eficaz colaboración con los Estados Unidos, enseñada por la nueva Presidencia morenista, y que ya hace ver sus avances en territorios y narcoEstados como Sinaloa, Guanajuato y Quintana Roo.

Por supuesto que si para proteger a la población hay que matar a cuanto sicario se atraviese en el camino de las armas constitucionales, pues que los maten. Y si con las armas de la investigación, la Inteligencia, la cooperación bilateral, el saneamiento judicial y la limpieza de los basureros políticos, gubernamentales, policiales y ministeriales de las entidades federativas se pueden encarcelar más y matar menos, pues más que mejor.

Así que la popularidad obradorista seguiría sirviendo mucho en la caza criminal y la recuperación, ahora constitucional (a diferencia de la porfírica y la de la larga ‘dictadura perfecta’), de la paz social, complementando la protección militar en favor del pueblo, como dice Claudia, con la estrategia adicional y diferenciada por completo del obradorismo y puesta en marcha por la Presidenta Sheinbaum (y que por supuesto que ella no va a anunciar así), de atacar y reventar sicarios y jefes criminales lo mismo con la tropa que con el despliegue más amplio y efectivo de todos los recursos de la investigación, la Inteligencia y la colaboración internacional. 

SM

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