Comentario editorial
No existe la opinión pública.
No puede haberla donde los sectores alfabetizados y críticos son apenas núcleos insignificantes, dispersos y sin ninguna influencia cultural (en una sociedad donde no se produce música ni creaciones populares de alguna virtud estética).
Existen facciones intelectuales y periodísticas sometidas a los grupos de poder en guerra donde cobran, y en un contexto de sordos, demagogos y vociferantes donde el pensamiento ilustrado y la comunicación ecléctica, heterodoxa e independiente predica en el desierto, y donde la narcoviolencia asume cada vez más posiciones de decisión política y la impunidad generaliza la normalidad y la reincidencia del crimen.
El autoritarismo se consolida en la aborregada masividad de la ignorancia y la credibilidad a ciegas.
Los partidos son negocios privados millonarios, sin fundamentos militantes, con afiliados insignificantes e invisibles, y con financiamientos desorbitados para sus dueños y sus cúpulas dirigentes y representativas de la ‘voluntad popular’.
El cretinismo, la insolencia y la imposición de autoridades arrogantes, frívolas y analfabetas frente a las narices de un electorado incivil, es la aberrante condición de la democracia de nuestros días.
Es esa una condición estructural que, como alguien dice, es tan irremediable e irreversible, que lo único que queda en tal río revuelto de desventuras y oportunidades, es obtener el mayor provecho de ella.
SM