Signos
Por Salvador Montenegro
¿Qué diferencia de uso electoral hacen los programas sociales de Solidaridad, de los noventa, y los del Bienestar, de ahora?
¿Qué es lo distinto entre el Chalco salinista y el Texcoco obradorista? ¿Dónde el gasto social no ha supuesto comprar votos? (¿Y, por lo demás, cómo no calificar cuando menos de absurdo y de bizarro el sentido justiciero de la ley y de la autoridad electoral que ahora decide culpar y castigar al segundo de los Municipios referidos cargándole un delito cometido hace casi siete años por la actual secretaria federal de Educación, Delfina Gómez, munícipe de entonces, y quien habría usado el presupuesto propio del desarrollo social de su demarcación para promover su candidatura fallida al Gobierno del Estado de México por el hoy partido presidencial?)
¿Cómo evitan, los descomunales sistemas electoral y de transparencia, el uso indebido de ese tipo de recursos del erario y otros tan criminales como los del ‘narco’, para que no sigan produciéndose asociaciones, negocios, candidaturas, Gobiernos y poderes públicos tan sólo representativos de los grupos partidistas cupulares y de las mafias que legitiman sus victorias políticas y su control sobre las instituciones de Estado, justo en la constitucionalidad de esos sistemas burocráticos tan masivos y costosos, como ineficaces para impedir el uso de los grandes y decisivos financiamientos ilegales de los comicios, y cuyas autoridades forman a menudo sus intereses y sus veredictos en los bandos de su conveniencia, y muy al reverso de la autonomía y la independencia que les impone la ley (en un país donde la ley sigue siendo, como siempre, el instrumento formal de las mayores decisiones fácticas)?
Porque esos vastos sistemas ‘autónomos’ para sancionar las elecciones y la transparencia del erario no trascienden su naturaleza salinista originaria de ‘elefantes blancos’ del formalismo democrático -o de la mera vigilancia del ejercicio y garantía logística y jurídica del sufragio- de los tiempos de la pluralidad representativa. Y las alianzas partidistas, los negocios facciosos, las candidaturas y las ‘representaciones populares’ son, hoy día, tan ajenas al interés público, como en los peores tiempos del priismo. Y lo mismo ganan en Guanajuato y en Nuevo León los grupos de poder que controlan los principales financiamientos electorales prohibidos congregados en partidos como Acción Nacional, Movimiento Ciudadano y asociados, que otros tantos, de filiación distinta y opositora pero idénticos propósitos y modus operandi, asaltan el poder así en Sonora como en San Luis Potosí, y aseguran candidaturas ganadoras, Legislaturas y Gobiernos estatales y municipales en Aguascalientes, Tamaulipas, Oaxaca y Quintana Roo, y en todo territorio donde ocurren elecciones democráticas y plurales, financiadas y con electores y votos comprados, no obstante, con el mismo tipo de fondos percudidos del país del viejo autoritarismo y la misma escolaridad y civilidad ciudadana y política de todos los tiempos, y por cuya condición iletrada y vayan y vengan grupos y liderazgos y alianzas electorales y proyectos redentores y promesas de mandatos históricos alternativos y transformadores, sigue siendo el mismo país corrupto, violento y demagogo del que tanto se benefician los sectores oligárquicos y las bandas del crimen organizado que llevan al poder a sus candidatos con el voto libre de la gente y la desmedida y onerosa institucionalidad electoral y de transparencia que legitima la misma perversión democrática de los mismos usos y costumbres de la idiosincrasia perpetua.
Porque hoy día acaso haya mejores cuentas nacionales en el orden económico que en las pasadas seis décadas de populismo y neoliberalismo –que revirtieron la prosperidad y la bonanza del periodo llamado “Desarrollo estabilizador”- pero no en el educativo y de la seguridad. Y la corrupción de los tiempos del Alazán Tostado no le pide nada a la de la era del invicto Niño Verde. Y en San Luis Potosí, la tierra del primero, y en Quintana Roo, principal coto de caza del segundo, se cuecen las mismas habas -diría, como un axioma, la voz popular-, porque en ambas entidades manda, con la venia presidencial, el patriarca del falaz y funesto ecologismo mexicano.
En el país de las instituciones electorales -con sus élites dirigentes- y el sufragio más caros del mundo, y donde la canalla sigue imponiendo candidatos, gobernantes y representantes populares, la democracia no puede ser sino una democracia de pacotilla (por no decir de mierda).
Porque un sistema democrático moderno que permite, legaliza y legítima la delincuencia electoral, y posibilita la entrega de cada vez mayores territorios y poderes públicos a mafias como la de la sociedad de los partidos Verde y Morena en la mayor parte del país, o las de sus iguales de la oposición (PAN y MC, por ejemplo, en Jalisco, Guanajuato y Nuevo León), no puede ser mejor que el del entorno de personajes como Gonzalo Santos, Carlos Hank o Romero Deschamps.
Hoy día, ‘Alito’ Moreno, Mario Delgado, González Martínez, Ricardo Anaya, Mara Lezama o Laura Fernández, no están por encima de perfiles morales como los carcelarios de Rosario Robles, Emilio Lozoya o Beto Borge. El dinero de sus campañas, partidos y negocios de poder sigue saliendo de donde mismo: el erario y el ‘narco’, con el aval de la burocracia millonaria dirigente de las instituciones electorales y de transparencia.
Y en ese mismo estercolero de la moderna democracia mexicana de hoy, además, cualquier gobernante o personaje político del partido que sea, al hilo de la cárcel y con alguna rentabilidad política y electorera, puede ser convertido por el jefe de la nación en un alto dignatario de Relaciones Exteriores y obtener la inmunidad diplomática deseada a cambio de su entreguismo y de ese saldo de utilidad que pueda arrojar el sector partidista y clientelar a su disposición, para los fines que al nuevo patrón suyo y jefe máximo convengan. ¿Alguna diferencia con los modos del presidencialismo de la ‘dictadura perfecta’?, sí: nunca se habían abaratado tanto y tan a granel esas misiones representativas de México en el extranjero y sólo para obtener ventajas personales domésticas, cuando a pesar de los mandatos más desprestigiados y condenables podían salvarse el buen nombre y el prestigio histórico del muy juarista y soberanista internacionalismo mexicano.
SM