Signos
Pedagógicas, ilustrativas y sistemáticas, las nuevas Mañaneras… Más informativas, menos redundantes, confrontacionistas y retóricas. Cual corresponde a una Presidenta académica. Y con las que reduce en buena medida las cargas adjetivas y de intencionalidad partidista y militante del columnismo periodístico condicionado por una pertenencia ideológica o económica o maniquea, y que cada vez se advierte más esterilizado, más ayuno de contenidos informativos y editoriales, y con menos asideros de confianza y credibilidad.
Y en el flanco prioritario y crítico de la seguridad y el combate a la violencia y la delincuencia, la nueva guerra contra el narcoterror no escabulle la objetividad y la transparencia (hasta donde las fronteras de las tramas de la investigación y la Inteligencia lo posibilitan, claro está), aunque en algunos ámbitos mediáticos y de opinión pública más bien puristas o simuladores o sentenciosos tienden a sobredimensionarse pasajes, características y modos de ser y proceder de protagonistas esenciales del claudismo, cual el caso de García Harfuch, el cada vez más poderoso jefe máximo de la estrategia en el sector de la seguridad de la Presidenta Sheinbaum, del que, en particular, se cuestiona su pasado colindante con las anteriores prácticas oscuras de la gestión federal anticrimen, como si no se entendiera que, en toda tarea pública y más allá de que los mejores perfiles se hacen entre las relatividades de lo mejor y lo menos peor, en el caso de las encomiendas y las trayectorias policiales y vinculadas con crímenes y criminales mayores los estándares de evaluación ética tienen que consignar las turbiedades propias del entorno criminal y penal mexicano, si de por sí en el de los sistemas de justicia de las democracias más civilizadas y acabadas el trato entre los delincuentes peligrosos y sus responsables policiales y ministeriales se mece en el hilo bizarro entre la violación o no de los derechos humanos.
La ética policial entre los arrabales y las cloacas del inframundo delictivo y jurisdiccional, y entre las conexiones con toda suerte de informantes y eventuales compinches y complicidades de todo orden y donde un fin determinado justifica muchos y corruptos medios, no puede satanizarse o condenarse o prejuzgarse desde determinadas y pretenciosas ópticas de interés.
Esas trayectorias están salpicadas de claroscuros, teñidas de grises, impregnadas de dudas, de balas y de inevitables salpicaduras de sangre y de pasajes tan inconcebibles a los ojos de la cotidianidad y tan ordinarios en la vida convencional de un policía o de un efectivo militar que duerme y amanece en el reino del peligro y la violencia.
Y en esa historia la moral y la virtud son un camino donde un día toca convivir con los condenados de hoy, como el exjefe policial Genaro García Luna, condenado en Estados Unidos por complicidad con el ‘narco’ en sus tiempos de suprema autoridad federal anticrimen del calderonismo, y otro día toca tener más fueros que ese narcopolicía blandiendo un expediente libre de toda culpa punible y condenable, pese a los capítulos vividos más aciagos, y a merced de la propia fortaleza y la conciencia soberana de que no se es igual que un delincuente así, con el que un día debió de convivirse porque en ese reino de las delaciones y los homicidios y las armas no se convive con quien se quiere sino con quien toca, pero encima de cuya experiencia hay que pasar para ser todo lo opuesto y combatir todo lo malo y traicionero de una encomienda pública destinada a hacer justicia y no a violarla por dinero, y sabiendo a ciencia cierta que los más poderosos enemigos tienen la mirada puesta en cada uno de tus actos y que son capaces de esperar lo necesario para llevarte al matadero, donde ahora mismo pena, por ejemplo, García Luna.
De modo que Harfuch podrá tener ese historial a menudo condenable para quienes no quieren o no pueden tomar distancia respecto del cochambre que identifica al sistema policial y penal mexicano ahora mismo en proceso de reforma (algo que en la vida real parece una apuesta más mítica que la de la herculana limpieza de los establos). Pero ha aceptado la encomienda suprema de hacer lo que parece imposible contra el crimen y devolver la paz social al país en condiciones distintas a la de la dictadura perfecta, es decir en días de democracia; en días de Santo Oficio periodístico en que tanto se revuelca, por ejemplo, la verdad de los estudiantes calcinados de la Normal Rural de Ayotzinapa, hasta desaparecerla en el fuego fatuo de las reivindicaciones que se quieren a modo: donde los sicarios confesos y culpables de la masacre son defendidos sobre el argumento de que fueron torturados, y los condenados, presos o prófugos de la Justicia porque ‘torturaron’ a los brutales homicidas (cuando ha quedado claro que fueron interrogados como se interroga a ese tipo de asesinos en los separos policiales, lo mismo en Guantánamo que en Atananarivo), son los verdaderos culpables de la verdad histórica que se quiere a hvo y no puede sustentarse.
SM