Las piedras del neoMaximato

El senador Ricardo Monreal puede estar en el camino correcto.

Andrés Manuel puede estar confiando más de la cuenta en el poder de esa mexicanísima adoración popular milagrera y devota de la que hasta ahora goza -como tantas en la historia de la perenne pobreza educativa nacional han sido-, y que por ese mismo voluntarismo ciego que le autoriza toda suerte de decisiones bien pueden, las peores de ellas, convertir su llamada ‘cuarta transformación’ del país, de un proyecto de Maximato neocallista a uno que se esfume en la bruma de tantas promesas fallidas apenas su dicharachero y omnipresente protagonismo desaparezca de la escena pública y, al cabo, de la memoria inmediata de la gente. Porque en México la feligresía puede creer en todas las gracias y sus tutelajes, por desaforados que sean, pero también, como enseñan la memoria histórica y la voz popular, ‘santo que no es visto no es venerado’, y su inmortalidad también se desvanece como un milagro.

Y por esas tan pasionales y poco reflexivas formas de asumir la realidad y sus verdades en la cultura nativa, es que ocurre que la mayoritaria aceptación de un liderazgo político y moral se mantenga pese a la evidencia inequívoca de las decadentes perversiones que degradan, contradicen y niegan -en ejemplos que se multiplican en su entorno y donde ya no quedan emisarios de su virtud sino, más bien, escorias representativas de todo lo contrario- la verdad de sus prédicas y la oferta de su apostolado.

Y a la postre el legado fantástico se funde en las disputas de una herencia y unos herederos que obran el desencanto idiosincrático de todos los tiempos: todos son iguales y la patria sigue siendo el mismo despojo de los canallas, los sicarios y los roedores que medran en los agujeros del poder y a costa de la iletrada fatuidad electora de todos nosotros. La misma postración democrática, al fin y al cabo, del mismo país de mierda prometido siempre en la víspera como el de la nueva transformación, la justicia institucional y social, y el paraíso del bienestar y las oportunidades.

La figura y el manto popular de Andrés Manuel siguen vigentes porque la esperanza de los fieles es lo último que muere. Pero se desangran y se desvanecen -en la noción intrínseca de la opinión pública y en la guerra facciosa de los bandos militantes de su movimiento de la ‘cuarta transformación’ y de la ‘regeneración nacional’- la causa de la moralización pública, la integridad y la fuerza del partido, y el prestigio de los dirigentes, los liderazgos y los grupos del círculo obradorista que día con día se parecen más a los de las bandas opositoras sobre cuyo escarnio hicieron crecer su propaganda y su presunto proyecto alternativo de Estado.

Hoy día y en el discurso puede caber el formalismo de que en los negocios cupulares con las mafias aliadas del partido presidencial y en la designación de candidaturas identificadas por la vileza de sus beneficiarios y la sordidez de los sectores de poder por ellos representados, no ha tenido que ver el jefe máximo del país y de su partido. Pero en México los formalismos, políticos o constitucionales, son sólo tapaderas del tradicionalismo fáctico y de un torcido modo de ser amparado en las convenciones de la ‘vista gorda’. El más idiota sabe a ciencia cierta que lo que a Andrés Manuel no conviene en sus vastos territorios de dominio, nomás no pasa; que al que se rebela lo exhibe o lo amedrenta; que cuando el veleidoso senador verde y exgobernador chiapaneco, Manuel Velasco, puso en duda las negociaciones de la alianza de su partido con el presidencial en torno a las reformas federales a aprobar, el jefe máximo mandó medio gabinete de seguridad y auditoría a la entidad que gobernó y lo puso de inmediato contra el paredón de los expedientes fiscales y judiciales, y el exgobernador y su partido optaron por alinearse y hacer mutis; y que, por supuesto, nadie ni nada se mueve, ni hay sociedad electoral del crimen ni perfil innoble que sea postulado, si a los intereses presidenciales no conviene.

El general Calles tenía todo el poder. Pero Andrés Manuel tiene más, porque lo tiene sentado en la legitimidad constitucional y en la de la aprobación popular. Y lo que no parece cavilar el jefe máximo de hoy día es que, fáctico o no, un día se aparece el picapedrero que derriba imperios de poder, desde dentro de las filas de uno o de las de enfrente. Callista o cesarista, como Cárdenas o Bruto, entre los confiados excesos y las imprevisiones aparecen los letales iconoclastas, y el personalismo que se impone a la institucionalidad del Estado -usando las mismas trampas y tretas que descalifica del viejo autoritarismo- sin reconocer sus umbrales, termina pagando las consecuencias y adelantando su más lejana y estirada fecha de caducidad.

Se sabe que la jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, es la elegida del Presidente para sucederlo en el veinticuatro. Y se sabe que el Gobierno capitalino está determinado por la incondicionalidad y las inapelables decisiones presidenciales. No hay que ser adivino para entender la lógica de un potencial neoMaximato, pero también para saber que los sumisos institucionalismos sucesorios o no tienen méritos propios y serán siempre subrogados, o acabarán renunciando al poder subsidiario y abandonando su padrinazgo a la menor provocación. (Lázaro Cárdenas lo hizo y Donaldo Colosio parecía estar en el camino de hacerlo cuando lo mataron.)

Andrés Manuel gobernaría sobre Sheinbaum del mismo modo que entiende que puede imponerse, por las buenas o por las malas, a los Gobiernos y representaciones políticas emanadas de las alianzas con su partido. Esa parece ser la matemática del liderazgo de la ‘regeneración nacional’ y de la ‘cuarta transformación’, y acaso pueda imponerse en la sucesión presidencial.

Pero falta tiempo…

Y mientras, la cesión de feudos estatales, municipales y legislativos a las carroñeras bandas políticas del país, al amparo de la popularidad presidencial y mediante las sociedades electorales del crimen, está en curso de aprovechamiento y devastación, y entidades como la quintanarroense pagarían con toda suerte de violencias, negocios rapaces y ruinas urbanas, ambientales y sociales, ese destino negociado y decidido en la inercia utilitaria de la traición democrática y la insensatez electoral.

¿Nada cambiaría?

¿No se alterarían las perspectivas sucesorias y transexenales del obradorismo, o… acaso sí: al Presidente no le importa más nada que proteger su retiro con grupos de poder beneficiados por su actual mandato?

En esa ruta, igual se gana que se pierde la sucesión.

Y acaso el mejor candidato opositor pueda ser Ricardo Monreal, que no institucionaliza su sumisión a los dictados del neoMaximato, toma distancia crítica y política de él, y bien puede capitalizar la senda destructiva y los saldos de desprestigio de las alianzas del morenismo, para buscar una postulación que sume a la militancia inconforme de su actual partido y a los sectores menos retrógrados y menos desprestigiados y percudidos de los demás, y a los más independientes, eclécticos y heterodoxos del espectro político.

Podría perder. Pero acaso ganaría perdiendo en la era del postobradorismo.

Sheinbaum no tiene, ni de lejos, las hechuras populares de Andrés Manuel en el país, ni la trayectoria de décadas en que se han fincado la personalidad y el mito. Y la basura electoral que está acarreando el obradorismo verdemorenista a los poderes parlamentarios y gubernamentales no jugaría a favor de lo que hoy se denominan la ‘4T’ y el ‘movimiento de la regeneración nacional’. Serían, más bien, el referente de su otra cara (o de su verdadera esencia moral).

Y por eso es que quizá el senador zacatecano esté en el camino correcto, que seguidores suyos como la quintanarroense Marybel Villegas también lo estén, y que sus buenas relaciones con el exitoso dueño del partido Movimiento Ciudadano, Dante Delgado, y con otros importantes grupos de la oposición, le reditúen rentables dividendos contra las lombardas obradoristas que terminarán echándolo del partido presidencial y del círculo supremo del poder.

Acaso nada le convenga mejor que eso: la bandera de la herejía final, de la satanización y del martirio.

“Nunca me confrontaré con el Presidente”, ha declarado Monreal, pero a renglón seguido ha dejado en claro que tampoco “me alejaré de mis ideales”.

Tal es el formalismo retórico.

Lo cierto es que el Presidente lo confronta a él a cada tanto y lo ha alejado para siempre de sus ideales sucesorios dentro del partido de ambos como de su círculo personal y sus añejas confianzas correligionarias.

Monreal, por eso, ya está en seguimiento de la agenda de su plan b. No nació ayer en esos menesteres. Pero sabe que el que tiene enfrente es el hueso más duro de roer.

Habrá, pues, un curso sucesorio de los más decisivos en la historia nacional. No sólo por la disputa federal del veinticuatro, sino por las que seguirán en ese nivel republicano y en los estatales y municipales. Porque Monreal seguirá más activo que nunca antes. Y el obradorismo morenista sin Andrés Manuel no existe, es un movimiento enano y sin cabeza. La fuerza del Maximato es que no admite competencias ni relieves propios, sólo obediencias y subordinaciones. Y la fuerza de Monreal es que sin Andrés Manuel no hay estatura ni trayectoria política que le hagan sombra. 

Por eso es que si ni Marybel Villegas ni Monreal ganan los próximos comicios -los estatales y presidenciales-, los ganadores de los mismos tendrán que soportar esos clavos ardientes en sus anchos y prestados zapatos.

SM

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