Signos
¿Por qué empeñarse en adaptar “Cien años…” y “Pedro Páramo” que son obras cuyo valor es el del ilusionismo prosístico y por tanto las menos propicias para ser recreadas de otro modo? Se han adaptado muchas novelas donde la historia que se cuenta es lo que cuenta y las adecuaciones del paisaje relatado y el lenguaje adecuado a las circunstancias sirven para contarla mejor. ¿Por qué afanarse tanto el gran mercado audiovisual en creaciones que si por algo son trascendentales en el universo narrativo y estético es porque no son audiovisuales sino para ser recorridas en la magnitud de sus singularidades poéticas y de las significaciones particulares de palabras y expresiones adjetivas e invenciones del habla y de sus modos y cuyos desbordados paradigmas dotan a sus autores de esa originalidad inatrapable en originalidades artísticas ajenas, las que, al ser eso, adaptaciones o producciones ajenas, son otra cosa, por demás distinta de lo que quieren parecer y promover, y con cuyo nombre quieren engañar y lucrar? Pero el caso es ¿por qué insistir en la concreción de las historias más metafóricas, más idealizadas y fantaseadas como reales sobre pueblos y seres físicos y metafísicos que conviven con sus ánimas y sus fantasmas o son ellos mismos y son, por tanto, las menos narrables más allá de la literatura y de lo imaginario de pueblos y de seres y de modos de ser y hablar, y las menos para hacerlas otra cosa y para lo que menos están hechas porque son del dominio expreso de la imaginación y una de sus grandes virtudes es ser adictivas, por increíbles pero asibles en la arquitectura de su lógica congruente con el mundo real? ¿Por qué quererlas historiar de modo diferente al de su historia impronunciable más allá de su verdad originaria? Pues sí, por la fama de su nombre, claro está, procedente de la magia única de su autenticidad y su gracia popular, y por la falsa presunción industrial de la genial originalidad de hacer verosímil lo que se ha creído imposible, y en cuyo mercado general de la enajenación y el engaño de la hora postrera de la decadencia de la cultura y el lenguaje, donde ya no hay creadores ni obras relevantes e indiscutibles y populares del mayor valor, nada más seguro que la masividad del público de la confusión y la incivilidad y sus grandes remanentes en dinero, como garantía adicional de que de ahora en adelante no ha de haber obra ninguna ni pasaje de cualquiera de los círculos del infierno de Dante que no pueda gozarse como un producto más de consumo de Marvel o de Disney o de Netflix.
Las producciones, cifradas en el dinero, contradicen y niegan el valor de las obras basadas en el espíritu y la inspiración, mientras los comercializadores de las primeras, como adaptaciones de las segundas, publicitan y venden que son lo mismo solo que en una nueva versión.
SM