
Signos
El pueblo no estará en las urnas. Y si no lo está, la democracia es imposible. Y no puede estarlo porque ir a las urnas, en términos democráticos, supone hacerlo por conveniencia (popular). Y esa conveniencia supone conocimiento de causa; conciencia de lo que se elige con el sufragio. Y en una elección de entre unos y otros candidatos la democracia entraña, entonces, el conocimiento -por lo menos básico- de los mismos y de lo que representan. Y no es eso lo que define la democracia judicial o la decisión popular sobre un nuevo Poder Judicial a partir del sufragio. Porque la cuestión no reside en el sufragio y en su circunstancia numérica, sino en lo que bien se sabe: el pueblo desconoce la causa de la democratización de ese Poder republicano -como desconoce las entrañas mismas de ese Poder-, desconoce a los candidatos que en su nombre habrán de dirigirlo, y desconoce, en fin, la conveniencia de votar por lo desconocido.
Y bien se sabe, asimismo -la lógica no tiene derivaciones al respecto-, que, donde la ignorancia media, el oportunismo de los grupos de interés se lo disputan. Lo de menos es la afluencia. El discurso político y partidista, de un bando y del otro, se ocupa de justificar el abstencionismo posible. Pero el electorado puede fluir o no. Lo que importa es su grado de conciencia. Más electores puede acreditar más manipuleo, más ‘acarreo’, más compra de voluntades hacia candidaturas convenientes a los grupos dominantes del poder político. Menos electores y mayor desinterés por desconocimiento del proceso y de sus beneficios populares puede significar lo mismo: sufraga sólo el círculo inmediato del poder político promotor de sus propias candidaturas para el sometimiento de la Justicia. Lo que sea. Pero el pueblo no estará en las urnas. No con conocimiento de causa. No con su convencimiento de hacer sus representantes judiciales a los mejores candidatos. No con la conciencia necesaria de saber que lo que hace es la Justicia que quiere, que merece y le hace falta. Y, si no es así, la elección judicial es una trampa, y, la presunción política de que se trata del mejor ejemplo democrático en el mundo entero, la más grande blasfemia proferida.
SM