Comentario editorial de Salvador Montenegro / Estosdías Online
Sólo el implacable fortalecimiento del narcogobierno explica la impunidad que masifica la violencia y el crimen en Cancún y su entorno caribe.
Esta imagen, publicada por Inspector Urbano, retrata a decenas de personas caminando tranquilamente, junto al cadáver de un joven asesinado a tiros en El Crucero, de Cancún.
Antes de que llegaran las autoridades a cercar el área, los transeúntes pasaban cerca del cadáver evadiéndolo como si de cualquier otro estorbo en su camino se tratara.Ya ni siquiera se han detenido algunos a tomar la foto del brutal suceso, alentados por el morbo y la curiosidad que los muertos a balazos de los sicarios les provocaba. Son despojos y ya, como los bultos de basura.
Y es que con una cifra promedio de tres ejecuciones diarias (y sólo hablando de cifras oficiales, lo que en términos absolutos multiplica la catástrofe) los ejecutados se han vuelto parte del paisaje del destino turístico, como el mar y la arena, a donde lo que ahora llega de visita es un turismo cada vez más barato, menos sensible a la inseguridad y más proclive a convivir con la violencia que produce el caos de la industria de las drogas, la extorsión y demás giros del ‘narco’.
Los cadáveres, como ordinario acontecer de la gente, refieren una realidad aterradora: no importa que el Gobierno no sirva y que el narcoterror imponga el fuero sangriento de sus intereses a la autoridad que tiene la obligación de manener el orden y los derechos de la comunidad… No importa.
No importa que el Gobierno sea cómplice del crimen, y que con su aval de complacencia e impunidad Cancún y todo el Caribe mexicano sean ahora, como nunca antes, territorios del hampa cuya realidad es de violencia, muertos y disputas abiertas entre bandas homicidas, y donde, en un entorno de prodigios naturales incomparables, se vive igual o peor que en cualquier paraje africano controlado por facciones armadas en guerra. No importa.
La tragedia es esa: que ha dejado de importar el caos y la ausencia de ley, de autoridad, de Gobierno, de Estado, y que se viva y se muera en la más absoluta tierra de nadie, sin que se advierta la mínima posibilidad de que un día las cosas cambien.
La indolencia ciudadana es la misma de todas las autoridades -municipales, estatales y federales-. Y en ese paisaje sangriento de tolerancia y muerte, la democracia electoral seguirá siendo la misma y seguirán ganando los de siempre: los grupos criminales y sus cómplices en todos los Gobiernos y niveles republicanos: del Presidente de la República a los jefes municipales.