Signos
La justicia y el lenguaje más ‘inclusivos’ imponen, a menudo, lógicas de comprensión un tanto extrañas para algunos.
El candidato acusado de machista, por ejemplo, es homosexual; y como culpable de ejercer, en esa condición, la “violencia política de género”, es castigado por el tribunal electoral con la cancelación de su candidatura.
El exceso del macho homosexual, se entiende, fue contra una hembra enemiga y, claro, por el hecho de ser hembra.
¿Pero no son un tanto abstractas esas fronteras constitucionales donde, como en el caso de unas elecciones y sus flagrancias punitivas posibles, hay que diferenciar o separar -o segregar- la identidad del ser humano (o una de ellas, como la sexual, aunque podría ser racial, etcétera) y, en consecuencia, tipificar el dolo que corresponde a la violencia -de género, además de política, o política, además de género, y donde unos géneros son más clasificables que otros- que comete o se comete en contra suya?
¿No se confunde un poco la justicia (mientras más indiscriminada mejor, reza el adagio) con la censura clasificatoria y la abstinencia verbal y moral de las nuevas Cruzadas?
Y ahora de una situación bizarra a otra:
El relevo del candidato macho en su partido no depende del valor del liderazgo para esa suplencia sino de que sea macho o hembra, de modo que pueda caber en la cuota disponible para machos y hembras (si bien -por ahora- no se hacen distinciones ‘intermedias’: gays, transgénero y otras que podrían apuntarse si se afina el concepto) que, para el riguroso equilibrio representativo, determina el sistema electoral.
SM