¿Manuel Ávila Casaubón?

Signos

Por Salvador Montenegro

Claro que, en la línea de las transformaciones revolucionarias, el candidato ideal a sucederlo era su mentor y muy laico y anticlerical compadre y correligionario y compañero de armas, el general Francisco J. Mújica, partidario del Estado social, de las políticas de orientación popular, de las causas agrarias y de todos los trabajadores, de la alfabetización y la educación socialista, del antiimperialismo y la oposición al hegemonismo estadounidense, y que, aunque mucho más radical y extremista que él mismo, hubiese sido el continuador ideal de su obra política e ideológica, y el más representativo y fiel defensor de su proyecto de transformación de la vida nacional. Pero el general Cárdenas optó, con toda su autoridad y por decisión propia, por el más proestadounidense de sus colaboradores, por el más proclive a los fueros oligárquicos y a los sectores privados más opuestos a las conquistas revolucionarias y a los derechos de las grandes mayorías, y hasta decidió imponerlo por la fuerza de la ilegalidad y de sus recursos fácticos de decisión, pese al manifiesto rechazo de las urnas, donde ni la gran popularidad presidencial pudo convencer al electorado de optar por su candidato a sucederlo, y quien tiempo antes de ser nombrado por el Presidente como su Secretario de la Defensa había sido su Edecán Militar, o su empleado de servicio más personal, fiel e incondicional.

Se entiende que eran días aciagos para el país en la frontera de la Segunda Guerra Mundial, y que tras la Expropiación Petrolera y el daño causado por la misma a las empresas y al fisco estadounidenses, además de las grandes iniciativas de vocación socialista -o procomunista para la sensibilidad yanqui, que combatía el comunismo como un peligro mayor-, México debía ser más condescendiente con Washington y mejorar su relación bilateral, en tanto la prioridad de entonces era fortalecer el vecindario fronterizo estratégico y sumarse al movimiento aliado contra el fascismo internacional. Se entiende que el cardenismo sacrificara unos intereses de continuidad interna del programa revolucionario por otros de seguridad estratégica en tiempos de crisis global.

Eran esos tiempos. Pero ¿cómo dimensionaría el obradorismo los actuales, los de su proyecto de continuidad, y la naturaleza de sus ‘corcholatas’ en relación con los mismos?

Es obvio que su Mújica no puede ser otro que su Secretario de Gobernación, Adán Augusto López, pero que en las condiciones sucesorias actuales -la popularidad electoral- sería más difícil optar por él, pese a sus preferencias personales, que por la Jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheibaum. El Canciller Ebrard es el más Ávilacamachista de sus potenciales elegidos, aunque la personalidad de Ávila Camacho era la que era y que Cárdenas sabía que era: leal a su jefe, pero distinto a él en sus convicciones ideológicas y políticas, que fue por las que lo impusieron. Y si él no hubiese sido el elegido nada hubiera pasado. Ebrard, en cambio, es lo que es en sus tendencias, como Ávila Camacho, pero intenta hacer creer que no, aunque Andrés Manuel lo conoce de sobra, como en su momento Cárdenas a su discípulo elegido.

Las únicas preguntas, cuya respuesta sólo conocen el Canciller Marcelo Ebrard -que decidió dejar el cargo para dedicarse a su postulación- y el Presidente López Obrador, es si el primero romperá las amarras de una decisión presidencial que no le favorezca para convertirse en opositor a ese obradorismo que dice defender como su causa propia, o si el segundo optará por una candidatura contraria a sus preferencias ideológicas y políticas para evitar una guerra en las propias filas de su movimiento, y tras la cual se perdería el rastro hasta de su propio nombre. Porque si el Presidente se siente seguro de todo su poder ahora, Ebrard no irá a ninguna parte. Ya se cumplieron y se pagaron lo que el uno al otro se debían.

¿Es, entonces, Ebrard, un factor de debilidad del poder presidencial? Si lo es, aunque con estrategias diferentes sería el Cárdenas aquel que desplazara y borrara del mapa al que se creía invencible Presidente Calles. Si no lo es y no hay guerra mundial ni Andrés Manuel siente que tiene que relacionarse mejor que ahora mismo con los ‘americanos’, hará cuanto pueda y usará el vasto poder de una popularidad presidencial que nadie en la historia del país ha tenido nunca para impedir que un desleal Ávila Camacho lo suceda al frente del país y para que lo haga, en cambio, el más fiel y convencido de sus escuderos.

SM

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