Morena-Quintana Roo: entre el discurso transformador y las viejas prácticas del poder

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La cosa pública

Por José Hugo Trejo

Si bien Andrés Manuel López Obrador se ganó la simpatía de gran porción del electorado quintanarroense desde que fue candidato presidencial por el Partido de la Revolución Democrática, PRD, en 2006 y 2012, no fue hasta 2018 en que el arrastre de su candidatura, posicionó a Morena en Quintana Roo como el partido de mayor arrastre popular y lo enfiló a ganar la gubernatura que hoy encabeza la gobernadora Mara Lezama Espinosa desde 2021.

Aliado desde entonces con los partidos Verde Ecologista de México (PVEM) y del Trabajo (PT), Morena es el partido que desde 2018 más simpatizantes tiene, fortalecido por la figura de su fundador, el expresidente López Obrador. Pero es el partido de los que conforman la Cuarta Transformación o 4T, que menos cuadros propios ha generado para integrarlos al ejercicio gubernamental o para impulsarlos a los órganos de representación, proporcionalmente con la relación tan influyente que mantiene con el electorado quintanarroense.

Es muy obvio que el PVEM le ha comido el mandado a Morena en Quintana Roo. Como también es elocuente que los dirigentes formales del morenismo lo han permitido o ni siquiera les ha importado resistirse a ese avasallamiento verde, obnubilados como se han visto con los pírricos espacios de poder que les han cedido y en los que han exhibido una preocupante falta de congruencia con los principios que enarbola su partido.

El nepotismo, la corrupción y la frivolidad, combatidas en el discurso cotidiano de la 4T, se han vuelto moneda corriente entre los pocos cuadros morenistas que accedieron a las migajas de poder cedidas por el Jefe Verde en el Congreso del Estado o en municipios como Cozumel, José María Morelos o Felipe Carrillo Puerto, donde el poder se ejerce como propiedad privada o familiar.

Dirigencias sin brújula ni autonomía, pero con los mismos excesos que condenan de sus antecesores en el poder…

Desde Reyna Durán Ovando, quien tras asumir la coordinación parlamentaria en 2018 fue señalada por prácticas clientelares y manejo discrecional de recursos, hasta Humberto Aldana Navarro, actual dirigente estatal de Morena, cuya gestión se caracteriza por el silencio cómplice y la subordinación total al Mando Verde, Morena ha estado en manos de figuras sin autonomía, sin visión de largo plazo y sin conexión con las bases fundadoras del movimiento.

Por más que se repita el discurso de la austeridad y el compromiso con el pueblo, hay hechos que desnudan la realidad, la mediocridad y el oportunismo de esas dirigencias para medrar con los recursos públicos que se les encomiendan y que buscan cualquier pretexto para justificar su gasto, aunque el mismo sea de manera irregular y el pretexto tan absurdo que insulta la inteligencia de la ciudadanía. Uno de ellos fue la insólita decisión de construir una cafetería en la explanada del Congreso del Estado de Quintana Roo, con un presupuesto que, de manera escandalosa, alcanzó a anunciarse hasta por 18 millones de pesos. El principal impulsor del proyecto fue Humberto Aldana Navarro, entonces coordinador de la bancada de Morena y presidente de la Junta de Gobierno y Coordinación Política (Jugocopo), quien ahora se encuentra perdido  en  la Cámara de Diputados federal sin haber rendido cuentas de su proceder ni de los recursos que manejó en el Legislativo quintanarroense.

Así, las cosas, lo que debió ser un espacio de representación democrática se convirtió, bajo su gestión, en un escaparate de frivolidad y contradicción. La cafetería —presentada como un acto de “justicia laboral”— implicó remover monumentos históricos como la estatua de Don Andrés Quintana Roo y el asta bandera, sin consulta pública, sin licitación transparente y sin facultades legales claras por parte del Congreso. La opacidad con la que se manejó el proyecto fue tan evidente que incluso el Poder Judicial federal tuvo que intervenir para suspenderlo y el 9 de julio de 2024 concedió una suspensión definitiva para frenar las obras, al considerar violaciones al marco legal y a la integridad del espacio cívico.
Pero lo más grave no es la obra en sí, sino lo que representa: el uso discrecional del poder, el desprecio por la normatividad y el divorcio entre el discurso de transformación y la práctica política. Mientras el Congreso estatal eliminaba algunos “gastos superfluos” y proclamaba una supuesta nueva ética pública, Aldana mantenía intactos los apoyos personales —como vales de gasolina y casas de gestión con recursos mensuales—, además de protagonizar una gira nacional permanente a eventos del partido, como si los problemas de Quintana Roo pudieran resolverse desde la centralidad de la Ciudad de México.

La cafetería quedó suspendida, los monumentos deberán ser restituidos y el proyecto fue cancelado. Pero ni el dinero gastado ni el daño institucional desaparecerán. Lo que queda es la evidencia de cómo, incluso desde las filas de un partido que dice abanderar una transformación profunda, se reproducen las viejas prácticas de imposición, derroche y autoritarismo blando.

Y Humberto Aldana Navarro, pese a todos los señalamientos de que fue objeto, fue premiado primero con la dirigencia estatal de Morena y luego con la diputación federal que sigue ostentando casi de manera anónima. Aunque sí, el flamante dirigente morenista dejó tras de sí una lección amarga a los miles de simpatizantes de la 4T en Quintana Roo: que no basta proclamarse diferente para serlo, y que los verdaderos principios se revelan en las decisiones cotidianas, no en las arengas de campaña.

El clan Hernández: poder familiar disfrazado de transformación

Otro caso evidente y elocuente de lo que estoy señalando se desarrolla en el corazón de la Zona Maya del Estado. En Felipe Carrillo Puerto se ha gestado y amenaza con consolidarse una especie de enclave político familiar en el que la presidenta municipal Mary Hernández es la cabeza. Con dos periodos al frente del Ayuntamiento carrilloportense, lejos de representar un liderazgo colectivo o comunitario, ha instaurado una estructura de poder centrada en su círculo íntimo, en el que su esposa Johana Acosta, que ya fue dirigente estatal de Morena, es señalada por múltiples actores internos en el gobierno municipal, como la verdadera operadora en la designación de candidaturas, contratos municipales y control de la estructura regional del partido obradorista.

La red de poder se extiende aún más: familiares directos de la alcaldesa ocupan cargos estratégicos en el gobierno municipal, en organismos descentralizados y, lo más delicado, en la estructura estatal del partido, desde donde intervienen en decisiones que afectan a toda la militancia. Las quejas de fundadores y consejeros han sido sistemáticamente ignoradas. Para muchos, Felipe Carrillo Puerto ha sido convertido en un enclave político privado, protegido por la cúpula estatal y federal de Morena bajo el pretexto de “unidad”. Y está tan empoderada la pareja morenista de la Zona Maya, que la presidenta municipal está buscando ser la candidata a diputada federal al mismo tiempo que quiere dejar como su sucesora  a su esposa. Y eso que el mismísimo López Obrador condenó en una de sus mañaneras lo que las Hernández Acosta están haciendo con su partido en esa demarcación…

Entre el desencanto y la resignación

A la falta de transparencia y al control faccioso del partido se suma la frivolidad con la que muchos de sus representantes actúan. Giras inútiles, viajes suntuosos, redes sociales plagadas de selfies y discursos huecos han sustituido el trabajo territorial, el diálogo con las bases y la rendición de cuentas.
En lugar de consolidar un partido-movimiento arraigado en los principios de la 4T, lo que se ha impuesto es una lógica de botín político, donde el acceso a candidaturas, contratos y favores es determinado por lealtades personales más que por méritos o trabajo social.

Así, y luego de que han transcurrido seis años del triunfo que cambió el mapa político de Quintana Roo, Morena está en riesgo de convertirse en aquello que juró combatir. La continuidad del proyecto transformador en el Estado dependerá no solo de sus figuras nacionales, sino de una urgente depuración interna que devuelva al partido su sentido original y que recupere la voz —y la dignidad— de quienes creyeron en él como un verdadero instrumento del pueblo.

Si no hay corrección de rumbo, lo que queda es una estructura hueca, controlada por intereses personales y familiares, que usa el nombre de la transformación solo como coartada para perpetuar los vicios del pasado.

Mientras tanto, el Poder Verde sigue avanzado ante la mediocridad y la carencia de valor y calidad moral de los dirigentes estatales del morenismo…

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