La última palabra
Por Jorge A. Martínez Lugo
El 19 de febrero de 1971, “Pastelería Rosy” fue el primer establecimiento que abrió la exhibición y venta de pasteles al público en Chetumal. Antes, los pasteles se hacían bajo pedido, por mujeres que los elaboraban en sus casas y algunas los vendían en rebanadas, como un negocio casero.
Era la época del Territorio, recuerda doña Rosy Villanueva García, fundadora y propietaria de la empresa familiar, quien, a sus 80 años, comienza una nueva época con un brillo especial en los ojos. En el domicilio de siempre: Mahatma Gandhi, entre Independencia y Madero.
Esta vez reinicia con el apoyo de su hijo Eduardo, su hija Verónica y su nieta Maureen, una joven y reconocida médica, bajo el concepto de panadería y pastelería. El proyecto consiste en conservar recetas tradicionales y agregar nuevos ingredientes, materiales y diseños, conjugando aquel sabor de Chetumal con lo más actualizado en repostería.
TODO COMENZÓ EN LAS FIESTECITAS
“No fue fácil abrir el negocio, tardé algunos años en hacer el merengue; no se me daba. Todo empezó en las fiestecitas de mis hijos. Yo preparaba el pan de pastel con su relleno y todo, pero lo llevaba a que me lo decoraran, porque el merengue no me salía. Tengo que aprender”, me decía una y otra vez.
La persona con quien llevaba a decorar los pasteles de mis hijos me empezó a enseñar, pero me costaba mucho trabajo. Entonces comencé a tomar clases por correspondencia, en la “Academia Velázquez de León”, cuyos libros aún conservo, nos relata doña Rosy, al tiempo que pone en nuestras manos los libros, que muestran ya el paso de los años.
“Yo trabajaba la cocina desde niña, agrega, hacía pan para vender y tortillas de harina que eran una novedad en Chetumal, pero quería hacer pasteles, era mi ilusión. Hasta que un día, cuando fui a la ciudad de Mérida a la “Pastelería y panadería Delty”, en el barrio de Santiago, donde compraba mis materiales e ingredientes, le comenté a la propietaria que estaba aprendiendo a hacer el merengue y me llevó atrás, con el jefe de los pasteleros y le indicó:
“Muéstrale cómo se logra un buen merengue”, y me lo enseñó. Yo me puse lista para no desperdiciar aquella oportunidad, luego fui perfeccionando la técnica, y seguí aprendiendo de quienes trabajaban conmigo en la repostería, hasta que lo dominé”, nos relata doña Rosy con timbre de orgullo.
¿QUÉ TAL SI NO SE VENDEN?
“Tenía muchas dudas; qué tal si no se venden los pasteles”, recuerda doña Rosy, pero el primer día que se abrió la pastelería “se agotaron todos”, nos cuenta con una sonrisa llena de satisfacción.
“El merengue sigue siendo el rey de la pastelería”, afirma contundente, al responder a la pregunta sobre si la crema chantillí desplazó al merengue.
“De los pasteles que tenemos a la venta sólo dos o tres son de chantillí -precisa-, la gran mayoría son de merengue; la gente lo prefiere, y también los pasteles rellenos del tradicional camote, o camote con coco, como los de las fiestas infantiles de antes, que siguen gustando mucho”.
Los pasteles que más se venden, precisa, son los de tres leches y el cheesecake americano y japonés, con sus variantes, principalmente.
Además, siempre estamos ofreciendo nuevos productos y acabados, para atender los gustos de la clientela, que son muy variados, y a mí me encanta complacerlos”, nos asegura doña Rosy, con su cara bonita, llena de ilusión.
Han pasado 51 años desde aquella inauguración, y doña Rosy sigue siendo la mujer entusiasta que sabe hacerle frente a la vida y es ejemplo para su familia, que la respeta y la ama profundamente.
A sus 80 años, doña Rosy está en plenitud, llena de proyectos y sueños, y tiene la energía y el carácter suficientes para emprender una nueva época del dulce negocio, que hoy forma parte de la historia de nuestra ciudad y de muchos de nosotros.
¡Enhorabuena, doña Rosy, es usted grande!