Reciclar ocurrencias restrictivas es peor que el virus

Signos

– La primera etapa de la pandemia determinó medidas extremas de suspensión de la movilidad (confinamientos, cancelación del transporte y de la interconexión regional y global, prohibición de actividades y congregaciones, y otras).

– El miedo a morir consintió las disposiciones obligatorias de excepción (por lo menos de los ciudadanos inteligentes y en los Estados democráticos; en los otros no se hacen concesiones).

– Pero ha pasado casi un año, hay una elevación natural de los contagios (y no está el mundo para más suspensiones de la movilidad, parálisis económicas y encierros donde sólo pueden sobrevir los privilegiados, los enfermos y los amargados), y hay autoridades, como las de Quintana Roo, que no han aprendido nada.

– Las medidas coercitivas extraordinarias ya no sirven y las autoridades deberían dejar de politizar su protagonismo en la crisis para intentar verse bien en ella. La propaganda preelectoral montada en la pandemia es lesiva del interés público. Los condicionamientos innecesarios son más dañinos que el virus. Imponer medidas policiales sólo colma la paciencia.

– La gente sin sensibilidad y sin criterio no observará, por supuesto, las recomendaciones y las conductas pertinentes para contribuir a contener el mal. El resto sabe ya de sobra lo que tiene qué hacer para defenderse sola, evadiendo en lo posible a los irresponsables y los demás peligros potenciales, y sabiendo que, por más que se prevenga de todo, el azar es tan omnipresente e impredecible como toda peste. Creer que los gobernantes y sus alternativas unilaterales son los recursos más eficaces de salvación -y sobre todo en democracias tan equivocas y fallidas- es creer que el aislamiento perpetuo y no la vida libre y la convivencia social son nuestro hábitat, el que un Estado de derecho legítimo tiene, además, la obligación de preservar de la violencia y la inseguridad (esa obligación suprema que no es capaz de cumplir en lo más mínimo, con y sin pandemia, y por cuya deficiencia esencial es imposible confiar en él).

– De modo que ya basta de restricciones absurdas. La única lógica funcional, donde la ley y las instituciones no funcionan, es la de recomendar a la gente de buena fe que haga lo que ella sabe muy bien que debe hacer: cuidarse con todos los recursos ya conocidos para hacerlo, y, ni modo: teniendo que tolerar la repetición de absurdos e improvisaciones restrictivas con que los Gobiernos hacen ahora propaganda en lugar de hacer lo que todo mundo debe hacer: cumplir con sus obligaciones esenciales y actuar usando en lo posible la mascarilla y el sentido común.

SM

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