Sí… subordinación, qué más da, pero poquita

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Signos

Bueno, bueno: si un Estado permite a otro la búsqueda de maleantes del crimen organizado en su territorio (como el mexicano permite al estadounidense rastrear y llevarse de México a Estados Unidos a delincuentes que le importan) no es intervencionismo ni violación de la soberanía. Si hay acuerdo y autorización de por medio se llama colaboración y coordinación, aunque el rupestre e incivil Presidente ‘americano’ asegure que se llama imposición (y la científica Presidenta Sheinbaum niegue algún tipo de subordinación de su Gobierno, aunque no quede más remedio que saber que no puede haber equidad objetiva cuando se negocia entre desiguales), porque la soberanía mexicana y las decisiones de su Estado dependen, dice, de las consideraciones de seguridad que importen a quien tenga la sartén de la superpotencia global por el mango.

Y cualquiera sabe en este mundo que se trata de vil neocolonialismo sin pelos en la lengua ni gentilezas diplomáticas (por más que el relato del claudismo mañanero ponga siempre de relieve las consideraciones y las cortesías hacia ella del magnate neoyorquino), y donde lo que Trump necesita es el despliegue real y retórico de su narcisismo hegemónico frente a los electores y partidarios fascistas de su mayoritaria causa ‘americana’, y quienes deben hacerle como quieran con su propia propaganda y sus particulares causas políticas frente a la opinión pública y el convencimiento de los electores de sus propios pueblos son los gobernantes y líderes de los Estados nacionales de esos pueblos afectados por la caradura nacionalista y electorera del poderoso supremacista bocón.

Claro que a los soberanistas mexicanos de pacotilla y con alguna presencia mediática y política les importa menos que su país arda bajo el fuego de la violencia y que las instituciones republicanas sean dominadas por la delincuencia política nativa y se impongan en ellas los negocios del ‘narco’ y el crimen organizado, a que, sin más remedio que aceptar colaboraciones injerencistas, se acabe de una vez por todas con el dominio nacional y el control generalizado que ejercen en casi todo el país y de manera invicta, invencible e impune, mediante gobernantes y autoridades de seguridad y de Justicia a su merced, los grupos del poder político hegemónico y sus socios del crimen organizado.

No. Ante la impotencia soberana de la autoridad necesaria frente a la omnipresencia del crimen y la inseguridad en México no queda más remedio que tolerar la diatriba del neoimperialismo trumpiano y aceptar sus indeseables y ofensivas verdades, mientras se defiende una estrategia cierta de colaboración plena donde, al tiempo en que se usan los recursos superiores de la superpotencia para reforzar la defensa propia anticrimen y acabar con la delincuencia organizada y política, se afina un discurso alternativo que haga menos el ridículo patriotero y encaje mejor en esa defensa efectiva de las prioridades nacionales que son la seguridad y la paz social.

Claro que en los días de la campaña para exterminar a los cárteles colombianos de la droga no había en Washington, ni de lejos, el torrencial delirio protagónico del inquilino de la Casa Blanca de hoy día. Pero el llamado Plan Colombia arrasó con el ‘narco’ y sus patrones sin la menor resistencia nacionalista al poderío de las fuerzas estadounidenses. Y hoy no gobiernan Colombia ni los capos del ‘narco’ ni la derecha neoliberal impuesta por Washington. Sino un exguerrillero izquierdista, antiimperialista y antitrumpista.

Y claro que son menester las contenciones contra los excesos y las amenazas yanquis. Pero mejor con una estrategia alternativa que defienda más la garantía de la seguridad y el exterminio de la criminalidad, que con la proclama estéril del Himno Nacional, por más sonoro y penoso y lumpen que sea el coro de los idólatras soberanistas que tanto sirve a las mafias del poder político y a sus redes de complicidad criminal.

Sí, hace falta un discurso que defienda la seguridad, la paz social y el combate a la violencia y el crimen sin temer a la diatriba trumpista pero destacando, en la diplomacia y en los hechos, que más allá de las palabras y los intereses políticos de los liderazgos, la sociedad de intereses entre Estados Unidos y México se justifica y vale para los mexicanos, más que nada y por encima de todo, para erradicar de la vida pública a todos los criminales que medran y lucran en ella. Y que esa sociedad y ese nexo bilateral serán tan estrechos como aconseje la lucha contra la impunidad que, desde el Estado, ampara los negocios, la violencia, la inseguridad, la ingobernabilidad y el poder que impone, sobre el derecho esencial a la vida democrática y civilizada, el crimen organizado.

SM

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