La Cosa Pública
Por José Hugo Trejo
El reinicio de las giras del presidente Andrés Manuel López Obrador el primer día de junio, para dar el banderazo a la apertura del sector turístico y al inicio de las grandes obras públicas que su Gobierno pretende realizar en el sureste de México, como es el caso del Tren Maya, ha desatado una serie de manifestaciones automovilísticas por todo el país, organizada por sus opositores de los partidos Acción Nacional (PAN), Revolucionario Institucional (PRI), de la Revolución Democrática (PRD) y de Movimiento Ciudadano (MC), así como de organizaciones y personajes del sector empresarial y de la vida política nacional que de manera abierta o soterrada se agrupan en la organización Todos Contra Andrés Manuel (Tocam).
De ninguna manera este es un movimiento ciudadano, sin intereses políticos, partidistas y hasta económicos. Esto queda más que claro. Su apuesta es la del fracaso rotundo del proyecto gubernamental del Movimiento Regeneración Nacional (Morena) que fundó e hizo gobierno López Obrador, cueste lo que le cueste esto a los mexicanos, pues sus intenciones manifiestas públicamente llegan al extremo de respaldar la caída y sustitución del presidente de la República antes del término de su mandato constitucional.
Hasta ahora sin éxito, pero no sin avances, los enemigos del Gobierno de López Obrador pretenden generar un clima de incertidumbre, resentimiento, inconformidad y aversión entre la sociedad mexicana, achacándole a la administración federal de la autodenominada “4ª. Transformación” todos los males que nos aquejan en el país, sean del pasado, del presente o los que nos ocurran en el futuro próximo.
López Obrador es un presidente que llegó a serlo por mérito propio. En su momento, Vicente Fox Quesada, en el año 2000, lo hizo aprovechando los ánimos de cambio y el hartazgo de los mexicanos a más de 75 años de hegemonía priista con sus antecedentes posrevolucionarios. Felipe Calderón Hinojosa, con el respaldo de los panistas se impuso a las intenciones presidenciales del foxismo y se convirtió en el candidato presidencial del PAN en 2006, pero para hacerse de la Presidencia de la República tuvo que aliarse con el PRI y los intereses económicos que lo rodean, que no sólo quedaron intactos durante el primer Gobierno federal panista, sino que siguieron actuando en contubernio con el mismo, trascendiendo hasta el Gobierno de Enrique Peña Nieto y el retorno del PRI a Palacio Nacional.
El resto de los presidentes de México — desde Plutarco Elías Calles, el fundador del priismo, que fue designado por el sonorense Álvaro Obregón, y hasta Lázaro Cárdenas Del Río con todo y que fue uno de los mejores estadistas mexicanos del siglo XX– fueron designados por su antecesor en la Presidencia de la República, por su cercanía política, amistad o complicidad con el mismo.
Sólo a Peña Nieto lo hicieron presidente los intereses económicos y políticos, amalgamados en una sólida aleación del PRI y el PAN, a grado tal que los expresidentes panistas Fox y Calderón respaldaron, uno abiertamente y el otro de manera soterrada, la candidatura del exgobernador mexiquense. No hay que rascarle mucho a nuestra historia para corroborar esta afirmación; ahí están las pruebas fresquecitas en las notas periodísticas de esos años, que son fácil de encontrar en hemerotecas y en los archivos y memorias de los medios de comunicación impresos y electrónicos. Pero, dónde no quieren que estén los interesados e involucrados en esta complicidad que sigue, es en la memoria colectiva de los mexicanos.
Les guste o no a sus detractores, estemos de acuerdo o no con su visión de gobierno, sus políticas públicas, sus acciones y sus dichos, López Obrador es un político sui géneris que se forjó por sí mismo su camino a la Presidencia de la República: lo intentó infructuosamente en dos ocasiones distintas, 2006 y 2012, a través del PRD –partido del que fue uno de sus fundadores a finales de los 80´s después del gran fraude electoral que se cometió en la elección presidencial de 1988 contra el Frente Democrático Nacional y su candidato el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano–, luego en menos de seis años se dio a la tarea de organizar un movimiento que convirtió en partido para ganar en su primer participación en una elección presidencial, la del partido, la Presidencia de la República y la mayoría en las cámaras de Diputados y de Senadores, empujando al triunfo a cientos de presidentes municipales, diputados locales y hasta gobernadores.
Sus acciones de gobierno más cuestionadas por sus críticos, enemigos y opositores, como lo ha sido la cancelación del Nuevo Aeropuerto de la Ciudad de México en Texcoco, así como el rescate al sector energético del país y de las paraestatales Petróleos Mexicanos (Pemex) y la Comisión Federal de Electricidad (CFE), la construcción del Tren Maya y la refinería de Dos Bocas en Tabasco, al igual que el combate a la corrupción, en el que se han cometido algunos errores afectando a terceros no involucrados en los chanchullos, como en el caso de las guarderías, no fueron sacadas de la manga al llegar al Gobierno. Todo lo anunció desde su campaña y lo respaldaron con su voto más de 30 millones de mexicanos. En ese sentido no está haciendo cosas que no anunciara antes de llegar a encabezar al Estado mexicano.
Sus detractores y opositores jugaron bajo las reglas democráticas que rigen a nuestro país, expusieron su visión de gobierno, sus proyectos e ideas de hacia dónde querían llevar a México, aunque el ejemplo de la conducta que sobrellevaron los Gobiernos ligados a los partidos en los que militan no les fue de mucha ayuda, y perdieron frente a la oferta política de López Obrador.
Y ahora, aprovechándose de la coyuntura económica y sanitaria por la que atraviesa el país, producto de acontecimientos que escapan al control del actual Gobierno, como de cualquier otro aquí en cualquier otro país del mundo, alientan a la sociedad mexicana y a cualquier otra fuerza oscura que pueda surgir, a sacar del Gobierno a quien ahí llegó de manera legítima tras derrotarlos contundentemente en un proceso electoral, que es el que deberían de esperar sin desesperación o, por lo menos, aguantarse a tomar el arma legal que su propio enemigo les entregó con la aprobación de la revocación de mandato para 2022.
Su perversa aspiración difícilmente puede llegar a cumplirse en el México de hoy, en donde prevalecen reglas democráticas claras y precisas; algunas de las cuales establecen los tiempos, las formas y los procedimientos para el remplazo de nuestros gobernantes. A ellas se deben ajustar todos los actores políticos del país y no deben alentar, ni públicamente ni de manera soterrada, asonadas ilícitas que alimentan la incertidumbre y la zozobra que señorea en el país por la pandemia del Covid-19 y sus secuelas económicas…