Un credo, en la noche de los dinosaurios

5

Signos

No creo en izquierdas ni derechas, en dogmas e ideologías, en fanatismos e idolatrías, en doctrinas y credos, en proclamas y determinismos unilaterales, en militancias y congregaciones de rituales y banderas infalibles, en ‘causas justas’ sectarias y excluyentes, en obsecaciones y negaciones de la diversidad, del albedrío tan relativo y tan libre como tan diferente es un átomo y un ser de otro átomo y otro ser por similares que parezcan; en uniformidades, maniqueísmos, oposicionismos y prejuicios prehistóricos, antediluvianos y antagónicos de todo principio de descubrimiento, de conocimiento, de sentido crítico y de apertura negantrópica contra los absolutismos y las intolerancias y los engendros de la fe. Creo en el eclecticismo, la heterodoxia y la falibilidad de las mejores causas y los espíritus superiores; en la moral de las buenas intenciones y en los idealismos y las utopías cifrados en la aptitud del Logos o la inteligencia y la creatividad y la pertinencia estética; y en la idea de que la convergencia del concepto, la buena voluntad y las iniciativas de vanguardia y de justicia siempre serán minoritarias y cada vez más reducidas en la lógica de unas leyes universales invariables y eternas que, del mismo modo que condicionan la diferencia entre las mínimas partículas de todo cuanto existe, las condenan, a ellas y a todo cuanto existe, a perecer y a transformarse en nuevos entes y a renacer en otras realidades cósmicas, del mismo modo que en la existencia humana los valores civilizatorios y las más altas virtudes de los seres deben apagarse alguna vez, en sus complejidades únicas y en la misma dialéctica transformadora, bajo la masiva oscuridad del simplismo progresivo de la cultura y la derogación inexorable de la energía de la razón y del prodigio estético, para realizarse -tras completar el ciclo del origen y el primitivismo y del ascenso a la cúspide de la modernidad y del descenso hacia el extremo en que se juntan la suprema invención inteligente del androide y el alma desprovista de toda humanidad y tan precaria e indefensa y sin palabras como en el origen de la vida- en otras creaturas o formas y expresiones de la energía de las que no puede, porque tal es el misterio de lo incógnito y lo inexplicable de la inteligencia que todo lo rige, entre los insignificantes límites de la conciencia y las eternidades infinitas de lo desconocido. Creo en causas cada vez más excepcionales y más extraviadas entre las invisibles veredas de la multitudinaria sordidez de la propaganda de los antagonistas ideológicos que lucran con el poder político envueltos en las banderas de la demagogia de la representación popular y la defensa -unívoca: la del otro es una impostura, un engaño democrático disfrazado de jinete de la salvación y condenado por la historia- de los intereses superiores de los ciudadanos. Hoy día, de la medida de la intrincada maraña digital y de la descontrolada dispersión de contenidos de toda laya que fluyen por las redes integradoras del orbe es la degradación del humanismo y de los valores expresivos que se comunican. Las urgencias consumistas y competitivas disuelven el tiempo necesario de la virtud creativa, y la gracia de la abstracción y la virtud estética se rompen en los destellos fantásticos e inmediatistas del espectáculo y las atracciones visuales de trascendencia tan efímera como los olvidables pasatiempos del masivo espectro global de la banalidad. Y del mismo modo y con la misma volatilidad las ideologías se disuelven, desaparecen las fronteras doctrinarias, involucionan compromisos y convicciones, se multiplican los oportunismos y las mudanzas partidistas, la política es más que nunca el aparador de los peores mercenarios, de la propaganda más abyecta, de la concurrencia más nutrida de contendientes por la representación popular más desbocados y más voraces y nocivos e inmorales cuanto más defensores dicen ser de la verdad, la honestidad y la lealtad. La competencia por la insinceridad y la vulgaridad se recrudece. Cualquier patán puede ser protagonista. La democracia del exhibicionismo es la constante. Ganan los atrevidos, los de la mayor vileza y los menores escrúpulos para barbarizar el verbo y la verdad en la escena pública. No hay límites. Se miente sin pudor ninguno (como siempre en el circo de la política se ha hecho) pero ahora sin excepciones, sin ejemplos superiores que congreguen la esperanza de los buenos ciudadanos. La generalizada mediocridad del fin de los tiempos abona el desenfado, el libertinaje y el desprejuiciado atrevimiento de los personajes de la peor especie intelectual y moral para ir a las urnas alegando a los cuatro vientos que son los factores esenciales y los mejores representantes de la regeneración moral, de la transformación nacional y de la defensa de la democracia, la justicia y el interés popular. Mi lucha de clases sólo es entre positivos y nocivos; entre espíritus necesarios y los de mala ley; entre las causas nobles y las que ganan casi siempre. Porque de tránsfugas de opositores hacia el cielo de los impolutos de la propaganda de la salvación, está cada vez más poblado, diría el Nano, el reino de los ciegos. Porque no hay sumas de nobleza entre los pretendidos redentores sin restas abundantes de blasfemos y simuladores tan dañinos y tan iguales o tan peores como sus opositores. Cuanto más se ven las caravanas y las poses y las imágenes de lo que se quiere parecer, y se escuchan los bodrios de la autoexaltación y las minucias de lo que se hace transmutadas por los desechos discursivos y los informes de gobierno en las más grandes maravillas en honor del pueblo (convertido en bueno y sabio), bien se sabe que entre lo verde y lo guinda la diferencia es de palabras ralas y que no puede ver, quien no quiere ver y va a las urnas tras el espejismo y el engaño de la vanguardia popular de moda, que es igual o peor la Justicia que hoy se hurta y se corrompe y se anuncia como la gran revolución vindicativa de los derechos antes ultrajados, mientras se pone en manos de otra servidumbre usufructuaria de la ley para favorecer los privilegios de quienes han desplazado a los azules y a los tricolores del poder político en la representación de ese gran pueblo y se declaran guindas y renuncian, según las circunstancias, a ser verdes, porque la militancia y la conveniencia ideológica es tan simple como eso: es pintarse la razón política del color que sea mientras se esté del lado correcto de las mayores ganancias de poder y de dinero, y aunque en esos territorios pantanosos ronden los cocodrilos, o los Fiscales y los policías corruptos y los sicarios infiltrados y oficiales y las tentaciones y los peligros y las condiciones que impone, a las buenas o a las malas, el crimen organizado. 

SM

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *