
Signos
Una gobernanza de valor, se sabe, entraña un liderazgo representativo de importante poder transformador del entorno gobernado.
Gobernanza, en tal sentido, no es capital político, protagonismo, carisma, discurso, simulación, capacidad de convencimiento y habilidades para la corrupción o para la conversión pragmática del patrimonio público en privado.
Gobernanza necesaria es, pues, gobernar con eficacia y capacidad de superación de las condiciones estructurales con que se recibe el espacio general a gobernar, y con que se recibe la institucionalidad de gobierno y el contexto de sus relaciones de Estado.
El PRI institucionalizó al país.
Su institucionalidad se hizo cultura y modo de ser.
Su perdurabilidad se debió a tal sincretismo nacional (que incluyó la suma representativa de todos los intereses clasistas y sectoriales, urbanos y rurales, obreros y patronales, en una dimensión que asombraba al chileno poeta marxista y leninista y Nobel de Literatura, Pablo Neruda, quien decía: ‘si hay un sector campesino y uno obrero, ¿cu{al es, entonces, el llamado sector popular’, que para el priismo mexicano totalizador era el de las burocracias y las clases medias).
Y del rompimiento con esa institucionalidad revolucionaria en los ochenta -donde se impuso la ideología privatizadora y de mercado a la defensa doctrinaria de la justicia social, procedente del programa ganador del movimiento armado- y desde su flanco izquierdo, se forjó la base social con que el obradorismo terminaría reemplazando la fuerza política del PRI -esa que perdió cuando el neoliberalismo oligárquico y desinstitucionalizado y deslegitimado de su naturaleza originaria cortó su ‘ala popular’- en el poder del Estado nacional, contra cuyo ascenso no sirvió de nada la efímera alternancia presidencial panista del dos mil, que al cabo fue peor, por incompetente y corrupta, que el salinismo tricolor.
La institucionalidad del partido de la Revolución había hecho las gobernanzas del país a su imagen y semejanza.
Unas fueron ejemplares y transformadoras. Otras fueron presas absolutas de la parálisis, la malvivencia y la criminalidad política, sin aptitudes creativas ni alternativas ningunas para la innovación y el desarrollo. Y algunas más se produjeron entre la vocación de los gobernantes para la rapacidad y el despojo de los bienes públicos, y su capacidad visionaria para construir obras, al mismo tiempo, y legar iniciativas esenciales para el porvenir.
Había de todo en las viñas del Señor (Presidente) y de la institucionalidad tricolor. Pero sobre todo había institucionalidad, donde se sabía a ciencia cierta y sin lugar a dudas que nada como la fidelidad al partido y a su sistema jerárquico garantizaban el mejor destino de sus ‘cuadros’ y sus liderazgos, de la calidad política y moral que fueran.
No se podía ser tricolor y al mismo tiempo defender intereses verdes o de otra cuadra ideológica o política, por más humanistas y de corazón feminista que se dijeran.
La veleidad era la antípoda de la institucionalidad.
Y si se era Gobernador o Alcalde o Legislador se defendía la pertenencia y la unidad como una causa común cuya fuerza hacía la de cada cual.
Tal era la institucionalidad donde era un imperativo respetar la superioridad y los tiempos de la oportunidad para el ejercicio del poder.
¿Se está institucionalizando, en una unidad alternativa y de formación de ‘cuadros’ y liderazgos fuertes y novedosos, la causa de la Regeneración Nacional, donde el vigor ideológico y militante se propaga como la nueva moral política republicana, opositora a la trascendida corrupción del PRI y del PAN?
¿Hay unidad, en efecto, o cada quien negocia para su santo y lucra para su feudo particular y financia sus particulares parcelas de promoción y de opinión pública donde lo que importa es él, no el Alcalde aquél ni el otro correligionario ni más militancia que la de la defensa del interés propio?
¿Hay indicios -aunque sea- de una mejor y más constructiva gobernanza en Quintana Roo, por ejemplo, expresiva de la causa partidista de la Regeneración Nacional, y una fidelidad ideológica y política plena al partido del expriista Andrés Manuel López Obrador más allá de la devoción del discurso-caramelo y de la selfie-postal-aparador?
En los Gobiernos y Poderes públicos de control morenista ¿se advierte una mejor moral que la del pérfido Partido Verde y una gobernanza más productiva y socialmente más útil que la del viejo PRI y el viejo PAN y el desaparecido PRD y aquel partido temporalero del expresidiario y exAlcalde y predicador evangélico y cantante cancunense Greg Sánchez?
¿Hay mejores Municipios, mejores Legisladores, mejores Regidores, mejor sistema de Justicia, mejor seguridad pública, mejor gobernanza estatal?
¿Hay mejor todo eso y mayor adhesión institucional al Morena que aquella profesada al PRI -en los tiempos históricos de la institucionalidad priista gobernante- en Sinaloa, Tamaulipas, Sonora, Baja California, Guerrero, Tabasco, Chiapas, Oaxaca, Veracruz y todos los Estados del partido presidencial?
¿Son de moral morenista sus Gobernadores, Alcaldes y representantes populares formados en la militancia del obradorismo, o son tan o más incompetentes y traidores a la institucionalidad del partido presidencial que los priistas de los tiempos clásicos de la militancia tricolor de Andrés Manuel?
Las directrices ideológicas y las nociones progresistas de bienestar y de justicia social de la Presidenta Sheinbaum ¿influyen en el alma dirigente de los gobernantes y representantes populares de su partido en las Entidades del país? ¿La respetan realmente, o sólo trafican con su imagen y con su presencia en las eventualidades protocolarias para defender sus intereses delictivos y su inoperancia gobernante y su traicionera investidura democrática y popular?
¿Son mejores ahora los morenistas que antes fueron priistas, o los que operan como guindas a las órdenes del Niño Verde, o los que con la reforma judicial obradorista corrompen más que nunca la impartición de Justicia en sus Entidades, o los que como jefes de las Fiscalías -‘autónomas’- y de las Policías locales dejan -como cuando Adán Augusto gobernaba Tabasco- que el crimen organizado prospere del mismo modo: con mayor impunidad que nunca?
¿Son mejores los candidatos visibles de la hegemonía partidista de ahora, en Quintana Roo -heredera de la popularidad carismática de López Obrador en todo el país-, que los de la hegemonía de los tiempos de don Chucho, por decir, en los días inaugurales del Estado?
¿La gobernanza de hoy día es más temida o más agradecida por el crimen organizado?
¿Hay más calidad gobernante hoy día, en los hechos, frente a las calamidades históricas que imponen competencia y legitimidad en los perímetros locales?
¿Es más ético el poder político en sus políticas mediáticas, de imagen y de comunicación social?
¿Hay qué esperar que nazca y crezca y se consolide la institucionalidad del morenismo hegemónico?
¿Nacerá?
¿…?
SM