Signos
Importa que la Presidenta haya reprendido a su Secretaria de Medio Ambiente, Alicia Bárcena, y que su colaborador y exJefe de Oficina cuando la ahora titular de la Semarnat era Secretaria de Relaciones Exteriores, Martín Borrego, renunciara al cargo luego de conocerse la celebración de una fiesta privada suya en el Museo Nacional de Artes unos meses antes de terminar el periodo de López Obrador, y la que habría sido camuflada como una actividad oficial internacionalista en la que participara una diplomática yugoslava, pareja de Borrego, y con la que, según la nota periodística en que se informó del hecho, la reunión en el Munal a la que acudieron decenas de funcionarios de las Embajadas mexicana y yugoslava, habría tenido que ver con las nupcias del colaborador de Bárcena ya renunciado. Importa porque parece establecer un precedente de la naturaleza austera, vertical y disciplinaria en el uso de los cargos públicos y los bienes nacionales del mandato claudista. Porque del obradorismo suyo y de Andrés Manuel puede decirse con más o menos justeza todo cuanto se quiera, menos que son iguales a casi todos sus antecesores presidenciales y demás gobernantes y jefes políticos y representantes populares de hoy y de todos los tiempos, cuyo propósito esencial en el ejercicio del poder ha sido el de todo lo contrario al de su encomienda constitucional jurada bajo la consigna de que de no hacerlo la nación se los demande: la de abusar de ese poder y de lucrar con él y convertirlo en el negocio privado más rentable y en la fuente más productiva e inagotable de su desmedido potencial de corrupción. Porque sólo Juárez y los suyos y al frente de un Estado nacional en riesgo de desintegración (y donde a pesar de todo sedimentaron los principios del laicismo gobernante contra todas las fuerzas fundacionales y evangelizadoras de la fe) predicaron con el ejemplo superior de la medianía y hasta con la pobreza de sus haberes personales defendiendo los intereses republicanos. Después de ellos, ni los equipos presidenciales del general Cárdenas ni los de Ruiz Cortines ni de López Mateos, como los único ejemplares y honorables en el largo trecho del México posrevolucionario, han sido tan decentes y contenidos en el uso de los recursos del Estado, y por eso mismo han renunciado a las desorbitados privilegios y las millonarias pensiones para los exPresidentes borradas de la letra constitucional por el obradorismo, y han intentado cerrar la llave del monstruoso despilfarro y de los colosales negocios privados en que convirtieron las administraciones públicas sus predecesores -con la salvedad de los referidos Cárdenas, Ruiz Cortines y López Mateos- y lo han seguido haciendo, con mínimas y muy desconocidas excepciones, Gobernadores, Alcaldes, Legisladores, Regidores y representantes populares y élites mayores e inferiores de los Poderes y niveles republicanos, de toda laya y falsa ideología, paridos por la genética de la simulación y la demagogia y curtidos en la cultura de la inmoralidad política disfrazada de ‘servicio al pueblo’. La corrupción y el saqueo siguen siendo la marca de la política y el servicio público nacionales. Y en el bando presidencial y cuando el perfil de la austeridad y la eficiencia republicanas más se enfatiza ahora desde el discurso y las proclamas claudistas, habrá de irse fragmentando la causa multitudinaria del verdemorenismo trepador y oportunista bautizado en las más turbias aguas de la cultura política de los peores tiempos de la corrupción nacional posrevolucionaria. ¿Seguirá Claudia metiendo esos calambres exhibicionistas contra sus correligionarios, colaboradores y personajes distintivos de su entorno presidencial, como una fórmula pedagógica de que la vasta comunidad del verdemorenismo corrupto y arribista se modere o se retire de las filas del verdadero obradorismo claudista o del que sí predica la defensa de los intereses nacionales, desde la suprema autoridad presidencial, con el ejemplo de la auténtica y juarista austeridad republicana?
SM