El Bestiario
En el futuro se dirá: el viejo periodismo murió cuando las noticias dejaron de leerse en un papel u oírse por la radio y comenzaron a ser suministradas con imágenes y se convirtieron en espectáculo, en espejos en los que el ciudadano anónimo se reflejaba. A partir de ese momento los periodistas pasaron de ser informadores a llamarse comunicadores, y la noticia era eso que decía en pantalla un tipo agradable, una chica atractiva, los dos con una voz bien modulada, capaces de emitir con una sonrisa ambigua y una dentadura perfecta un bombardeo, una crema, un asesinato, una marca de coche, el discurso del presidente y una sopa. Ser consiste en ser visto. Eso dicen también los viejos sentados en una solana con una garrota entre las piernas: ver para creer o vivir para ver, y es lo que hace ya gran parte de la humanidad que se mira en el espejo de las pantallas como figurantes de este espectáculo. La nueva era de la información comenzó el 22 de noviembre de 1963, a las 12:30, cuando el industrial textilero de ropa femenina Abraham Zapruder se encaramó en un pilar de la plaza Dealey, en Dallas, con una cámara Bell & Howell de ocho milímetros. Esa clase de tomavistas, hasta entonces, se alimentaba de bodas, barbacoas, juegos con el perro, escenas en el columpio del jardín. Pero esta vez captó el disparo mortal en la cabeza del presidente Kennedy. No fue azar. Fue la historia la que buscó a la cámara, y no al revés. Desde ese día todas las imágenes dejaron de ser inocentes. A partir del asesinato de Kennedy solo existirían los sucesos que crearan las cámaras como espectáculo. Los bombardeos serían transmitidos como conciertos de rock, las Torres Gemelas ardiendo crearían el eje del mal, nada sería verdad si no se transmitía en directo, y ningún político mal afeitado, sin la corbata adecuada y que sudara en un debate sería nunca presidente…
‘Alfred Hitchcock: tan gordo, tan retorcido, tan genial. El cineasta, que murió hace 40 años, hubiera sido el retratista perfecto de esta barbaridad que estamos sufriendo todos’, escribe en una columna el crítico español de cine Carlos Boyero. Imagino que a Hitchcock le hubiera encantado tener la pinta y el encanto de Cary Grant, el maravilloso actor al que dirigió en muchas y memorables ocasiones, pero a falta de esos dones físicos, se tuvo que conformar con ser Alfred Hitchcock, una de las más revolucionarias y geniales cosas que le han ocurrido a la historia del cine. Él tampoco se propuso, desde que era joven, formar parte de los dioses del Olimpo. Se limitaba, como John Ford, a ser el más inteligente y profesional de la clase, a realizar su difícil trabajo mejor que nadie, a perfeccionar el arte de contar historias con una cámara hasta límites sublimes, al deseo permanente de que estuvieran abarrotadas las salas donde se proyectaban sus películas, a que los receptores permanecieran ensimismados, temerosos y emocionados con lo que él narraba en la pantalla, a que el éxito de cada una de sus criaturas se convirtiera en norma y no en excepción, a que el público, en épocas en las que aún no se había puesto de moda el cine de autor, pagara la entrada al ver la firma de un tipo llamado Hitchcock. No disponiendo de internet, ese sustituto monumental de algo tan valioso conocido como memoria, solo puedo recurrir a ella para recordar títulos, momentos, secuencias, intrigas, miedos, poemas que se inventó este insuperable creador de imágenes, un supremo estilista con tantas cosas que expresar, un conocedor tan profundo como temible de la naturaleza humana, de sus luces, pero ante todo de sus sombras. Hitchcock hubiera sido el retratista perfecto de esta barbaridad que estamos sufriendo todos. Nadie como él plasmó mejor en imágenes el horror individual o colectivo, la angustia, el peligro abstracto o real.
La pandemia que sufrimos podría estar ilustrada en la imagen final de esa obra maestra titulada ‘Los pájaros’. La familia, acompañada de Tippi Hedren, abandona la casa en la que ha sido acorralada por los pájaros. Ocurre al amanecer, sus pasos casi van a cámara lenta y las aves asesinas milagrosamente se limitan a observarles y les dejan pasar. Las pesadillas que filmaba Hitchcock dejan huella a perpetuidad. Él no solo hubiera hecho algo apasionante en una cárcel vertical, sino que estoy seguro de que era el único director capaz de hacer algo hipnótico que se desarrollara en un ascensor. Lo consiguió en ‘Náufragos’, rodada en una barca en medio del océano. Si en tan poco espacio era capaz de crear tal tensión, imagínenselo disponiendo de grandes escenarios. Como esos maizales por los que corre Cary Grant perseguido por una avioneta fumigadora en ‘Con la muerte en los talones’. Los paseos por San Francisco en los que vaga en estado insomne y completamente desarbolado James Stewart en ‘Vértigo’, recordando obsesivamente a la misteriosa y difunta mujer de la que se enamoró, un poema necrófilo que podría haber escrito Edgar Allan Poe. El gélido y calculador Cary Grant de ‘Encadenados’, utilizando como señuelo y espía a la mujer que ama y que le ama, haciendo que se case con otro, progresivamente envenenada. Todo para cazar a una organización de nazis. O ‘Rebeca’, que comienza con aquella frase mitológica de “ayer soñé que volvía a Manderley”. ‘Extraños’ que se encuentran en un tren y se hacen la macabra propuesta de matar a la exmujer de uno de ellos a cambio de que este asesine al padre del otro. El rostro de una mujer fugitiva y acorralada en ‘Psicosis’, que va conduciendo en medio de la lluvia y de la noche, camino del motel donde la espera el monstruo Norman Bates, tan edípico como enloquecido. Lo más gratificante de las obras de Alfred Hitchcock es que sabes que tienen un final, que al acabar la película te vas a reencontrar con la realidad, que te sentirás aliviado al encenderse las luces de la sala y constatar que no te ocurre nada malo, que tu cuerpo sigue intacto, que el horror solo existía en la pantalla.
Santiago J. Santamaría Gurtubay
Y creo que no me traiciona la memoria al recordar que el niño Hitchcock supo lo que era el terror cuando su tendero y estricto padre le mantuvo durante una noche en la comisaría para que supiera lo que son el miedo y el respeto a la autoridad. También que solo tuvo una mujer, la guionista Alma Reville, a la cual le pidió matrimonio cuando ella estaba vomitando hasta el alma por la borda de un barco, en medio de una tormenta feroz en el Atlántico. También cuenta uno de sus biógrafos que en su agonía el hombre gordo repitió más de una vez la palabra “soledad”. Y que, si siempre le gustó el alcohol, en sus últimos años este fue su compañero más habitual. Y, cómo no, le volvían loco las señoras rubias, hermosas, sofisticadas y elegantes. Que, lógicamente, estaban liadas con otros, no con la foca mofletuda. Con alguna, como Grace Kelly, estableció una complicidad que incluía el voyerismo. Pero con Tippi Hedren, que no le seguía el rollo, se comportó como un intolerable sádico, prescindiendo, en la secuencia de ‘Los pájaros’ en la que Hedren es atacada en masas por las aves apocalípticas, de los efectos especiales. En su afán de realismo o por sus celos convirtió en real el ataque de los pájaros. Y es probable que su cine sea tan perturbador y extraordinario porque su mente siempre anduvo retorcida, porque no fue una persona feliz a pesar de que su arte alcanzara los cielos, de conseguir una gran fortuna, de ser el director de cine más reconocido y admirado. Él tampoco se propuso, desde que era joven, formar parte de los dioses del Olimpo. Se limitaba, como John Ford, a ser el más inteligente y profesional de la clase, a realizar su difícil trabajo mejor que nadie. Alfred Hitchcock, fue un director de cine y productor británico nacionalizado estadounidense. Fue pionero en muchas de las técnicas que caracterizan a los géneros cinematográficos del suspense y el thriller psicológico. Murió en Los Ángeles en 1980 No vivió una barbaridad como la que estamos sufriendo todos, lo más salvaje, increíble y despiadado que le ha ocurrido a la humanidad desde la Segunda Guerra Mundial. Nadie como él plasmó mejor en imágenes el horror individual o colectivo, la angustia, el peligro abstracto o real, la pegajosa sensación del miedo, la incertidumbre, los fantasmas que engendran la maldad o la soledad, el monstruo acechándonos a la vuelta de la esquina, en la puerta de al lado o a centímetros de tu cuerpo.
El nombre de Hitchcock nunca aparecía en los guiones. Daba igual quién los escribiera. Su personalidad marcaba de principio a fin todas las historias que filmaba. Y nadie ha poseído una imaginería visual como la suya, la capacidad para que esas imágenes se incrustaran en las sensaciones del receptor. Si el cine hubiera continuado mudo, Hitchcock seguiría intrigándonos, acojonándonos, conmoviéndonos. Y a veces, como es lógico, el resultado no estuvo a la altura de las expectativas. En su filmografía hay películas menores, pero nunca malas. Si no hubiera abandonado Inglaterra, su cine seguiría siendo muy bueno, pero Hollywood le ofreció los mejores recursos para que este se convirtiera en una obra de arte. Cuenta el excelente guionista y muy divertido y malicioso escritor William Goldman que el cine de Hitchcock fue grande hasta que el director, crítico y actor francés, François Truffaut, y otros cultivados espíritus le convencieron de la enorme trascendencia y coherencia de su obra, de poseer un universo a la altura de los artistas más intocables. Hitchcock inicialmente mostró cierto escepticismo hacia tanto justificado halago, pero como era humano, le fue encantando que los más inteligentes le consideraran el rey. Según el perverso Goldman, a partir de ahí, Hitchcock hizo películas pensando en la opinión de los críticos. No es cierto, pero tiene su gracia. Y ahora que todo dios está tan roto que necesita ver comedias y películas relajantes, me entero de que un esperpento claustrofóbico, enfermizo y experimental en el peor sentido, una película titulada ‘El hoyo’, de la que solo aguanto los primeros 15 minutos y que se desarrolla en una cárcel vertical, está arrasando entre las apetencias del público de Netflix. Qué desperdicio recurrir a los sucedáneos cuando se puede disfrutar de lo genuino, o sea de Hitchcock, a través de las plataformas digitales.
La extrema derecha se alimenta del cabreo y en la Península Ibérica y en México es un misterio casi geológico de dónde sacan tanta mala leche
El columnista Íñigo Domínguez, en una magnífica crónica titulada ‘Tengan cuidado ahí fuera, nos describe a muchos protagonistas de las películas de Alfred Hitchcock, afines a Vox en España y a otros partidos de extrema derecha en México. Sienten una especie de agorafobia al salir, mareo por las distancias, vértigo ante el horizonte. Y ahora que a Vox, lleno de rancios franquistas de la España Imperial de ‘Una, Grande y Libre’, ni le gusta lo de aplaudir, hasta asomarse a las ocho, a los balcones, va a ser un problema. Un hombre protesta con una cacerolada estos días durante el homenaje a los sanitarios en Valladolid. En otros lugares de México han tenido que proteger a los mismísimos médicos, enfermeras y personal sanitario, para que fueran agredidos por los Norman Bates que no faltan. Me mandaban, en una primera etapa de mi adolescencia a la cama cuando empezaba una serie en la que se abría un garaje, salía un coche de policía y aparecía el título, ‘Hill Street Blues’ (la voz de un señor nos traducía: ‘Canción triste de Hill Street’, en los ochenta no sabíamos lo que era blues). En la pantalla de la televisión aparecían marcados en el margen derecho superior dos rombos negros… La música tenía algo de melancolía, cada capítulo empezaba por la mañana en una comisaría y daba el tono de lo difícil que es arrancar la jornada. Cuando por fin me dejaron verla descubrí que era sobre todo una serie de gente trabajando y con muchos problemas. Dilemas morales, incompetencia de jefes, memeces de burócratas. Los personajes no estaban seguros de casi nada y al final del día acababan cansados, insatisfechos, confusos, no eran finales muy felices, sino a media luz, nocturnos. Recuerdo de niño la sensación de pensar entonces que el mundo era un sitio complejo. Aunque me impresionaba más que el teniente Furillo y la abogada Davenport hablaran en pijama en la cama, y que se vieran en secreto, y esas cosas. Cualquiera que viera la serie recordará una frase: “Tengan cuidado ahí fuera”. En el inglés original era más amable, colectivo, “vamos a tener cuidado”, la versión ibérica es más marcial e imperativa. La decía el sargento Esterhaus cada mañana antes de mandar a sus hombres a la calle.
“Esta semana, cuando salimos a aplaudir a las ocho, pasó un tipo gritando por la calle: ‘¡Que no, que os están engañandooo!’. Nos trataba de ingenuos y era como si aquello le pareciera mal, aunque no comprendíamos por qué, ni quién nos engañaba, ni para qué. Los vecinos que estábamos asomados, y había de todo, de derechas y de izquierdas, nos miramos sorprendidos y nos encogimos de hombros. Hay vecinos que no salen, pero nunca he pensado que el aplauso les parezca mal, sino que les da pereza o no les van esas cosas. Pero Vox dijo que esto de los aplausos está fatal, ya es directriz oficial. Son muy rápidos en crear mal rollo…”, escribe Íñigo Domínguez. La extrema derecha se alimenta del cabreo y en México y España es un misterio casi geológico de dónde sacan tanta mala leche. Debe de haber yacimientos subterráneos y tienen zahoríes especializados en este ramo lácteo. Se quejan del buenismo, pero lo suyo es malismo tontorrón tipo Gargamel, el malo de los pitufos, mira que fastidiarles los aplausos. Es verdad que la gente cada vez está más caliente. Hay más broncas y malentendidos en chats, mensajes y llamadas. Los amigos ya se pelean furiosamente por los matices de las reglas de confinamiento. Para el Vox del presidente vasco de Bilbao, Santiago Abascal Conde y Francisco Javier Ortega Smith-Molina, y el México Libre de Felipe Calderón y Margarita Zavala pretenden ‘restaurar la política’ y ‘construir el bien común más que conquistar el poder’, repite en las redes sociales y periódicos afines la ex candidata presidencial. Debe de ser una pena toda esa gente cabreada sin apro
México Libre y Vox, de Calderón y Zavala, y de Abascal Conde y Ortega Smith-Molina, obsesionados con ‘Manuelovich’ y ‘El Coletas’
¿Recuerdan al principio de la pandemia? Todo eran buenos sentimientos, explorar sensaciones, gimnasia, recetas, libros. Nada era política. En Vox debían de subirse por las paredes, parecía un maldito musical podemita, del partido radical Podemos, de Pablo Iglesias, ‘El Coletas’ quien gobierna España en coalición con el Partido Socialista Obrero Español (PSOE), con Pedro Sánchez, como presidente… En México Libre siguen obsesionados con un sistema bolivariano y chavista, impuesto por Andrés Manuel López Obrador, AMLO, ‘Manuelovich’. Había que volver a las bofetadas, acabar con este distanciamiento social del mal genio, ni que fuéramos daneses en México y Madrid, capitales. Hacer algo todos juntos al margen de ideologías, aplaudir, dónde vamos a ir a parar. El latinoamericano se realiza más, entronca más profundamente con su esencia patriótica, atrincherado en los extremos y con alguien a quien sacudir. Ahora le veo el sentido a la idea de Vox de fomentar los pisos zulo, esas cápsulas tubulares a la japonesa, para arreglar el problema de la vivienda. En esos agujeros tan ideales, además de no haber ventana para aplaudir, la gente se habría cabreado antes. Es llamativo que les moleste que unos protesten a una hora y otros aplaudan al personal sanitario, y eso que muchos a lo mejor hacen las dos cosas. No, tenemos que estar todos rebotados.
La verdad, tardé en enterarme de que había caceroladas contra el Gobierno a las siete, hasta que un día oí a alguien dándole a una olla, cuando hablaba por teléfono desde Cancún con mi hermana Lourdes y sus hijos Andoni, Irantzu, Leyre, Joseba, y sus nietos Amaia y Telmo… Era un vecino, y duró 10 segundos, hasta que se dio cuenta de que era el único. Él no entendía nada, porque pensaría que iba a salir todo el mundo, y yo tampoco, hasta que busqué lo que pasaba en Internet. En otros lugares ocurre al revés, todo el mundo protesta a las siete, algunos amigos dicen que en su zona es un estruendo general, y me parece estupendo. Lo curioso es que uno puede llegar a creer que el mundo es lo que ve por su ventana, como James Stewart lo que lee en su periódico, o escucha en un canal majara de extrema derecha de YouTube. Vivimos en burbujas, algunas muy burbujeantes, y sin duda lo mejor para todos es incomunicarnos cada vez más, odiar más al vecino, pelearnos entre nosotros, cazuelas contra aplausos. Ahora resulta que aplaudir va a ser progre, de derechita cobarde, de pringaos. Habíamos descubierto a los vecinos, pero ya hay que enfadarse con ellos. Con lo bueno que es para la salud intentar entenderse con quien no piensa como tú.
La historia de amor entre Lisa (Grace Kelly) y Jeff (James Stewart), a borde del matrimonio para pesar del segundo, una línea argumental
En una filmografía como la de Alfred Hitchcock, en la que abundan las obras maestras, hay cuatro o cinco títulos que incluso trascienden tal expresión. ‘La ventana indiscreta’ (‘Rear Window’, 1954) es desde luego una de ellas, un proyecto con el que el director británico estaba ya entusiasmado durante el rodaje de ‘Crimen perfecto’ (‘Dial M For Murder’, 1954), en cuyos descansos no paraba de hablarle del mismo a Grace Kelly, la actriz que Hitchcock quería para protagonizarlo. Así pues, Kelly se puso por segunda y penúltima vez a las órdenes del maestro del suspense, y hay que reconocer que en la breve carrera de la actriz no hay ocasión mejor que la presente para ser testigos de su gran belleza. ‘La ventana indiscreta’, el punto de vista, es probablemente la película donde la actriz sale más hermosa. Además de eso, el film es una lección de lenguaje y narración cinematográfica, sobre todo teniendo en cuenta su manejo del punto de vista. La película propone un juego, tan divertido, como enrevesado y lleno de detalles con mala leche, sobre el voyeurismo -conducta o comportamiento sexual que consiste en buscar placer sexual en la observación de otras personas en situaciones eróticas que todos tenemos dentro y que es tan fácil de demostrar-, mezclando dicho elemento con lo que supone ser un espectador cinematográfico, todo ello para construir un endiablado y fascinante relato de suspense, que junto a la historia de amor central del film, van enredándose y mezclándose hasta tal punto que bien podríamos hablar de una ‘love story’ con el suspense Todo dependerá evidentemente con el ojo con el que se mire.
John Michael Hayes, que se convertiría en guionista del director en esos años, adapta muy libremente, por petición de Hitchcock, el relato corto de Cornell Woolrich. Es la historia de un fotógrafo que, tras un accidente de trabajo, debe permanecer en su residencia con una pierna escayolada, y en el aburrimiento de su existencia decide espiar a sus vecinos. En todo el universo mostrado a través de dicho vecindario, nuestro sufrido protagonista llegará a la conclusión de que se ha producido un asesinato. Como en muchas de sus películas Hitchcock da comienzo con un travelling descriptivo sin necesitar una sola línea de diálogo para que el espectador tenga inmediatamente una buena cantidad de datos. Tras mostrar el patio interior de una serie de viviendas en una gran ciudad -en realidad un microcosmos como reflejo del ser humano en general, con todo tipo de personajes, una bailarina, una mujer solitaria, unos recién casados, un músico, una gimnasta, dos matrimonios adultos…-, se mete por la ventana de nuestro protagonista. Sentado en una silla de ruedas y con una pierna escayolada vemos al lado una cámara de fotos profesional, y acto seguido varios cuadros de fotos arriesgadas de tomar, una de ellas, bastante impactante, en una carrera de coches, mostrando así dos cosas, una la profesión del personaje, y otra el posible accidente que le ha llevado a una silla de ruedas. Al poco entra en escena Grace Kelly con una introducción atípica aún a día de hoy: un enorme primer plano del rostro de la actriz, acercándose a James Stewart, nuestro sufrido fotógrafo.
En nada Hitchcock plantea dos líneas argumentales que prácticamente van de la mano. Por un lado la historia de amor entre Lisa (Kelly) y Jeff (Stewart), a borde del matrimonio para pesar del segundo; y por otro la sospecha por parte de Jeff de que en el edificio de enfrente se ha producido un asesinato, resultado de sus horas espiando a sus vecinos, y que encuentra su unión en una muy divertida Thelma Ritter comentando que todo sería mejor si la gente se preocupase más de lo que pasa en sus propias casa y no en la del prójimo. En dicha observación está la razón por la que Jeff se dedica a espiar a sus vecinos, huyendo de la responsabilidad de aceptar o no la proposición de matrimonio de Lisa, pensando que ésta, más acomodada a una vida de rico, no será capaz de acostumbrase al modo de vida de Jeff, siempre viajando y metido en peligros. Es en ese punto donde la película trasciende su juego cinéfilo y se transforma en algo más. ‘La ventana indiscreta’ es la victoria de una mujer al conseguir al hombre que ama entrando en su juego. Lisa, que bajo la aparente fragilidad de una espectacular -o hay otra palabra para definirlo mejor- en todos los aspectos Grace Kelly, es uno de los personajes femeninos más inteligentes de toda la filmografía de Hitchcock. Se arriesgará para conseguir una prueba, corriendo con ello un gran peligro. Y dicha secuencia, en la que Lisa es descubierta por el posible asesino, culmina con un plano que ha pasado ya a la historia.
Jeff ve que Lisa tiene las manos detrás de la espalda y mueve el dedo con el anillo de bodas de la desaparecida y presuntamente asesinada
La película se desarrolla en el patio interior de un pequeño edificio de grandes ventanas y suficiente amplitud de balcones como para que, por ejemplo, un matrimonio pueda dormir sobre un colchón en el suelo. Prácticamente todos pueden verse unos a otros si lo desean siempre que no echen persianas. En el centro del patio hay un parterre rectangular elevado cosa de medio metro y rodeado de flores, en una de cuyas esquinas, en la tierra donde están las flores, hurgará el perrito del que luego se hablará. Al recuperarse de una pierna rota, el aventurero fotógrafo profesional está confinado en una silla de ruedas en su departamento de Greenwich Village. Su ventana trasera da a un patio y a varios otros apartamentos. Durante una poderosa ola de calor, mira a sus vecinos, que mantienen sus ventanas abiertas para mantenerse frescos. Observa a una extravagante bailarina a la que apoda ‘Miss Torso’; una mujer soltera de mediana edad que él llama ‘Miss Lonelyhearts’ (corazón solitario); un compositor-pianista talentoso, soltero y de mediana edad; varias parejas casadas, una de ellas recién casadas; una escultora; y Lars Thorwald, un vendedor ambulante de joyas con una esposa postrada en cama. Su sofisticada y bella novia, Lisa Fremont, lo visita periódicamente, al igual que la enfermera de su compañía de seguros, Stella. Stella quiere que Jeff se establezca y se case con Lisa, pero Jeff es reacio.
Una noche, durante una tormenta eléctrica, Jeff escucha a una mujer gritar “¡No!” y luego el sonido de cristales rotos. Más tarde, un trueno lo despierta y observa a Thorwald saliendo de su departamento. Thorwald realiza repetidos viajes nocturnos llevando su maletín de muestra. A la mañana siguiente, Jeff se da cuenta de que la esposa de Thorwald se ha ido, y luego ve a este limpiando un cuchillo grande y una sierra de mano. Más tarde, ata un gran baúl con una cuerda pesada y hace que hombres en movimiento se lo lleven mientras Jeff discute todo esto con Lisa y con Stella. Jeff se convence de que Thorwald ha asesinado a su esposa y le explica esto a su amigo Tom Doyle, un detective de la policía de la ciudad de Nueva York. Doyle no encuentra nada sospechoso y aparentemente, la Sra.Thorwald está al norte del estado, y ella misma recogió el baúl. Poco después, el perro de un vecino es encontrado muerto con el cuello roto. El dueño del perro grita al otro lado del patio, quejándose del desprecio insensible de sus vecinos hacia los demás. Todos los vecinos corren hacia sus ventanas para ver lo que está sucediendo, excepto Thorwald, cuyo cigarrillo se puede ver brillar mientras se sienta en silencio en su oscuro departamento. Seguro de que Thorwald también es culpable de matar al perro, Jeff le pide a Lisa que deslice una nota acusatoria debajo de su puerta, para que Jeff pueda ver su reacción cuando lo lea. Luego, como pretexto para sacar a Thorwald de su departamento, Jeff lo llama por teléfono y organiza una reunión en un bar. Él cree que Thorwald enterró algo incriminatorio bajo uno de los mazos de flores del patio y mató al perro cuando empezó a escarbar allí, así que cuando Thorwald se va, Lisa y Stella desentierran las flores sin encontrar nada en el lugar.
Para gran sorpresa y admiración de Jeff, Lisa sube la escalera de incendios al departamento de Thorwald y entra por una ventana abierta. Cuando este regresa y agarra a Lisa, Jeff llama a la policía, que llega a tiempo para salvarla al arrestarla. Jeff ve que Lisa tiene las manos detrás de la espalda y mueve el dedo con el anillo de bodas de la desaparecida. Thorwald se da cuenta de esto y ve a Jeff al otro lado del patio. Jeff llama a Doyle y deja un mensaje urgente. Stella se dirige a la estación de policía para pagar la fianza de Lisa. Cuando suena su teléfono, Jeff supone que es Doyle, y dice que el sospechoso ha abandonado el apartamento. Cuando nadie responde, Jeff se da cuenta de que Thorwald mismo había llamado, y se dirige a enfrentarlo. Cuando Thorwald entra, Jeff enciende repetidamente las bombillas de su cámara, cegándolo temporalmente. Sin embargo el sospechoso agarra a Jeff y logra empujarlo por la ventana abierta, ya que este está pidiendo ayuda. Los agentes de policía entran al departamento cuando cae al suelo mientras otros oficiales han corrido para evitar su caída. Thorwald confiesa a la policía poco después. Unos días más tarde, el calor ha aumentado, y Jeff descansa tranquilamente en su silla de ruedas, ahora con yeso en ambas piernas. El vecino solitario está conversando con el pianista en su departamento, el amante de la bailarina regresa a casa del ejército, la pareja cuyo perro fue asesinado tiene un perro nuevo y la pareja de recién casados está discutiendo. Lisa se reclina en el sofá cama del apartamento de Jeff, vistiendo jeans y aparentemente leyendo un libro titulado ‘Beyond the High Himalayas’. Tan pronto como Jeff se duerme, Lisa deja el libro y felizmente abre una revista de moda.
Si en España mandaran nos nostálgicos de Francisco Franco no se habría muerto nadie, y tampoco aplaudiría nadie, que es una mariconada
La secuencia de la alianza, que Lisa se pone en la mano para que Jeff vea desde el otro lado que ha conseguido la prueba que buscan, significa dos cosas, por un lado es una alegoría de hasta dónde es capaz de llegar Lisa por conseguir a Jeff, y la otra produce un enorme impacto en el espectador, pues el asesino -un amenazador Raymond Burr maquillado para la ocasión como el famoso productor David O. Selznick, con quien Hitchcock no se llevó muy bien- descubre a Jeff, prácticamente un alter ego del espectador. Hitchcock mantiene el punto de vista de Jeff, y la cámara no sale de la habitación en la que se recupera con una pierna escayolada, una habitación que representa su propio patio de butacas. Sólo en determinados momentos la cámara se acercará lo suficiente, por ejemplo en las tomas subjetivas del gran objetivo fotógrafo de Jeff, y otras como si se acercara a la ventana, nunca lo suficiente para poder ver con perfección. El espectador ve lo que Jeff ve, y sufre con él. Al igual que en ‘La soga’ (‘Rope’, 1948) y ‘Crimen perfecto’ (‘Dial M For Murder’, 1954), Hitchcock une a personajes y escenario en una comunión admirable. Todo el lugar es un estudio enorme en el que construyeron los apartamentos que sirven al director para mostrar un acertado retrato de las relaciones humanas. Atención al uso de la música de Franz Waxman que, a excepción del inicio, es toda diegética, en este caso proveniente del piso del compositor. En las películas suele denominarse sonido diegético a todo aquello que forme parte de la historia narrada, no de la narración en sí. De este modo, si uno de los personajes está tocando algún instrumento musical, o reproduce un disco compacto, el sonido resultante es diegético. Por el contrario, si la música de fondo no es escuchada por los personajes, se denomina extradiegética o no diegética. Una obra maestra por la que no ha pasado ni un ápice de tiempo, poderoso juego cinematográfico con un crescendo dramático tan conseguido que sus momentos de tensión -el plano antes comentado o el clímax del relato- funcionan a la perfección siempre. Y un plano final que particularmente me parece glorioso. Lisa cambiando su libro de viajes por una revista de moda cuando Jeff, escayolado de dos piernas, se queda dormido. La verdadera belleza y el poder son femeninos.
La pandemia de coronavirus ha alumbrado un nuevo fenómeno: la llamada ‘infodemia’. El término, referido al contagio de noticias falsas relacionadas con esta crisis, ha hecho fortuna en Bruselas, en la Unión Europea, para clasificar un tipo de desinformación que ha dejado de ser residual. Los primeros mensajes engañosos se centraban en tratamientos contra la enfermedad. Más tarde empezaron a proliferar las teorías conspirativas sobre el origen del virus (soldados estadounidenses, investigadores chinos…). Finalmente el fenómeno ha adquirido entidad propia en España como arma de confrontación política. Tanto el PSOE como Unidas Podemos, integrantes del Gobierno, han acusado en la fiscalía a Vox de propagar esas mentiras… Pablo Casado, líder del conservador Partido Popular (PP), ha subido de tono sus críticas al actual presidente de España, Pedro González. Las relaciones nada bíblicas de Pedro y Pablo marcan el actual panorama político español, donde la mayoría de su ciudadanía sigue respaldando las acciones del actual Ejecutivo.
La escritora Almudena Grandes ha escrito una columna con la que estoy completamente de acuerdo. La titula ‘Improvisación’ Lo subtitula: ‘Mientras los dudosos informes y encuestas que Casado airea inundan nuestros móviles, sus portavoces denuncian la censura que padecemos’. “Casado visitó Mercamadrid y se vino arriba. Propuso que los trabajadores esenciales cobren el salario bruto y no paguen impuestos, ni ellos ni sus empresas, porque se están dejando la piel mientras los demás estamos en casa. ¿Casado no conoce a nadie que teletrabaje? ¿No sabe en qué situación están profesores, periodistas, asesores, programadores, muchos miles de personas que trabajan desde su casa, sin medios, sin horarios, sin conocimientos técnicos previos, sin expectativas de cobrar las horas extra y con su prole todo el día incordiando alrededor? ¿Es que no se están dejando la piel para sacar adelante a sus alumnos, a sus clientes, sus encargos o periódicos? Y si los esenciales no pagan impuestos, ¿quién va a cubrir su hueco, los que teletrabajan? El PP ha perdido el oremus. Cayetana Álvarez de Toledo y Peralta-Ramos, – aristocrática del Marquesado de Casa Fuerte, es una periodista, historiadora y política española, portavoz en el Congreso de los Diputados del Grupo Parlamentario Popular- , que puso al Gobierno a escurrir por la manifestación del 8-M y por llegar tarde a todo, encabeza un manifiesto contra los riesgos totalitarios de los confinamientos prolongados. ¿En qué quedamos? Y hay más. Uno de los aspectos más relevantes de la crisis es el cambio de actitud por parte de la ciudadanía española hacia las fuerzas del orden. Y ahora, precisamente ahora, mientras en ámbitos progresistas el recelo va dejando paso a la complicidad, ella carga de frente contra un general de la Guardia Civil. ¿No ha pensado que, al denunciar las hipotéticas manipulaciones del Gobierno, está dando por supuesto que la Guardia Civil se deja manipular, comprar, corromper? Mientras los dudosos -como mínimo- informes y encuestas que Casado airea en el Congreso inundan nuestros móviles como por arte de magia, sus portavoces denuncian la censura que padecemos. ¿Alguien improvisa en España más que el PP? No lo creo”. La ‘infodemia’ ha contagiado a esta ‘pija’ de la élite política conservadora rancia española.
Varios conocidos han sentido una especie de agorafobia al salir por primera vez, un mareo por las distancias, vértigo ante el horizonte. Pero ahora a lo mejor hay que tener cuidado al salir ahí fuera a aplaudir, ya va a estar mal visto, y la náusea será peor el día que podamos salir todos a la calle y siga ahí lo más desagradable de nuestra clase política dándose de palos como si no hubiera pasado nada. Los políticos más sensatos de todos los partidos estos días quedan en segundo plano. Para Vox todo es simple y lo tienen todo clarísimo. Cada día coinciden con los franquistas los ‘populares. Igual que en una Cataluña independiente habría menos muertos, si en España mandaran ellos no se habría muerto nadie, ni los bares habrían cerrado y a lo mejor ni siquiera ellos habrían hecho su congreso el 8 de marzo, donde terminaron contagiados por el corona virus sus dos principales dirigentes, presidente y secretario general, Santiago Abascal Conde y Francisco Javier Ortega Smith-Molina. Y tampoco aplaudiría nadie, que es una mariconada.
La ‘infodemia’ en pleno Covid-19 que contagia a las élites políticas necesita de análisis psicoanalítico tipo ‘Psicosis’ y una ‘ducha’
‘Psicosis’ (Psycho, en su título original en inglés) es una película estadounidense de terror y suspenso dirigida por Alfred Hitchcock, protagonizada por Anthony Perkins, Vera Miles, John Gavin, Martin Balsam y Janet Leigh y estrenada por primera vez en cines en 1960. El guión, de Joseph Stefano, se basa en la novela homónima de 1959 escrita por Robert Bloch, que a su vez fue inspirada por los crímenes de Ed Gein, un asesino en serie de Wisconsin. El film tiene lugar en su mayor parte en un solitario motel, donde se aloja una secretaria, Marion Crane, que ha huido con dinero robado de su empresa. El motel está regentado por Norman Bates (Anthony Perkins). Considerada hoy como una de las mejores películas de Hitchcock, y elogiada como una obra de arte cinematográfica de la crítica internacional, ‘Psicosis’ también ha sido aclamada como una de las mejores películas de la historia del cine. La película estableció un nuevo nivel de aceptabilidad de la violencia, los comportamientos pervertidos y la sexualidad en las películas, y está considerada como el ejemplo más temprano del llamado género ‘slasher’. Presenta a menudo sombras, espejos, ventanas, y, en menor medida, el agua.
Las sombras están presentes desde la primera escena. Las sombras de las aves disecadas se asoman sobre Marion mientras ella come, y la madre de Norman es mostrada solamente mediante su silueta hasta el final de la película. Más sutilmente, la retroiluminación hace que los rastrillos en la ferretería se asemejen a garras por encima de la cabeza de Lila. Los espejos reflejan a Marion mientras ella empaca, sus ojos mientras ella ve por el retrovisor de su auto, su rostro en las gafas de sol del policía, y sus manos mientras ella cuenta el dinero en el baño del concesionario. Una ventana del motel sirve como espejo reflejando a Marion y Norman juntos. El fuerte aguacero puede ser visto como presagio de la escena en la ducha, y el hecho de que deja de llover de repente puede ser un símbolo de la decisión que ha tomado Marion de volver a Phoenix. Durante la película se hacen varias referencias a las aves. El apellido de Marion es Crane (en español grulla), y ella es de Phoenix (en español fénix). En una escena, Norman le dice a Marion que come como un pájaro, y en esa misma habitación hay pájaros disecados que Norman guarda. La habitación en la que se hospeda Marion tiene cuadros de pájaros en la pared. El hobby de Norman es el relleno de aves, y comenta que Marion come como un pájaro. Brigitte Peucker sugiere que la afición de Norman por disecar aves literaliza el slang británico ‘bird’ (en español pájaro), que se usa para referirse a una mujer deseable. Robert Allan sugiere que la madre de Norman es su ‘pájaro relleno original, tanto en el sentido de haber conservado su cuerpo como en la naturaleza incestuosa del lazo emocional de Norman con ella.
‘Psicosis’ ha sido llamado el ‘primer thriller psicoanalítico’. El sexo y la violencia en la película se diferencian de cualquier cosa antes vista en la historia del cine hasta ese momento. “La escena de la ducha es tan temida como deseada”, escribió el crítico de cine francés Serge Kaganski. “Hitchcock puede asustar a sus espectadoras con su ingenio y está convirtiendo a sus espectadores masculinos en potenciales violadores ya que Janet Leigh se ha ido acercando a los hombres desde que apareció en su sujetador en la primera escena”. En su documental ‘The Pervert’s Guide to Cinema’ (2006), Slavoj Žižek señala que la mansión de Norman Bates tiene tres plantas, en paralelo con los tres niveles que el psicoanálisis de Freud atribuye a la mente humana: el primero sería el ‘Superyó’, en el que la madre de Bates vive; la planta baja sería el ‘Yo’, donde Bates funciona como un ser humano aparentemente normal y, por último, el sótano al cual Bates baja el cadáver de su madre, que sería el ‘Ello’ o inconsciente, como símbolo de la conexión que se postula hay entre el Superyó y el Ello.
El asesinato en la ducha del personaje de Janet Leigh es la escena fundamental de la película, así como una de las más conocidas en la historia del cine. Como tal, engendró numerosos mitos y leyendas. Se rodó entre el 17 y el 23 de diciembre de 1959, presentando entre 77 ángulos de cámara. La escena dura 3 minutos e incluye 50 planos. La mayoría de las tomas son acercamientos, excepto en los planos que se dirigen a la ducha justo antes y después del asesinato. La combinación de tomas cercanas con una duración corta hace que la secuencia resulte más subjetiva de lo que hubiese sido si las imágenes fuesen presentadas solas o en un ángulo más amplio, lo que las convierte en un ejemplo de la técnica que Hitchcock describió como “transferir la amenaza desde la pantalla a la mente del público”. El famoso movimiento de la música con chirridos de violines, violas y violonchelos usado en la escena de la ducha fue una pieza para cuerda creada por el compositor Bernard Herrmann, titulada ‘El asesinato’ (The Murder). Toda la música de la película ‘Psicosis’ está claramente influida por el lenguaje musical de Dmitri Shostakóvich. Hitchcock quería que la secuencia original (y todas las escenas del motel) prescindieran de la música, pero Herrmann le suplicó que probara con la música que había compuesto. Posteriormente, Hitchcock estuvo de acuerdo en que la música intensificaba la escena y casi duplicó el sueldo de Herrmann. La sangre en la escena es sirope de chocolate, de hecho, una de las claves, ya que en películas en blanco y negro da más veracidad. El sonido del cuchillo entrando en el cuerpo de la protagonista fue creado clavando el cuchillo en un melón
En ocasiones se arguye que Leigh no está en la ducha todo el tiempo, y que utilizó a una doble. Sin embargo, en una entrevista con Roger Ebert, y en el libro ‘Alfred Hitchcock and the Making of Psycho’, Leigh declaró que ella estuvo en la escena todo el tiempo: Hitchcock utilizó una modelo como su doble únicamente para las escenas en la que Norman envuelve el cuerpo de Marion en una cortina de ducha y lo mete en el maletero del coche de Crane. Uno de los varios mitos populares es que Hitchcock utilizó agua helada para que el grito de Leigh en la ducha fuera realista. Leigh lo negó en numerosas ocasiones, manifestando que él fue muy generoso con el suministro de agua caliente. Todos los gritos son de Leigh. La más notoria leyenda urbana de la producción de ‘Psicosis’ comenzó cuando Saul Bass, el diseñador gráfico que ha creado muchas de las secuencias de títulos de las películas de Hitchcock y los ‘storyboard’ de algunas de sus escenas, afirmó que había dirigido la escena de la ducha. Esta afirmación fue refutada por varias personas asociadas con la película. Leigh, que es el centro de la escena, declaró: “¡…absolutamente no! He dicho enfáticamente en cualquier entrevista que he dado. Lo he dicho en su cara delante de otras personas… yo estaba en la ducha durante los siete días y, créanme, Alfred Hitchcock estaba junto a su cámara para cada una de las setenta y pico tomas”. Hilton Green, el asistente de director y camarógrafo, también niega la afirmación de Bass: “No hay una sola toma en esa película que no haya sido dirigida por el mismo Hitchcock. Y les puedo decir que nunca puse en marcha la cámara para que el señor Bass la dirigiera”.
Abraham Zapruder, piedra fundacional del periodismo ciudadano, un fabricante de ropa para mujeres grabó el magnicidio de JFK
Abraham Zapruder no volvió jamás a mirar a través de la lente de una cámara después del 22 de noviembre de 1963. “Me despertaba y revivía el momento una y otra vez. Tenía pesadillas”, declaró Zapruder tras admitir llorando que había visto su propia película demasiadas veces. En al menos dos ocasiones, durante su testimonio ante la Comisión Warren y años después durante el juicio en Nueva Orleans a la única persona que jamás ha sido encausada por el asesinato del presidente John F. Kennedy (Clay Shaw), Zapruder fue obligado por ley a testificar sobre la película que le cambiaría la vida. La existencia de este hombre de 58 años volvió a la normalidad tras el magnicidio, pero “nunca pudo escapar a las consecuencias de haber estado tras la cámara aquel día”, explica a los medios estos días su nieta, Alexandra Zapruder. JFK sigue muriendo una y otra vez en la película de Zapruder, un emigrante judío que a los 15 años dejó Rusia en busca del sueño americano que le llegó de la mano de la tragedia. El día que murió Kennedy, el cofundador de una fábrica de ropa para mujeres había olvidado su Bell & Howell 414 de 8 milímetros en casa. Un compañero le instó a que fuera a buscarla. Ambos aprovecharon la hora del almuerzo para asistir al paso de la comitiva presidencial que recorrería las calles del centro de Dallas. Subido en una plataforma de cemento de poco más de un metro, Zapruder estaba en un lugar privilegiado para capturar lo que sucedió aquel día de hace medio siglo. Con pulso firme, según se acercaba la caravana que transportaba a Kennedy, su esposa Jackie, el Gobernador de Texas, John Connally, y su esposa Nellie, Zapruder comenzó a filmar con película de color Kodachrome II. Grabó durante siete segundos y paró porque dejó de ver el coche en el que viajaba Kennedy.
Enseguida volvió a ver el flamante Lincoln Continental tocado por banderines estadounidenses. Zapruder volvió a filmar, de izquierda a derecha, a medida que la limusina se adentraba en Elm Street, sin imaginar que estaba a punto de grabar una auténtica ‘snuff movie’. Entonces fue cuando oyó un sonido similar a un petardo, y eso fue lo que pensó que era, un cohete de celebración. Y siguió filmando. Pero entonces la tragedia ya se había desencadenado y el coche huía veloz por la carretera camino al hospital, con el presidente herido de muerte. En una entrevista en 1966, Zapruder explicó cómo estaba grabando, cómo veía a Jacqueline y al presidente saludar a la gente, cuando de repente observó que Kennedy se desplomaba sobre su mujer, sin entender qué estaba pasando. Fue entonces cuando oyó una segunda detonación. “Vi cómo se le abría la cabeza y empecé a chillar: ¡Le han matado, le han matado!, y seguí filmando hasta que el coche desapareció bajo el puente”. Aturdido, Zapruder no se movió de su sitio. Harry McCormick, a sueldo del diario The Dallas Morning News, se dio cuenta de que tenía una cámara en la mano y se acercó a él para hacerle unas preguntas. Zapruder le dijo que no iba a hablar con nadie que no fuera una autoridad federal. McCormick le prometió que buscaría al jefe del Servicio Secreto en Dallas y le llevaría a su lugar de trabajo, la compañía de confección de ropa de mujer Jennifer Juniors, muy cerca del Depósito de Libros desde donde Lee Harvey Oswald acabó con la vida del presidente 35 de la nación. En las horas que siguieron al magnicidio, Zapruder reveló la película y mandó hacer tres copias. Dos fueron entregadas una al Servicio Secreto y la otra al FBI. Por la tercera pelearon, chequera en mano, varios medios de comunicación y finalmente fue Richard Stolley, director de la revista Life en la costa oeste, quién logró el histórico documento. En una entrevista reciente, Stolley -85 años- aseguraba que ver la película y el tristemente célebre fotograma 313 –en el que se recoge el estallido del cráneo del presidente fruto de la tercera bala- fue “el momento más dramático” de su carrera. Time pagó un total de 150,000 dólares a Zapruder y le prometió no publicar nunca el fotograma 313, el disparo fatal -el primero impactó en la carretera; el segundo en la garganta del mandatario-. En 1999, el Gobierno de EEUU acordó comprar la película a la familia del emigrante ruso por más de 16 millones, película que hoy se guarda en una sección de los Archivos Nacionales radicada en College Park, Maryland, a las afueras de Washington. La noche de aquel fatídico viernes 22 de noviembre, en uno de los días más sombríos de la historia de EE UU, Zapruder regresó a su casa, preparó su proyector y mostró la cinta original a su mujer y su yerno. Su hija, Myrna, se negó a verla.
Para estar considerada la piedra fundacional del periodismo ciudadano, la cinta Zapruder, en sí, no es gran cosa: Metro ochenta de estrecho celuloide que contiene menos de 500 imágenes mudas de grano gordo y que tiene una duración de 26 segundos. Y sin embargo, es la prueba más importante en el que es, quizá, el crimen más discutido en la historia de la nación. Excepto por unas cuantas imágenes fijas que publicó Life, pasaron años hasta que el público pudo ver lo que había filmado Zapruder. En 1969, cuando faltaba un año para la muerte por cáncer del hombre que emigró desde una ciudad de Ucrania -entonces perteneciente al imperio ruso- a Brooklyn, el filme se pasó hasta 10 veces ante el jurado en el proceso contra Clay Shaw en Luisiana. Oliver Stone la utilizó de tal manera en su memorable JFK que no dejó otra opción que la de creer que la muerte de Kennedy fue fruto de una inmensa conspiración que englobaba desde Lyndon B. Johnson; hasta la CIA; la Mafia; la industria armamentística e incluso la comunidad gay (Clay Shaw era un acaudalado hombre de negocios de Nueva Orleans que escondía su homosexualidad).
Pero no fue hasta marzo de 1975 cuando los norteamericanos pudieron ver en movimiento el horror contenido en la película Zapruder. Su exhibición provocó que se formara en la Cámara de Representantes un Comité especial para investigar la muerte de JFK -también indagó en la de Martin Luther King-. Al contrario que la Comisión Warren, el Comité sobre Asesinatos concluyó que la muerte de Kennedy fue el resultado de una conspiración que involucró a múltiples pistoleros. “La película Zapruder no les aportará paz”, advierte Life Magazine en una obra especial que conmemora el 50 aniversario de la muerte del presidente más famoso de la historia de EE UU. “No es que sea ambigua, porque no lo es, sólo que la gente la verá y cada cual sacará una conclusión distinta”, asegura la revista. Cierto. Basta con ‘googlear’ el término Zapruder para que salten a la pantalla todo tipo de teorías de la conspiración y juegos de poder. En los años sesenta, de las más de 200,000 personas que asistieron a ver el paso de la comitiva presidencial (un tercio de la entonces población de Dallas), solo un puñado grabó el acontecimiento. De esos, solo Zapruder captó el asesinato. En la era de los teléfonos inteligentes, en la época en la que la intimidad prácticamente ha desaparecido de la vida, el mundo estaría ante miles y miles de potenciales Zapruders.
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