El oportunismo redime. Y el ciudadano y elector mayoritario es cómplice.
El peor priista o panista o perredista que decide abandonar su repudiable cuna y bañarse en las aguas bautismales y depurativas del presidencialismo morenista, se sacude los viejos lodos de su historia de corrupción y servilismo y se vuelve defensor de las mejores y más legítimas y auténticas y representativas causas populares: las de la regeneración moral, las de la soberanía nacional, las enemigas del neoliberalismo privatizador y las oligarquías, las de la estricta austeridad republicana, y las del pueblo sabio y dueño de su propio destino.
Si ya la mafia verde se ha clonado con los principios redentores del proyecto que garantiza la dignificación del país, y la vasta legión obradorista mayoritaria bendice ese milagro siguiendo los pasos del predicador -como en “La guerra del fin del mundo” y otras historias de fieles y devotos-, ¿por qué no hacer bulto y arrimarse y reinventarse a la sombra del árbol de la fe, como las más perversas y ruines y arrepentidas piltrafas humanas salvadas de sus pecados capitales en las santas aguas del Jordán?
(Aunque acá, claro, las creaturas conversas sólo simulan sus actos de arrepentimiento y rectificación, si al fin y al cabo el cuento de hadas de la transformación histórica y la reconstrucción nacional no es diferente del cuento chino de los distintos renacimientos y reencarnaciones y reediciones del arcaico y muy revolucionario partido tricolor, por más aguas de la misma demagogia de la democracia y el cambio y la refundación que hayan corrido por los cauces del mexicano y pestilente arrabal.)
El oportunismo huele a lo mismo en la oscuridad irredimible de la ceguera idiosincrática de todos los tiempos.
SM