Signos
Por Salvador Montenegro
Andrés Manuel tiene el mejor criterio para el uso y la rentabilidad política y electoral del presupuesto de los programas sociales.
En el de Salinas y en los Gobiernos neoliberales posteriores se robaban ese dinero y se traficaban intereses con las obras y el llamado gasto social.
Los saldos del beneficio público eran basura y, a pesar de la compra de sufragios (lo que anula el servicio democrático del vasto y oneroso sistema electoral, que ni para eso sirve), los grupos en el poder también se robaban los comicios (mismos que perdían, porque los electores de las mayorías pobres obraban la ventaja del ‘ladrón que roba a ladrón’.)
Hoy, es cierto, no se roban el recurso federal de las pensiones, las becas y las garantías de la salud pública para estudiantes. Pero eso garantiza el voto ganador para la mayoría de los candidatos del partido presidencial, de los que ahora mismo no se hace uno solo bueno, de todos cuantos se postulan.
El diseño político y electoral de los programas sociales obradoristas no podía ser mejor. Además de que son los más serviciales de cuantos se han formulado en más de medio siglo.
Lo malo de ellos es que hacen ganar a una piltrafa enorme de ‘representantes populares’ que, en cambio, le hacen mucho daño a los mismos beneficiarios de los subsidios del Bienestar y a la nación entera.
Eso es así porque el obradorismo es bipolar.
Nada mejor que su política energética de control estatal contra los perniciosos y devastadores corporativos globales del petróleo y las energías limpias, lo que preserva tarifas bajas y controles inflacionarios de productos de la canasta básica cuyos precios dependen en gran medida del mercado energético nacional.
Y nada mejor que su política contra el endeudamiento externo y la debilidad cambiaria, y en favor de la estabilidad económica doméstica.
(El crecimiento de la economía siempre ha sido más una preocupación de los mercados financieros y las oligarquías.)
De modo que la política social, la energética y la monetaria son activos del régimen del jefe máximo.
Las contradicciones residen en la inmundicia política que emerge del sufragio garantizado por la primera de ellas, y en el factor complementario que esa circunstancia significa como estímulo de la violencia y la inseguridad, donde el régimen federal en ejercicio ha sido y es el peor de la historia, desde que el pluralismo democrático atomizó el poder político nacional y pulverizó el Estado de derecho en beneficio de la multiplicación y la impunidad de las bandas criminales, en el amanecer mismo del segundo milenio y de la alternancia en el poder político, cuando la corrupción -roto el control monolítico del viejo sistema totalitario- también se repartió en todos los ámbitos institucionales y de la representación popular.
Tal es la bipolaridad de lo que da en llamarse el modelo de la regeneración nacional y la nueva transformación (la cuarta, le llaman los miltantes).
Las mafias magisteriales siguen en control del sector educativo -fundamento de las verdaderas transformaciones estructurales de la democracia, la cultura y la justicia- y, las de la narcoviolencia, de cada vez más territorios y sectores de decisión institucional.
Y el Estado nacional es, en la antípoda, el mejor defensor de los patrimonios públicos y de la economía social.
SM