Signos
– El virus tiene su lógica, el poder público tiene la suya, y la gente igual. El virus está allí. La gente puede confinarse o ser confinada cuanto se quiera, pero si sale se puede contagiar, y si es muy vulnerable se puede morir. ¿Y no debe salir, por eso, mientras el virus viva y sea un peligro, o no debe seguir con su vida laboral o social? Pues no hacerlo es una forma de no vivir. De modo que cuidarse es la única alternativa, ¿y quién lo hará?, pues los de siempre, ¿y quién no?, pues los otros de siempre.
– La lógica no es complicada. El virus se propaga con la interconexión. Donde hay más, y más congestionamiento, tendrá más actividad. Y donde hay, asimismo, más pobreza (educativa, política, sanitaria y material), su estancia se favorecerá.
– Cancún y Playa del Carmen son de las ciudades turísticas de mayor migración, aglomeración, interconexión, marginalidad y capacidad de contagio en el mundo. Era normal que la pandemia se disparara en ellas cuando empezó a propagarse en México; tan normal como que al cuarentenarse el mundo e interrumpirse el trasiego internacional, nacional y regional de personas, el mal disminuyera.
– A Chetumal no le llegó antes la gravedad del virus gracias a que no tiene la masividad patológica de las urbes turísticas, pero le llegó cuando en estas la pandemia remitía y se volvió a alzar con la apertura económica y el tráfico de todo por todas las vías en el mundo, en el país y en la entidad.
– Lo que menos ha contado es el confinamiento doméstico, imposible en un Estado de alta miseria, hacinamiento, autoempleo, ambulantaje, lumpenaje y sobrevivencia al día, y donde muy pocos se pueden dar el lujo de vacacionar en casa con los gastos pagados, y donde muchos otros no soportan el sedentarismo familiar y prefieren la calle aunque no tengan nada qué hacer. Así que unos no pueden, otros no quieren, y apenas unos cuantos tienen el privilegio de poder y querer quedarse en casa. Y, al cabo, en Chetumal y el sur termina pasando lo que en Cancún, Playa del Carmen y el norte de Quintana Roo.
– ¿Por qué se ha preservado tanto el mal en la zona del Valle de México, donde ahora también cede?, porque la aglomeración es de las más numerosas y masivas del mundo, y el proceso de adaptación más duradero, aunque también menos letal –en términos proporcionales y por número de habitantes y calidad de vida- que en China y que en Italia y España y otros países. El virus ha sido mucho más benigno en México, a pesar de la inferioridad sanitaria, la desmesura de las enfermedades crónicas, y las muy propicias condiciones de la miseria para rendirse mejor a la pandemia.
– Tras los largos meses de la peste se cuenta ya con tratamientos de atenuación y con el conocimiento y la experiencia de medidas elementales e indispensables para que la gente más incivil y la otra sepan bien a qué atenerse. Se sabe que las aglomeraciones son riesgosas, que hay modos en que es más improbable que el virus se contagie y se propague, y que los tontos son tan inevitables como la mala suerte que a cualquiera le puede tocar.
– Así que ya basta de confinamientos y restricciones desmedidas. Porque hay dos tipos de personas que no van a cumplir con ellos: las que no pueden y las que no quieren. Y en un país de alta pobreza e incivilidad -procedentes de una eterna historia de ruina educativa y política- poco sentido tiene querer hacerse valer los condicionamientos exitosos de otros, en la antípoda de su realidad y su cultura, como milagros al alcance de la mano solo con dejar de ser lo que se es.
– Quienes no pueden o no quieren, ya saben a lo que se atienen. Y quienes son distintos y saben de ellos, no tienen más remedio que intentar apartarse de ellos. Pero es absurdo pensar que en tal contexto, y mientras el virus siga activo y no haya una vacuna que acabe con él, no haya otra manera civilizada de vivir que la de morirse en casa.
– La inercia de la vida y de la muerte es la de siempre. Se vive y se muere con lo que se sabe. Y no hay peor manera de hacerlo que con estrés y con pánico.
– Tampoco habrán de evitarse los excesos del oportunismo político y retórico de la propaganda -y menos en tiempos de vísperas electorales-, ni los espantos de los alucinados ni las comparaciones selectivas en favor de estas o aquellas cifras y verdades a medias.
– Solo queda apelar a la responsabilidad de los responsables, al sentido común de los sensatos y a la reflexión de los escépticos sobre las dudas razonables.
– ¿O van a seguir de vacaciones pagadas los burócratas y van a seguir pagando salarios los negocios mientras no haya vacuna contra el virus? ¿O han de ser juzgados de egoístas quienes no tienen más remedio que andar en la calle para ganarse la vida? ¿O van a terminar convencidos ahora, los renuentes de siempre, de que deben respetar las normas emergentes de la convivencia social en los tiempos inéditos de la pandemia?
A ver, redundemos, y algo quede:
– El virus llega, contagia en unas partes y es más letal o no en ellas según las particularidades de la población (de salud, de miseria e intemperie, de sistemas sanitarios, de calidad democrática, etcétera) y las cargas virales de las cepas y de sus propagadores. Y donde menos infectados haya, se incrementarán a medida que les lleguen de otras partes donde más ha habido -y donde más vive la gente aglomerada y hacinada- y donde tarde o temprano serán menos los contagios letales según el virus se haya adaptado a ellas. Pero lo que no se ha aprendido ni se ha corregido en meses porque lo impide la idiosincrasia -y donde enmendar el destino depende de las virtudes estructurales de la buena escuela, de la ética pública y de la civilidad ciudadana-, no va a ocurrir antes de una vacuna contra la pandemia y, mucho menos, si tanto se insiste en que las cosas cambien y esa insistencia no es más que un insincero -cuanto no electorero- protagonismo de temporada.
– Inténtese, pues -desde el Estado, y contra el interés de la politiquería adversaria, si es que la intención del poder político es legítima y constructiva-, un amplio despliegue informativo de lo indispensable que se debe saber y hacer frente a la crisis, pero omítase ya todo lo que es ordinario, inoperante e intrascendente. El virus tiene una lógica básica y conocida de contagios -en lo general- que impone conductas sociales del mismo modo básicas y genéricas para enfrentarlo, y riesgos tan inevitables como los que entraña la existencia misma del virus y la obligada movilidad de la gente que puede transportarlo o contraerlo.
– Se vive en los tiempos de un peligro inédito. Y mientras el peligro exista se tiene que vivir con él. Quédese entonces en casa quien quiera o pueda. Y siga su vida con responsabilidad fuera de ella quien tenga esa civilidad para hacerlo, pero no se restrinjan sus derechos a partir de quienes, hágase lo que se haga desde el poder público -con legitimidad o sin ella-, no dejarán de ser el mal que siempre han sido. En términos de la sabiduría popular y de lo irremediable, no se haga pagar a los justos por culpa de los pecadores. Si son más los malos que los buenos, será el modo de ser de los primeros el que se imponga porque esa es la democracia de la vida: el imperio real de las mayorías. Pero deje de cerrarse el mundo de manera obligatoria solo por un imperativo de autoridad que parece más congruente con el ejemplo de las democracias ejemplares. No se puede vivir ponderando la imagen de realidades ajenas y creyendo que el idealismo y el pregón de lo virtuoso que es alguien es una solución práctica donde no existe (y mucho menos si tampoco se es lo que se dice ser). Hágase pues lo más recomendable a partir de lo que se es y se tiene aquí y ahora. Deje de inventarse y de improvisarse cual lo ‘políticamente correcto’. Convóquese a hacer el bien ciudadano desde una campaña de información y de recomendaciones vitales asequibles. Garantícese la seguridad pública -ahora mismo tan violentada por el crimen- y refuércense los servicios de salud (porque si tampoco la autoridad predica con el ejemplo -y la delincuencia acomete con más fuerza cuando más habla el poder político de imponer medidas para contener la pandemia, y en los hospitales no se gestiona la peste con suficiente calidad institucional y humana-, el respeto a la autoridad se pierde). Pero déjese que la vida corriente fluya, en el entendido de que el comportamiento del virus, como el social, tienen sus límites, y de que si las medidas de Gobierno no son equiparables y equilibradas, serán, en sus excesos, irresponsables o autoritarias. La lógica elemental y el sentido común son lo que procede, no el pánico y la impostura.
– La gente no va a dejar de reunirse ni de aglomerarse. Recomiéndese entonces, por ejemplo, que las reuniones sean infrecuentes y poco numerosas, y que a los lugares públicos se admita, donde sea posible, la menor cantidad de personas y con mascarilla, y que no se hable donde no haga falta (además, por supuesto, de que se abstenga de ir a esos sitios y de viajar quien tenga síntomas gripales o esté enfermo de algo que lo haga susceptible de morir infectado por el virus). Pero impedir el transporte y la dinámica económica y social porque la pandemia ocurre, es poco recomendable, a menos que se quiera mantener el estado de crisis. Nada tiene que parar. Pero más que de la autoridad, es la hora del destino y de los ciudadanos. El virus seguirá allí, en su proceso de adaptación, tan poderoso o tan leve como sea su carga viral, el poder de sus propagadores, la vulnerabilidad de sus ‘huéspedes’ -y sus pueblos-, y la civilidad de la gente para hacer su vida comunitaria. Luego todo se relajará, con los saldos que correspondan, y los contagios y sus consecuencias seguirán en otra parte, según los desplazamientos de sus portadores y la naturaleza particular de estabilización del patógeno.
– Y entiéndase: el virus no se intensificó en Chetumal por desatenderse unas medidas de confinamiento y restricción que jamás se han mantenido. Se han multiplicado los contagios y las complicaciones de los males crónicos preexistentes porque la ciudad no ha podido -ni puede, ni debe- mantenerse aislada y han llegado portadores del virus de lugares donde más ha atacado merced a la masividad de sus conglomerados, como las ciudades y regiones más pobladas del país (entre ellas la Ciudad y el Valle de México, de donde han llegado viajeros por aire o por tierra), y como las más pobladas y de mayor desigualdad y marginalidad social del Estado, como Cancún y Playa del Carmen, a su vez las más turísticas y por tanto las de mayor arribo de visitantes y más urgidas de reanudar sus actividades económicas y sociales. Las restricciones inmoderadas no harán más que perpetuar los males. Si se abren las fronteras entra el virus. Pero también más rápido se adapta y tiende a bajar la gravedad local de la pandemia. La gente irresponsable lo seguirá siendo; la que no lo es, se cuidará más. Pero parar, como remedio, es contraproducente. Porque el mal sanitario no se irá por eso. Y la ausencia de las ya de por sí precarias ventajas de la normalidad de siempre solo habrá de complementarlo.
– En Europa y otros países ‘civilizados’ se ha reiniciado la vida corriente, y los contagios se han reanudado porque el virus sigue vivo y no lo matan los confinamientos. Por eso no se insiste en las cuarentenas (como tampoco se demandan ni se imponen en Estados Unidos, donde parar es una manera más rápida de morir) sino en el autocuidado personal y social como defensa. De modo que no: no ha sido la cuarentena interna lo que limitaba los contagios y los peligros de la peste en Chetumal, sino que el virus no había llegado de manera tan definitiva porque no se había desplazado con el énfasis de ahora debido a la suspensión del transporte foráneo en todo el mundo, en el país y en la entidad. La cuarentena del mundo había salvado a Chetumal. Nada ha tenido que ver el aislamiento de la población en sus casas, algo que ni ha ocurrido, ni sucederá. Y si no se suspende de nueva cuenta el tránsito en el mundo, en el país y en la entidad -y no habrá de suspenderse ya-, la pandemia en Chetumal remitirá cuando el virus termine de adaptarse con las secuelas inevitables del caso, como en otras partes. De más está decretar cuarentenas retóricas que bien se sabe que no se cumplirán. Solo serían un mal complementario al de la crisis de salud. Si la gente no se cuida, lo mismo no lo hará en los parques, las calles, las tiendas y otros lugares públicos, que en su casa y su vecindario. Y si se cierran esos lugares públicos y las medidas restrictivas se refuerzan, los únicos que se fastidiarán son los demás: los que no necesitan claustros ni cantaletas obligatorias para portarse bien. Y si además de todo se sigue con la tontería de cerrar calles y angostar horarios comerciales -con el resultado conocido de la saturación en otros y dentro de la lógica de justificar que algo se hace aunque resulte peor hacerlo que no hacerlo-, pues la peste sanitaria seguirá su curso inexorable, y la de la vida pública y social lo hará, del mismo modo.
– No incurrir en precipitaciones y entender la lógica del mal global y de la cultura local sería la mejor de las recetas del poder político, y apartarse asimismo del miedo y del tener que hacer algo, lo que sea, frente al juicio de las elecciones.
SM