La pedagogía obradorista de la reforma judicial

Signos

Es de seguirse agradeciendo esa pedagogía heredada por Andrés Manuel. No parece que la elección multitudinaria de Jueces y Magistrados sea lo mejor de la reforma judicial. (Y no es cierto que eso hayan pedido, el electorado y el pueblo de México, a los que siempre se embarra en estos alegatos facciosos, y menos que lo hayan pedido a conciencia, con su multitudinario voto ganador, el pasado 2 de junio, en que lo único que querían tan entusiastas mayorías era hacer ganar a los candidatos obradoristas. Ese, el de que los ciudadanos eligieron en cascada inequívoca inapelable la reforma judicial que imponía el sufragio directo de la masividad de Jueces y Magistrados, es un argüende politiquero, utilitario y de mal gusto. No hay ninguna evidencia sana y salvable en su favor.) Quizá, en efecto, fuese mejor que sólo se eligiesen los Ministros -como propone el togado Alcántara Carancá tratando de ganar algo entre todo lo perdido, como su vasta liquidación completa, luego que en la derrota de su pataleo antirreformista decidieron acatar finalmente la Constitución y poner su salario en la línea del presidencial- y que, en efecto, se creara el órgano disciplinario que sustituirá al Consejo de la Judicatura. Pero de la agradecible pedagogía obradorista en cuestión dicha al principio, lo que se quiere decir es todo cuanto se ha aprendido en torno del Poder Judicial y de todo lo que se debe reformar junto con él; todo el estercolero que ha emergido en esta cruzada de moros y cristianos y de tirios y troyanos y de reformistas y contrarreformistas católicos y luteranos, como la mugre política y la corrupción y las complicidades con el crimen que imperan en los Gobiernos y las Policías y las Fiscalías y los tribunales estatales y que, como desde los altos hornos de la Justicia y la Suprema Corte, han impedido que se reduzcan los enormes estándares mundiales de impunidad y de ilegalidad y de criminalidad y de violencia y de inseguridad que tanto ponen a México como uno de los pueblos y de los países más incivilizados e ingobernables del orbe. Sí, sí. Se dirá que todas las miserias de la Justicia se han sabido desde siempre en este país tan corrupto como tan creyente como tan macuspánico que sigue siendo. Pero sólo se han sabido de oídas y por el contingente de noticias o por las malas experiencias padecidas por casi todos los mexicanos y por buena parte de los extranjeros que por ese mismo infierno nacional han caminado. Todo así. Lo que se sabe que ha sido y que es un modo de ser, una idiosincrasia, una costumbre. Pero lo de ahora ha sido una discusión a fondo, sistemática y con pelos y señales. Y algo queda, diría mi muy querido Valedor, Tomás Mojarro, gracias a Andrés Manuel. Que del mismo modo pasó con su muy artera y muy necesaria consulta pública en torno de los turbios y hasta entonces desconocidos negocios multimillonarios del aeropuerto peñista de Texcoco, los que saltaron a la luz y fueron deshojados en sus pormenores merced a dicha estrategia de ventilar a los cuatro vientos y de poner en su lugar las cosas, tan propia y tan a la novedosa manera de López Obrador.

SM

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