
Signos
Una transformación nacional que sirva no ocurre sobre un precarismo educativo como el mexicano que ninguna dirigencia del Estado se ha propuesto erradicar. Sin calidad escolar no hay evolución cultural: ética, estética, política y de verdadero bienestar: con seguridad, justicia y paz social. Ganan la incivilidad, la corrupción, los grupos de poder y los liderazgos más capaces de capitalizar la energía emocional de las mayorías populares y electoras. Ganan las propuestas carismáticas y las iniciativas y alternativas de la propaganda más convincentes por simples, inmediatistas y fáciles de creer y de vender. Ganan las ofertas autoritarias.
Los liderazgos políticos emergentes saben de sobra que contando con la espontaneidad mayoritaria decisiva, las formas y la funcionalidad institucional del sistema representativo y de Justicia son lo de menos porque pueden cambiarse y adecuarse -para bien, claro está- según el albedrío gobernante, y que el autoritarismo sostenido con el aval del ‘pueblo’ no puede ser autoritarismo sino garantía de un totalitarismo necesario porque lo importante no son los protocolos constitucionales sino acabar con los privilegios oligárquicos y las desigualdades y las complicidades e injusticias del pasado y etcétera, etcétera, etcétera, lo que requiere de esa fuerza dirigente bien legitimada en las urnas y en la fe y la confianza devota de los creyentes masivos, y de estructuras de Estado manejables y a modo desde tal incondicionalidad, antes que de oposiciones y voces críticas y alegatos de minorías ya condenadas por la razón histórica y aliadas facciosas contra el único poder que manda que es el del pueblo y que, por fin, cuenta ahora con el liderazgo invencible para gobernarse a sí mismo. Algo así como la dictadura democrática del pueblo bueno y sabio, que alienta el discurso de que aquí nadie puede contra la soberanía de la Patria (sea lo que sea la Patria) porque el cielo un soldado en cada hijo le dio y aquí el pueblo es el que manda, y una vez conquistada esa cumbre de la política todo lo demás es lo de menos: para qué la educación de calidad, el desarrollo de la conciencia crítica, el avance epistemológico, el sentido estético, el progreso ciudadano, el arsenal deductivo del conocimiento, la dimensión humanística y espiritual… para qué, si con la soberanía moral y cívica de que dispone, el pueblo ya es dueño de sí mismo y de su destino.
Gana Bukele y sigue ganando en El Salvador. Si la dictadura es aprobada y aclamada como mandato popular, es porque es mejor que todos los regímenes, ingobernabilidades, tiranías y miserias gobernantes del pasado. Gana, entonces, como el menor de todos los males y es la victoria de lo único o de lo mejor posible con una idiosincrasia que no puede aspirar a más y es socorrida por el milagro de la aparición de un redentor. Y antes ha ganado el matrimonio sandinista nicaragüense de Ortega, que del mismo modo que se comparte el poder del Estado entre marido y mujer impone su monopolio inapelable en el sector mediático y en tantos otros de los más rentables del país, y encarcela o expulsa o silencia o mata, como enemigos del pueblo, a sus más peligrosos enemigos. Porque la prioridad es que ahora sí se respete la dignidad electoral y la voluntad popular representada en un poder de decisión incontrastable y absoluto. De modo que sí: en las escuelas y desde la primera enseñanza, como afirma el reelegido Jefe de Estado salvadoreño, se deben imponer el respeto y la disciplina, casi militar, para impedir en el futuro el retroceso a la anarquía y al extravío de los valores de la civilidad que condujeron a toda suerte de violencias y tiranías, aunque la única solución para hacerlo sea la del convencimiento popular incivil y emocional y fanatizado de que quien hace el remedio del presente dicta, asimismo, la suerte del futuro: él mismo debe perpetuarse en el poder tanto como lo considere necesario, y debe ser reemplazado por alguien a su imagen y semejanza en el muy improbable caso de que Dios produzca otro líder con tan perfectas cualidades de ser y de servir como representante inmaculado de la voluntad del pueblo que no puede ser otra que la de Dios mismo.
No conciencia crítica y autogestiva para el fortalecimiento de las libertades de elección individual de las representaciones populares y de la cultura y el crecimiento espiritual independiente y libre de condicionamientos y prejuicios ideológicos o políticos. Y en México ya ni siquiera, en la nueva dimensión ideológica de la democracia alternativa, se necesita eso. Porque ya el pueblo es el que manda en el país. Y entonces el pueblo será el culpable de sus delincuentes políticos, de sus gobernantes cómplices del crimen organizado, de su destino violento y de sus nuevos Jueces militantes y ajenos a la imparcialidad y a los méritos sustentados en sus competencias académicas, en los tribunales y en sus trayectorias jurisdiccionales ajenas a sectarismos, supercherías de pertenencia aborigen y defensorías contra infamias étnicas prenacionales y prehistóricas. Y entonces los opositores al oficialismo (si el oficialismo sustenta sus fueros hegemónicos en casi todo el territorio nacional y en las mayorías electoras absolutas de Estados y Municipios pese a que la criminalidad se impone y gobierna con sicarios, Fiscales, policías, Alcaldes, Gobernadores y Juzgadores, y se mantiene en el poder político y en la supremacía absoluta de las mediciones de popularidad gracias a las idolatrías ganadas por la identidad carismática y guadalupana de Andrés Manuel y por el legado de su política social y los financiamientos directos a los múltiples beneficiarios de sus bonos económicos y constitucionalizados del Bienestar), los opositores al oficialismo, en este pueblo creyente y sin evolución educativa y humanística y cívica y cultural que ha conquistado, dice la Presidenta de la República, el supremo poder del Estado mexicano y ya se gobierna a sí mismo, no requerirá, para competir contra ese pueblo de la Regeneración Nacional y que ahora es representado por apóstoles de la redención moral, de alternativas políticas de valor estructural y de superación democrática, sino, más que nada, de figuras carismáticas y contrastantes de alto potencial e identidad popular.
El sistema totalizador de la Revolución Mexicana fue invencible, como la ‘dictadura perfecta’ calificada por Vargas Llosa, por su consistencia institucional autorreproductiva y multiplicadora de sus propios ‘cuadros’ o liderazgos sectoriales, partidistas y administrativos, hasta que esa institucionalidad y su prolongado equilibrio -derivados del sincretismo ideológico del movimiento social y la nueva oligarquía usurpadora de sus causas- fueron rotos y reemplazados por el modelo privatizador neoliberal del que fue expulsada, en los ochenta, la fracción izquierdista y representativa de la ideología partidista originaria que terminaría fundando la alternativa que, al cabo, expulsó de la dirigencia del Estado a la oligarquía privatizadora y neoliberal y se convirtió en el movimiento hegemónico que antes fue el PRI.
El grave problema del Movimiento de Regeneración Nacional es que, a diferencia del Partido Revolucionario Institucional, predica con una moral política que, como ideología, es incapaz de institucionalizarse porque es más falsa que el sincretismo real de la burguesía y el proletariado revolucionarios del PRI, y porque buena parte de sus liderazgos proceden de la más alta corrupción tanto del tricolor como de la derecha panista o blanquiazul.
El Morena no puede predicar con el ejemplo de la ideología moral porque tendría que desintegrarse y refundarse. Y tampoco está forjando sus propios ‘cuadros’ y liderazgos morales representativos de la ideología que los morenistas dicen profesar. No hay en él una nueva ética política ni una nueva generación dirigente en proceso de maduración. Pero tampoco tiene suplencias carismáticas y de identidad popular y genio político como los llevados desde el PRI a la izquierda triunfante y encumbrada en el Estado por Andrés Manuel, ni mucho menos se han preocupado en el partido de invertir en una transformación estructural del sistema educativo, de la civilidad y de la conciencia democrática mexicana. No se alientan la virtud critica y el pensamiento autogestivo del pueblo mexicano. Sino el control militante del Estado desde el fanatismo y la popularidad obradorista. Y el sustento mayor de dicha causa de poder es que en la oposición no hay ‘cuadros’ ni liderazgos generacionales mejores. Y no se puede creer que desde ese lado se pueda aprovechar la debilidad ideológica, institucional y carismática del enemigo en el poder.
De los saldos carismáticos y económicos del obradorismo guadalupano del Bienestar, depende la causa de la Regeneración Nacional. Y del envejecimiento sin alternativas autoritarias serviciales -del tipo de la de Bukele en El Salvador- de esa causa; de las voraces querellas intestinas, de la perversión irreparable de los oportunistas y la degradación terminal propiaciada por la delincuencia política de esa misma causa, dependen los éxitos de sus opositores.
Si a los valores educativos y a la emergencia de una nueva conciencia crítica y una nueva cultura democrática nos atenemos, estamos fritos. Y la prédica de una ideología de la regeneración moral es cada día más demagoga, infiel y proditoria que las promesas redentoras de la Revolución institucionalizada. La consigna claudista de que ahora el pueblo manda es tan cierta como que la delincuencia obradorista es un fantasma inventado por la propaganda de la derecha. El engreimiento y el cinismo de los oportunistas deshojan al Movimiento de Regeneración Nacional. Y en la galería histórica de las excepciones que confirman la regla de lo políticamente indeseable, pueden contarse muchísimas más del viejo priismo que de la flamante Regeneración Nacional y sus milagrosas aguas depurativas.
Perseguidores (políticos) de los corruptos, los inmorales y los criminales, acusan a los otros y protegen e inmunizan a los propios, los que ganan elecciones en todo el país con la bandera guinda del santo obradorismo -aliado y tan igual al verdecologismo- y vienen, tantos de ellos, del condenable priismo. Manda el pueblo, dice Claudia. Ese pueblo que gira y gira, que vota y vota, y siempre termina peor que donde mismo. Ahora con Ministros y Magistrados y Jueces peores que los de antes y un sistema de Justicia más a merced del poder político que nunca y donde, por tanto, se trata de un poder político más autoritario y más corrupto, por blasfemo, que ningún otro en la historia nacional.
SM