
Signos
Más alienta a la crítica heterodoxa y a la causa interesada de la oposición, la pésima defensa retórica claudista del obradorismo delictivo indefendible del tipo del de Adán Augusto, Andy, Olán, Rocha Moya, Américo y Gobernadoras similares, anexas y conexas de la regeneración moral.
La demagogia política exitosa requiere carisma y fuerza popular identitaria, como la de Andrés Manuel López Obrador, procedente del izquierdismo priista que fue expulsado del tricolor por el neoliberalismo salinista, y cuya expulsión enterró al PRI, forjado en la ambigüedad ideológica entre la oligarquía y el pueblo trabajador.
Pretender imitar es contraproducente. Porque el único público creyente, así, es el fanático beneficiario de la justicia social electorera del Bienestar.
Si Claudia no lo entiende -formada en la militancia de la izquierda sectaria, universitaria y radicalizada que llegó al poder del Estado mexicano de la mano de ese priismo disidente, cardenista y popular, el de las herencias idiosincráticas y culturales del caudillismo y la Revolución institucionalizada que hizo un modo mexicano de ser y de ejercer el poder, entre la corrupción, la incivilidad y la palabrería democrática ajena a toda transformación educativa real- no ha de servirle la academia para preservar el maximato obradorista más allá de sí misma. Debiera cambiar el paradigma. Pero parece que desconoce la alternativa, o la diferencia que hizo Lázaro Cárdenas contra su autor.
SM