Taibo y el Hereje

9

Signos

Machismo, feminismo, sexismo, izquierdismo, derechismo, ideologismo, supremacismos y sectarismos son plagas de autoafirmación que en sus complejos y cuotas y segmentos de identidad, de exclusión, de legitimación, de ‘orgullos’ y militancias requerirían trascender sus anacronismos sectoriales y superarse como enemigos que son del verdadero igualitarismo; del territorio de la inclusión donde la cualidad y la virtud, como las calamidades espirituales y las perversidades, están tan razonablemente repartidas entre el género humano como está todo en equilibrio en el orden de la cósmica infinitud, y donde las victorias por la defensa de los derechos generales lo que requieren es la cualidad y la virtud de las conciencias libres, críticas y heterodoxas, y ajenas y contrarias a los divisionismos y los segregacionismos regresivos y contradictorios y enemigos de los atavismos que, en la extrema modernidad, se invocan como alternativas de equidad y de liberación cuando no refieren otra cosa que el retorno civilizatorio a las eras del etnocentrismo y a las sentencias inquisitoriales contra Sócrates o Galileo o Giordano Bruno, El Hereje, quemado vivo hace más de cuatro siglos por negarse a los determinismos de la fe, creer en la pluralidad humana y en la diversidad de sus creencias, y defender, como astrónomo y filósofo, la idea de un Universo infinito ajeno a toda Creación y a sus límites, dimensiones e interpretaciones bíblicas.

El Hereje, así mismo, sabio y libre.

El que hoy defendería que las paridades militantes y los reconocimientos convenidos no le hacen justicia a la equidad natural de las aptitudes estéticas e intelectuales de unos y otros creadores de arte y de conocimiento del sexo que sean y de las preferencias sexuales, ideológicas o ateas que profesen o asuman de manera pública o privada dentro de la diversidad de cuanto existe. Porque la lógica de las desigualdades es igual de irrefutable que la del valor de los méritos o las contribuciones de los distintos géneros del reino de los seres vivos.

¿Que la testosterona fue más definitiva en las victorias de la fuerza y en la generación de oportunidades de desarrollo humano y de decisiones políticas y de Estado? Muy bien, aunque nunca fuese superior a la sensibilidad humanística femenina que sería, sin embargo y pese a sus méritos igualitarios, postergada por la misma condición hormonal de la masculinidad del poder, pero que, hoy día, cuando la productividad y la superioridad competitiva se definen más desde los arsenales de la inteligencia, lo que menos se requiere es de oportunidades fincadas en el derecho de la paridad cuando la transparencia de la informatización y la comunicación integrada y digitalizada identifican a plenitud el fin del dominio global de la testosterona y la condición igualitaria, para el bien y para el mal -sin distinciones de ninguna especie-, de los recursos del intelecto y la conciencia.

Y sí, la desigualdad mantuvo en la lejanía las competencias de creación y de poder de las mujeres, e hizo saber que las más sobresalientes de ellas tuvieron que sobreponerse a adversidades y prejuicios y peligros a menudo superiores a los que condenaron a herejes como Sócrates, Galileo y Giordano Bruno. Y tan cierto como eso es que las oportunidades académicas, de celebridad, de mercado, de competencia política y en todos los quehaceres del conocimiento les fueron postergadas, como también lo fueron para todos los marginados de la Tierra y expulsados del progreso, hombres y mujeres, donde la ignorancia y el machismo castigaron a sus comunidades, y con más vehemencia a sus mujeres y a sus homosexuales.

Todo eso es cierto, diría el Hereje. Tan cierto como que la testosterona no hace diferencias entre los seres humanos masculinos buenos y los malos, y que a las posiciones del poder representativo del Estado, multiplicadas por las oportunidades convenidas en la lucha de derechos de la paridad, pueden acceder mujeres de lo peor y lo mejor de la condición humana, del mismo modo que impedidos físicos y emisarios de todos los sectores poblacionales, donde no hay nada mejor, en efecto, que la realización del derecho democrático lo posibilite, pero donde no hay nada peor, también, que el impulso regresivo de sectarizarlo en lo que a la representación popular se refiere, en tanto todo individuo con aptitudes para hacerlo debiera poder ser representante de la diversidad de su conglomerado ciudadano sin excepciones de ninguna especie.

Pero también alegaría el Hereje que, fuese por el poder civilizatorio dominante de la testosterona -que postergó durante milenios la alternativa de la emergencia competitiva femenina y tan buena o tan perniciosa como la masculina y de sus géneros intermedios y tan propios de todos los seres vivos-; o fuese por la dureza de las objeciones contra las que tuvieron que luchar los genios femeninos destacados y otros tantos homosexuales y segregados por serlo y por otras censurables razones (como el matemático británico, Alan Turing, que pudo desencriptar el llamado Código Enigma nazi y con lo que tanto contribuyó al triunfo aliado en la Segunda Guerra Mundial sólo para terminar suicidándose frente al salvajismo de la decencia que nunca perdonó el pecado capital de su sexualidad, como tampoco se perdonó y se condenó a la marginalidad y al olvido en Estados Unidos y en ese mismo tiempo de guerra y de barbarie racista de todos los imperios al inventor de la bomba atómica, Robert Oppenheimer, como marxista que fue y aunque sólo lo haya sido como admirador del método científico y la teorización de Marx, y como se condenara a escritores y pensadores no comunistas en la Unión Soviética y se sigue haciendo en esos perímetros negados a la libre creación y el librepensamiento y donde no puede realizarse, como decía Vargas Llosa, la ficción literaria sin fronteras ni narrativa ninguna que no fuese uniformada por el totalitarismo del Estado); o fuese por la infinitud de las razones enemigas contra las aportaciones femeninas u homosexuales o ideológicas que fueren, no caben hoy día las defensas de género de las malas creaciones literarias femeninas (como no caben defensas ni objeciones de género contra nada que sólo merezca apreciaciones generales de valor) ni las condenas contra Paco Ignacio Taibo II como titular del Fondo de Cultura Económica cuando defiende que no por ser mujeres ha de publicar y distribuir bodrios literarios producidos por mujeres.

Porque los bodrios editoriales son páginas intransitables y costosos mamarrachos estéticos. Lo sabe Taibo y cualquier lector con un mínimo de sentido del valor de la escritura. Como bien sabría el Hereje que Alfonsina Storni no podría compararse con Sor Juana ni Corín Tellado con Virginia Wolf ni Homero con Ruiz Zafón, ni muchísimo menos y de ninguna manera Rosario Castellanos o Elena Garro con ‘autoras’ que, como dijo Taibo en la ‘Mañanera’ de Claudia, la Presidenta defensora de la paridad por la paridad, escriben cosas “horriblemente asquerosas” y que tantas y tantas feministas como ellas creen y defienden a capa y espada que deben publicarse en el Fondo para que haya igualdad.

(El Hereje, el recreado por Morris West, fue también puesto en escena en la Ciudad de México y en el ocaso de su vida por Hebert Darien, quien partiera entre aconteceres tan gloriosos unos como trágicos otros. Una totalidad creativa -pianista, bailarín, actor y director de teatro- que pasó sobre los escenarios de la escuela de Seki Sano. Ruso, homosexual, célebre, ateo, histriónico, histérico, alchólico, generoso y sabio, pasó de la orfandad mexicana de la inmigración derivada de las guerras ideológicas soviéticas a la grandeza y a la miseria existencial y material, en esa historia suya que fue del eufórico aplauso de públicos embelezados con la excelencia de su arte al repudio de ebrios desconocidos en tabernas de arrabales y a la soledad y el desamparo en lóbregos cuartos de azotea. El Hereje fue uno de sus referentes espirituales más influyentes y el personaje de su última obra. Y si alguien, como otros, ha vencido el segregacionismo y ha triunfado sobre la mediocridad, aún castigado por sus propios vicios humanos, es él, mi recordado amigo de lejanos tiempos juveniles -en mi caso-, Hebert Darien.) 

SM

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *