
Signos
El obradorismo carismático y popular, desciende. Lo hace, como todas esas causas cifradas en la identidad de un liderazgo con el pueblo que lo sigue y que lo hace aferrado a la esperanza puesta en sus propósitos y sus ideas para mejorar o transformar la circunstancia de su destino, convencido de que esa guía personal, de un ser superior, es insustituible, cuando no perfecta, inmaculada, profética y mesiánica en casos extremos, en tanto ese pueblo está en sus límites, cuando ha sido llevado por sus regímenes de Estado a situaciones críticas, o cuando sus valores de civilidad y de conciencia y degradada confianza son susceptibles del convencimiento de tejer una suma de voluntades en torno de propuestas más bien simples y elementales o de escasa complejidad que, como la fuerza de impulso de ese liderazgo, se asuma invencible y capaz de realizar, más que nada con el fervor de la creencia y de la fe, el milagro de la superación de todos los obstáculos para conquistar el reino de la máxima felicidad posible de esos elegidos de la historia.
Los llamados populismos de izquierda y de derecha terminan en terribles frustraciones y desencantos producto de la irracionalidad que los convoca. La adrenalina del miedo en la masividad alienta, en casos históricos de colapso institucional, la irracionalidad de la temeridad, y produce supremacistas violentos de derecha o revolucionarios autoritarios de izquierda capaces de cambios tan radicales y peligrosos que, de no ser superados con reformas civilizatorias y alternativas generacionales de Estado que hagan una cultura de la transición y la convergencia de las voluntades sociales con renovados criterios educativos, conceptuales y autogestivos, condenan a sus pueblos a una inevitable decadencia propiciatoria de otras emergencias y regresiones con los peores saldos contra la libertad y la justicia, las sustancias con que se hacen las creaciones del humanismo, la estética y la mayor felicidad social relativa a la que puede aspirar el desarrollo humano.
El populismo carismático de izquierda en contextos de competencia democrática, se alimenta de espontaneísmos justicieros de alto contagio entre los sectores sociales mayoritarios y más desfavorecidos, pero no comulga con reformas educativas estructurales que posibiliten la transformación del estatus intelectual de esas mayorías como principio impulsor del modelo de Estado hacia otra etapa de mayor cualidad critica, competitiva y de progreso universal verdadero. Hace cambios, a menudo importantes, pero de consistente e irreversible caducidad. Reparte beneficios populares pero no oportunidades reales de superación escolar, académica y ciudadana, a costa de financiamientos deficitarios, a la postre, del patrimonio público -que alientan la metralla opositora- y con objetivos menos trascendentes, duraderos y estructurales (donde la cualidad educativa se convierta en mayor sustentabilidad económica, política y cultural), que favorables a las coyunturas propagandísticas, electorales y de rentabilidad partidista.
El populismo carismático opositor de derecha, en esos mismos contextos democráticos, se finca, como aquel, en el fracaso opositor tras las querellas partidistas internas y, en contra del soberanismo enarbolado por la izquierda hasta sus ultimas consecuencias de derrota, defiende, faltaría más, el intervencionismo ‘americano’ indiscriminado y sin formalidades también en defensa de la patria. Y si bien con excepciones inteligentes, como la de Nayib Bukele en El Salvador (aunque acotada por su personalismo autoritario y reeleccionista), el populismo carismático de derecha se finca, asimismo, en las debilidades críticas masivas pero con mayor tendencia al engaño vil de agitadores pasionales más atrevidos del maniqueísmo fanático -como Javier Milei, en Argentina- y que, con la fuerza del hipnotismo mediático dominante de las oligarquías, transmuta, en esas conciencias afectadas por la ceguera anímica, la más rotunda y pétrea de las mentiras en la más creíble y fiable, como Dios, de todas las verdades, o a los más despreciables y punibles y siniestros payasos del espectáculo del saqueo de las minorías de siempre a costa del sacrificio y el hambre de las multitudes, en los héroes salvadores de tan insalvables desahuciados.
El populismo de izquierda no puede ser doctrinario, entonces, claro está. Porque el socialismo doctrinario precisa enseñanzas propias del marxismo y sus segmentaciones filosóficas y militantes que impiden su masificación y que, en sociedades de escasa escolaridad y civilidad, como casi todas las latinoamericanas, ha sido y es más bien sectario y marginal.
El izquierdismo masivo en México, por ejemplo, es originario del movimiento político que, hace un siglo, congregó y dio forma a los intereses y las demandas de todos los sectores y clases sociales en una amalgama ideológica sintetizada y administrada por un partido único y sincrético, el del Estado Nacional emanado de la Revolución Mexicana, donde a los sectores populares mayoritarios, que complementaban y equilibraban el peso de la oligarquía naciente, se identificaba como de izquierda. Pero la política de beneficios a dichos sectores (es decir a las mayorías populares, porque algunos grupos dentro de las organizaciones gremiales, y sobre todo sus dirigencias, eran élites privilegiadas), la política social, era más bien de concesiones justicieras menores que servían de escudo legitimador de los grandes despojos de las minorías acaudaladas, y estaba plagada de burocracias institucionales y cacicazgos inflados en los privilegios de la corrupción de esa política de masas que fue abriendo las grietas de la desigualdad y descubriendo la ilegitimidad de los vencedores verdaderos y usufructuarios de la gesta revolucionaria de los agraristas. Y esa política de masas fue apartada del partido de la Revolución institucionalizada cuando el mismo -secuestrado y tomado por la derecha privatizadora neoliberal- renunció a sus equilibrios socialistas y su flanco izquierdo representativo derivó, entonces, a los antecedentes y a lo que hoy es el partido Movimiento de Regeneración Nacional.
Y he aquí la circunstancia de las contradicciones estelares e invencibles.
La izquierda carismática, popular y exitosa, la del obradorismo, no es, pues, ni puede ser, doctrinaria, filosófica y de militancia marxista, sino de consistencia priista. Y ese obradorismo izquierdista fue legado por su fundador y líder popular y Presidente de la República seguido por las multitudes creyentes y fanatizadas con sus verdades de pueblo raso, a una representante del socialismo militante, académico, doctrinario, filosófico, sectario y ajena a todo carisma, discurso e identidad populares, en un país de precaria escolaridad, civilidad e idiosincrasia crítica, y cuyo entorno político dominante es de liderazgos curtidos en la simulación ideológica priista, la manipulación electoral, las relaciones políticas de conveniencia, la corrupción institucional, el negocio de las alianzas partidistas, y todo género de turbiedades que han podido ejercer al amparo y con la bandera de la fe de las mayorías del pueblo de México puesta en su ídolo predicador de la regeneración moral con que todo ese entorno de expriistas ha hecho prosperar su industria de la simulación ideológica. Y es ese entorno político dominante el que hace la fuerza electoral de la izquierda que dirige el Estado mexicano, donde la Presidenta izquierdista emanada del socialismo académico asegura que ‘los de nuestro movimiento no somos iguales a los de antes porque no somos corruptos y nosotros sí nos debemos al pueblo de México’ y proclamas circulares por el estilo.
Pero ¿puede ese izquierdismo feminista y doctrinario presidencial deshacerse de las tradiciones representativas del pueblo de México que se sintetizan en los liderazgos parlamentarios federales cuya suma representativa de curules, de sufragios y de electores y ciudadanos que sostienen el liderazgo presidencial es decisiva en el destino de ese liderazgo, de su partido y de su movimiento por la regeneración moral de la vida pública nacional y de lo que ha sido la cultura y la idiosincrasia del México de la era posrevolucionaria forjada a imagen y semejanza del Partido de la Revolución? ¿Es más representativa de la izquierda popular mexicana Claudia Sheinbaum que los muy influyentes -y acarreadores de financiamientos y promotores de éxitos electorales, por dudosa u oscura que sea la procedencia de los recursos y la reputación de los candidatos- Monreal y los Adán Augusto López, y que los Gobernadores Rubén Rocha Moya y Américo Villarreal? ¿Esos izquierdistas no son como los priistas de antes, los de la moral que daba moras y los políticos que si eran pobres eran unos pobres políticos? ¿Puede sostener, el socialismo doctrinario de Claudia Sheinbaum, la causa del izquierdismo carismático y populista de Andrés Manuel López Obrador?
Es claro que el poder de Sheinbaum, el que refieren los sondeos de aprobación, reside -además de en los bonos en efectivo del Bienestar- en las nociones populares residuales del legado carismático de Andrés Manuel y en las idolatrías que le sobreviven y con las que asocian a la Presidenta, que fue elegida por su sabio manto protector. Pero lo es, también, que los verdaderos representantes del izquierdismo mayoritario e idiosincrático del México de Andrés Manuel son los dichos Ricardo Monreal, los Adán Augusto, Rubén Rocha Moya, Américo Villarreal Anaya y similares o peores, y que hay una guerra de poder entre los izquierdistas doctrinarios presidenciales puros y los expriistas, donde los primeros, que están perdiendo la fuerza carismática del obradorismo que los ha socorrido y sostenido, no tienen poder identitario y popular propio, y no pueden prescindir de los de corazón tricolor porque el mundo de la regeneración moral se les vendría abajo. La oposición sólo puede aspirar a que la debilidad del populismo carismático de izquierda prospere y a que el mismo termine de desvanecerse y pueda liberar el espacio para uno de derecha; es decir cuando la sorda guerra facciosa entre puristas y expriistas de la izquierda en el poder presidencial y en casi todos los Estados del país rinda sus frutos de descomposición, que es el futuro que se advierte. Pero la caballada de ese bando opositor está muy flaca. Y en el entretanto la suerte del país se mueve, en extensos territorios sin ley. Y como siguiente capítulo especulativo del realismo mexicano bien cabria esperar que las venideras mayorías electorales se inclinaran del lado de las formaciones izquierdistas procedentes del priismo y de las antiguas cúpulas expertas en políticas sociales, como las del Bienestar, y en el control delictivo y en las garantías de la paz social; como cuando en los tiempos del viejo PRI todo se controlaba negociando, a las buenas o a las malas, o con la alternativa de la amenaza coercitiva del Estado bajo el imperativo, se decía, de la defensa irrenunciable del interés superior de la nación. Ese ambiguo izquierdismo que está entre los genes del Ser mexicano.
SM