Donald Trump ‘traslada’ a Estados Unidos a 1968, el año que perdió la inocencia, a menos de dos meses de una reelección no deseada

El Bestiario

Este 3 de septiembre un nuevo vídeo elevó las tensiones raciales en el país que preside el actual dueño y señor del Partido Republicano, a quien no le importa ‘incendiar Roma’ con tal de permanecer cuatro años más en el despacho Oval de la Casa Blanca. Horas después viajaba desde Cancún hacia España, en la Unión Europea. Me esperaban varios encuentros para recoger opiniones sobre la campaña electoral que se está desarrollando en el paradigma de las democracias occidentales. Las imágenes de un hombre afroamericano que es asfixiado por agentes de la policía en Rochester, Nueva York, eran difundidas por la familia de la víctima, que murió el 30 de marzo pasado. Daniel Prude, de 41 años, aparece desnudo, sentado en la calle y con las manos esposadas mientras los agentes le rodean, después se observa que uno de ellos le pone una capucha blanca en la cabeza y lo postra contra el asfalto durante dos minutos. Prude sobrevivió hasta que llegó una ambulancia, pero en el hospital solo se mantuvo vivo durante siete días conectado a equipo de soporte vital.

El 23 de marzo, su hermano, Joe, llamó al 911 para pedir ayuda porque el hombre -originario de Chicago y que estaba de visita unos días- tenía un comportamiento extraño por problemas relacionados con su salud mental. El conductor de un camión también llamó a la línea de emergencia para avisar de que un hombre negro iba desnudo por la calle, intentando abrir automóviles y gritando que estaba contagiado de coronavirus. La policía se presentó en la calle y detuvo a Prude, esposándole las manos contra la espalda. “Llamé para que ayudaran a mi hermano, no para que lo lincharan”, expresó Joe Prude, en la presentación del vídeo, durante la que la familia ha demandado que se acuse a los policías de homicidio.

La grabación se obtuvo de la cámara que usaba uno de los agentes en su uniforme. Allí se observa claramente que Prude no estaba armado y que obedeció a los agentes cuando le pidieron que se sentara en el piso. Los policías decidieron encapucharlo aún al notarlo agitado y lo hicieron con un gorro que se usa para evitar que los detenidos muerdan a los agentes o les escupan. Después, cuando estaba inconsciente tras la sofocación, intentaron reanimarlo y llamaron a una ambulancia al no conseguirlo. Los policías involucrados en la muerte de Prude no han sido suspendidos. La autopsia señala que el hombre falleció por “complicaciones de asfixia en el marco de una dominación física” y que el fármaco fenciclidina había contribuido a su estado de delirio. Tras la exhibición del vídeo, un centenar de vecinos de Rochester salieron a protestar frente a la estación de policía y los agentes intentaron disolver al grupo con gas lacrimógeno. “Comparto las preocupaciones de la comunidad para garantizar que haya una investigación justa e independiente sobre su muerte y apoyo su derecho a protestar”, dijo la fiscal de Nueva York, Letitia James. Está previsto que haya más movilizaciones en apoyo a la familia de Prude.

Santiago J. Santamaría Gurtubay

A pesar de las objeciones de las autoridades locales, Donald Trump llevó el primero de septiembre su mensaje de “ley y orden” a la ciudad de Kenosha, en Wisconsin, el escenario de la última erupción de las protestas por la justicia racial que desembocaron en violentos disturbios durante tres noches. Pero su negativa a condenar la violencia de sus seguidores, sumada a un contundente contraataque de su rival demócrata, siembran dudas en la estrategia de seducción del votante moderado por parte de un presidente que, ante episodios violentos, renuncia al papel tradicional de llamar a la unidad y a curar las heridas. “Voy allí por la policía y por la Guardia Nacional porque hicieron un gran trabajo en Kenosha. Apagaron la llama inmediatamente”, ha dicho Trump antes de subir al Air Force One y poner rumbo a Wisconsin. Al llegar a la ciudad de 100,000 habitantes, al borde del lago Michigan, ha visitado las ruinas de un edificio quemado durante los disturbios y se ha reunido con los propietarios de una tienda de muebles vandalizada. También ha mantenido un encuentro con sheriffs locales y políticos republicanos, ante quienes ha insistido en las críticas a sus rivales demócratas. “Los temerarios políticos de extrema izquierda siguen apoyando el mensaje destructivo de que nuestra nación y nuestra policía son opresoras y racistas”, ha dicho.

El 23 de agosto, en Kenosha, un agente de policía disparó siete veces por la espalda al afroamericano Jacob Blake, que continúa hospitalizado. El suceso reavivó la llama de las protestas por la justicia racial que ha recorrido el país durante el verano, tras la muerte a manos de la policía de George Floyd. Durante las primeras noches se repitieron las escenas de vandalismo y saqueos. Tras la llamada de milicias ciudadanas que pedían personas armadas para poner orden en la ciudad, un joven de 17 años, seguidor de Trump, se presentó con un fusil de asalto y acabó acusado de seis delitos, entre ellos dos homicidios. En la víspera de su visita a Kenosha, el presidente defendió al joven, sugiriendo que actuó en legítima defensa. En las últimas semanas, el presidente ha convertido la mano dura contra los disturbios en el mensaje central de su campaña. Deseoso de desviar la atención de la crisis del coronavirus, Trump confía en que la alarma sobre el supuesto caos que reinaría en las ciudades si gana en noviembre el demócrata Joe Biden, al que acusó sin base la semana pasada de alinearse con los “anarquistas” y los “alborotadores”, calará en un electorado moderado que parecía escapársele en los últimos meses. Donald Trump arrastra su debilidad ante le pandemia del Covid-19, logrando que Estados Unidos se haya convertido en la capital mundial del coronavirus. Los muertos pudieran alcanzar los 200 mil en el día de las elecciones del 3 de noviembre. Apenas restan unos 10 mil. De aumentar los rebrotes la cifra estimada pudiera pecar de optimista. Los contagiados superan los 6 millones…

El presidente hizo caso omiso al gobernador de Wisconsin y al alcalde de Kenosha quienes le sugirieron que aplazara su visita

Para el gobernador demócrata de Wisconsin, Tony Evers, que desplegó a la Guardia Nacional para sofocar los disturbios, la visita de Trump solo puede alimentar unas tensiones que ya iban camino de remitir. “Me preocupa que su presencia solo entorpezca nuestro proceso de curación”, le escribió al presidente en una carta el último día de agosto. “Me preocupa que su presencia solo retrase nuestro trabajo para superar las divisiones y avanzar juntos”. En el mismo sentido se pronunció el alcalde de Kenosha, el también demócrata John Antaramian. “Tiene usted una comunidad que está en el proceso de tratar de curarse”, dijo en una conferencia de prensa. “Han pasado muchas cosas en esta comunidad. Simplemente a mí me parece, igual que a otros, que sería mejor para nosotros poder ser capaces de aunar esfuerzos, permitir que la comunidad se una, y de verdad curar las heridas”. Pero el presidente Trump desoyó las peticiones y rechazó que su visita pueda recrudecer las tensiones. “Bueno, también podría aumentar el entusiasmo y el amor y el respeto por nuestro país”, dijo en conferencia de prensa. Por la noche, en una entrevista en Fox News, calentando aún más la visita, el presidente comparó a los policías que disparan a los ciudadanos con golfistas que se ponen nerviosos y fallan un golpe fácil. “Pueden realizar 10,000 actos buenos, que es lo que hacen, y un fallo”, dijo. “Se ponen nerviosos, como en un campeonato de golf, y fallan un putt de un metro”.

Coincidiendo con la visita del presidente tuvo lugar una “celebración comunitaria”, organizada por la familia de Blake en el lugar donde recibió los disparos, que prometía “música, comida, cortes de pelo gratis, invitados famosos y limpieza de la comunidad”. El presidente no tenía previsto reunirse con los familiares de Blake. La celebración ha competido con el ruido de los helicópteros que han sobrevolado Kenosha durante la mañana. Las tanquetas policiales han vuelto a las calles. La visita del presidente ha provocado el corte de calles y la interrupción del servicio de trenes que conecta la ciudad con Chicago. La visita de Trump a Kenosha ha sido una jugada política arriesgada, que algunos republicanos temen que pueda acabar teniendo un efecto negativo en su campaña. Su defensa de un adolescente acusado de homicidio, y su negativa a condenar actos violentos perpetrados por la extrema derecha, debilitan su postura en ese debate sobre la seguridad al que el presidente ha apostado su reelección. Tradicionalmente, los presidentes que visitan ciudades golpeadas por la violencia y el conflicto asumen un papel de consuelo y realizan llamadas a la unidad. Pero las acciones de Trump en las horas previas indican más bien su intención de convertir los sucesos de Kenosha en un arma de división política.

Tras condenar sin matices los disturbios violentos, Biden, acusó a Trump de no poder parar una violencia que ha “fomentado durante años”

El mensaje de alarma y el retrato de Biden como un radical anti policía que logró transmitir sin apenas contestación la semana pasada, con la ciudad aún sacudida por los disturbios, no solo está perdiendo efectividad al aflorar su componente divisorio, sino que está siendo contestado con fuerza. Tras condenar sin matices los disturbios violentos, su rival demócrata, Joe Biden, acusó a Trump de no poder parar una violencia que ha estado “fomentando durante años”. Después de la comparecencia del presidente, Biden difundió un comunicado en el que volvía a arremeter contra su rival por negarse a condenar la violencia de sus seguidores. “No es apto para ser residente, y su preferencia por más violencia, en lugar de menos, es clara”, dijo Biden. El presidente del Comité Nacional Demócrata, Tom Perez, ha asegurado que Biden planea visitar Kenosha “tan pronto como sea posible”, y ha criticado el viaje del presidente a la ciudad, que ha calificado de un intento de alimentar el odio.

“El tiempo en política es una sustancia altamente inestable. Siempre va por delante pero solo se entiende mirando atrás. Es algo que saben bien los sociólogos estadounidenses. Desde hace cuatro años, durante el mandato del magnate neoyorquino, sus sensores han detectado un seísmo únicamente comparable al que en 1968 sacudió al país. Una falla que, según las encuestas, ha dividido a la sociedad norteamericana como nunca en medio siglo y que tiene una causa bien establecida: Donald John Trump (Nueva York, 1946)…”, escribe el periodista español Jan Martínez Ahrens. Retroceder 52 años no es caer en una fecha cualquiera. 1968 fue el año en que Estados Unidos perdió la inocencia. Robert Kennedy y Martin Luther King fueron asesinados. Richard Nixon ganó las elecciones. Las protestas civiles sacudieron el país. Y en Vietnam, la ofensiva del Tet y la matanza de My Lai, hicieron sentirse bárbaros a muchos americanos de buena fe. Fue una fecha para la memoria, como ha sido en muchos sentidos el primer año de Trump. “Al igual que en 1968, vivimos un choque entre dos formas de ver el mundo: emergen profundas contradicciones y hay un esfuerzo por redefinir y desmantelar instituciones”, explica Victor Davis Hanson, historiador en la Hoover Institution de la Universidad de Stanford. En 48 meses, sin necesidad de guerras ni magnicidios, se han roto todos los moldes; el presidente de Estados Unidos ha insultado y amenazado, mentido y despreciado. Ante los ojos estupefactos del planeta, ha convertido la Casa Blanca en un show en sesión continua. El resultado ha sido enfermizo. La fractura social ha alcanzado niveles que no se registraban desde Vietnam. Su valoración es la más baja de un presidente a estas alturas de mandato. El desprestigio de las instituciones, ese proyectil que él tanto utilizó en campaña, se ha abismado y su propia administración es vista como disfuncional por el 70% de los ciudadanos. “Ha roto con el papel simbólico de la presidencia. Trump no trata de estar por encima de la refriega ni le importa aparecer como justo. Tampoco le preocupa la imagen de EE UU en el mundo. Sus normas se reducen al poder y la humillación del enemigo”, afirma Andrew Lakoff, profesor de Sociología de la Universidad California Sur.

Desde los albores de su campaña ha sabido destilar los miedos de la población blanca rural bajo la bandera del patriotismo y la xenofobia

El daño es ciclópeo y en otro país de contrapesos más débiles habría desencadenado una crisis institucional. Pero lejos de cualquier temor, Trump sobrevive y ya sueña con la reelección. ¿Cómo es posible? Los expertos indican que el presidente vive seguro bajo la bandera del patriotismo y la xenofobia. Desde los albores de su campaña ha sabido destilar los miedos de la población blanca rural para obtener un combustible de alto octanaje. Fracturando al electorado, se ha quedado con ese 40% de los votantes registrados que le es fiel, que odia la globalización y teme al inmigrante. A ellos dirige sus mensajes y por ellos sacude diariamente al mundo con sus invectivas. “Ese núcleo duro le adora como en un culto religioso. Creen en lo que diga y apoyan lo que haga”, indica el profesor Larry J. Sabato, director del Centro para la Política de la Universidad de Virginia. En la polémica, Trump se sabe fuerte. La altisonancia le eleva y distingue. La palabra es un arma en sus manos. Se pudo ver el mismo día de su investidura, cuando después de jurar sobre la aterciopelada biblia de Abraham Lincoln entonó un enfurecido canto nacionalista y dio por inaugurada la era de América Primero. Fue la apoteosis del aislacionismo. La doctrina de la que Estados Unidos nunca ha escapado del todo y que ha determinado la política exterior de Trump.

El presidente de EE UU negó la mano a la canciller alemana, Angela Merkel, y humilló al expresidente mexicano, Enrique Peña Nieto, despreció  a Europa, revertió el acuerdo de libre comercio del Pacífico (TPP), puso en la cuerda floja el Tratado de Libre Comercio con América del Norte, abandonó el pacto contra el cambio climático… Todos estos movimientos los ha dado con la vista puesta en el ombligo. Aunque en muchas ocasiones, como en el caso de Irán, haya ido menos lejos de lo prometido y en la trastienda se haya mostrado más prudente que en su cuenta de Twitter, sus mensajes le han presentado ante su núcleo duro como el campeón que cumple sus promesas y antepone los intereses americanos a los extranjeros. A esta imagen flamígera ha ayudado otro factor que también asomó en su investidura. Tras la toma de posesión, aseguró contra toda evidencia que había sido la más multitudinaria de la historia. Ante las imágenes de la ceremonia de Obama que le desmentían sin atisbo de duda, sus asesores rebuscaron en la chistera y respondieron con la teoría de los “hechos alternativos”. Había nacido la realidad paralela de Trump. Un universo donde no importa el contraste empírico sino el efecto ante el votante. A esa criatura escénica, que algunos días roza el delirio, Trump pronto incorporó el bombardeo a los medios críticos (The New York Times, The Washington Post, CNN…) a los que calificó de “enemigos del pueblo”. La estrategia, marcada por su antiguo consejero áulico Steve Bannon, pasaba por considerarles un brazo opositor y, por tanto, una fuente de información sesgada. “Ya no cuentan la verdad, no hablan para la gente sino a favor de intereses ajenos”, clamó el presidente.

En plan matón ´llamó “gordo, bajo y hombre cohete” al Líder Supremo, Kim Jong-un y amenazó con devastar Corea del Norte

Construido el enemigo permanente, creada la realidad paralela, Trump ha dispuesto de un escudo contra los embistes de su mayor pesadilla: la trama rusa. Las investigaciones para determinar si su equipo electoral se coordinó con Rusia en la campaña de intoxicación contra Hillary Clinton se han vuelto un escándalo perpetuo. Trump quiso liquidar el caso forzando, a través de Departamento de Justicia, la salida del director del FBI. La maniobra devino un desastre mayor. En un juego de contrapoderes típicamente estadounidense, su propia Administración acabó nombrando un fiscal especial para hacerse cargo del caso y despejar cualquier sombra de sospecha. Desde entonces, el cerco no ha dejado de estrecharse. Ya hay cuatro imputados, entre ellos el exconsejero de Seguridad Nacional Michael Flynn y el antiguo asesor de campaña Paul Manafort. Y nadie duda de que había más… Hostigado, Trump ha respondido quemando puentes. Se ha declarado víctima de una “caza de brujas” y no ha dudado en acusar de parcialidad al fiscal especial, Robert Mueller. La posibilidad de un ‘impeachment’ sigue lejana y el presidente cuenta con que su partido no está dispuesto a abrir la puerta a ningún juicio.

Pero la beligerancia presidencial y sus exabruptos constantes a los investigadores han ofrecido al mundo uno de sus rasgos más pavorosos: la inestabilidad. Colérico, desmesurado, atronador, Trump ha pulverizado cualquier precedente. Lo inimaginable se ha hecho realidad y ni siquiera la seguridad nuclear se ha librado de este festival. Mientras el aparato militar y diplomático estadounidense se enfrascaba en un complejo pulso para frenar la carrera armamentística norcoreana, el presidente no ha dejado de jugar al matón de patio. Ha llamado “gordo, bajo y hombre cohete” al no menos megalómano Líder Supremo, Kim Jong-un; se ha jactado de tener un “botón más grande y poderoso” e incluso ha amenazado con devastar Corea del Norte. Esta inflamación verbal crónica ha extremado la disputa sobre su estado mental. Unas dudas que él ha tratado de despejar aumentando sus apariciones públicas y sometiéndose a un test cognitivo.

Un enemigo imprevisible, un ‘Cisne Negro’, la pandemia del coronavirus, el Covid-19, se interpuso en la locura distópica de Donald Trump

Equilibrado o no, la agitación permanente en la que vive ha oscurecido su mandato. Sus éxitos, fuera de su esfera de influencia, han quedado rápidamente diluidos. En un tiempo de bonanza económica, con Wall Street tocando máximos históricos y la cifra más baja de desempleo desde 2001, hay quien se pregunta qué habría ocurrido si Trump no escribiese en Twitter. ¿Cómo sería su mandato?¿Cómo se entenderían la entrada del conservador Neil Gorsuch al Tribunal Supremo o la reforma fiscal, con su recorte de 1,5 billones de dólares en 10 años y sus repatriaciones masivas de capital? El propio Trump parece haber sido consciente de esta interferencia y, sin dejar de hacer ruido, ha iniciado un cambio estratégico. Desde la humillante derrota ante el Obamacare, donde no logró ni el apoyo mayoritario de su partido, el presidente se ha ido acercando al establishment que tanto decía odiar. En este camino ha prescindido del ideólogo del miedo, Steve Bannon, y ha forjado alianzas con los líderes republicanos en las Cámaras. “Ha sido una capitulación del Partido Republicano ante el trumpismo”, añade el sociólogo Lakoff. Instintivo como pocos, Trump advirtió el peligro que le acechaba en las elecciones legislativas de 2018 y no se quedó quieto. Avanzó, negoció y abrazó a los dueños del pantano. Cambió el paso, pero no dejó de ser Trump ni de cavar la zanja. Día a día, incontenible y furioso, mantuvo la estrategia de la tensión y ahondado la sima que divide como nunca desde 1968 a los estadounidenses. Ese abismo es, de momento, su principal legado. Un enemigo imprevisible, un ‘Cisne Negro’, la pandemia del coronavirus, el Covid-19, se interpuso en la locura distópica de Donald Trump.

El muro. El veto migratorio. Los “países de mierda”. La deportación de ‘dreamers’. La expulsión de salvadoreños, hondureños, guatemaltecos, nicaragüenses y haitianos. El rechazo a los refugiados. La reducción a la mitad de las green cards… Donald Trump ha construido su presidencia con un continuo ataque a la inmigración. A diferencia de su admirado Ronald Reagan, ha dado la espalda a la noción de Estados Unidos como tierra de emigrantes y ha puesto en marcha una singular clausura del sueño americano. El proyecto de nación ha llegado a su fin y es hora de cerrar las fronteras. La apertura ya no es necesaria. América ya no está en construcción. Sino que ha cristalizado en una forma que hay que aprestarse a defender. Es la doctrina de América Primero. De una América que él, blanco, multimillonario y enamorado de su propia genética, considera la mejor del mundo. La Ley Dream, acrónimo del inglés ‘Development, Relief and Education for Alien Minors Act’ (Ley de fomento para el progreso, alivio y educación para menores extranjeros), también llamada Dream Act o Acta del Sueño, es un proyecto legislativo bipartidista, que se debatió en el congreso estadounidense, junto a la Reforma migratoria, que daría un camino hacia la ciudadanía estadounidense a estudiantes indocumentados que hubiesen llegado a Estados Unidos siendo menores de edad. El proyecto legislativo fue presentado en septiembre de 2006… Tarjeta de residencia permanente en Estados Unidos, conocida popularmente como Tarjeta Verde, Green Card​, es un documento de identidad para residentes permanentes en los Estados Unidos que no posean la nacionalidad estadounidense. Los poseedores de esta tarjeta tienen derecho a residir y trabajar en el país…

Ambientada en los sucesos de Mayo de 1968 en París, ‘Dreamers’ cuenta la experiencia de un joven estadounidense, estudiante de intercambio

‘Dreamers’ (Soñadores) es una película dramática de 2003 dirigida por Bernardo Bertolucci. El guión fue escrito por Gilbert Adair, y está basado en su novela ‘The Holy Innocents’. Una juventud mayoritariamente formada por estudiantes universitarios, insatisfecha con la sociedad, planteaba cambios sociales y políticos que desembocaron durante un mes en enfrentamientos muy duros con las instituciones políticas del momento. Ambientada en los sucesos de Mayo de 1968 en París. Matthew es un joven estadounidense que vive en la capital de Francia como estudiante de intercambio, allí conoce a Isabelle  y Theo, dos hermanos que asisten con frecuencia a la cinemateca de París y a quienes ha visto pero solo llega a entablar comunicación con ellos cuando en la cinemateca se realiza una manifestación relacionada con el Mayo francés. Matthew es invitado a dejar su hotel y vivir con los hermanos, cuyos padres han dejado solos en casa por unos días. Allí descubre que los hermanos nacieron siameses y que tienen una extraña relación fraternal de dependencia. Matthew comparte su afición por el cine con los hermanos y juntos juegan a recrear algunas escenas de películas clásicas de cine, mientras debaten ideas políticas, culturales y sociales, mostrando sus diferencias de opinión y sus contradicciones. En medio de los juegos Isabelle y Matthew terminan envueltos en una relación amorosa obstaculizada por los extraños lazos fraternales de los hermanos. Finalmente Matthew termina involucrándose en una manifestación de protesta con violentos enfrentamientos con la policía, donde acabará por darse cuenta de que los ideales políticos y el comportamiento psicológico de los hermanos terminará su relación con Isabelle que decide seguir a su hermano, por lo que Matthew toma la decisión de marcharse…

‘Soñadores’ es una honesta y sentida declaración de amor al séptimo arte. Homenajes, referencias y extractos de películas, sobre todo del Hollywood clásico, se mezclan con la realidad del trío protagonista, jóvenes cinéfilos empedernidos que charlan sobre cine y juegan a imitar escenas, a veces incluyendo un “castigo” si uno de ellos no acierta a recordar el título de la obra que se representa. Es también una película de espíritu rebelde que reflexiona sobre la juventud, la sociedad y la hipocresía. Refleja la agitación que se vivía en las calles de París, tomadas por un número cada vez mayor de manifestantes -en su mayoría estudiantes y obreros- cuyas protestas llegaron a poner en jaque al gobierno francés -lo compara uno con la realidad española en plena dictadura de Francisco Franco, aliado durante la II Guerra Mundial de Adolf Hitler y Benito Mussolini y se echa a reír, por no llorar-. Este tiempo convulso no solo sirve de contexto para la inusual relación que mantienen unos protagonistas que se autodescubren con el paso de los días, también (como en el recuerdo del cine) es una mirada nostálgica por parte de Bernando Bertolucci a una manera de vivir, sentir y pensar.

Libre, puro, amorfo, al margen de convenciones y esquemas sociales, ‘Soñadores’ es un film de amor y sexo de Bernardo Bertolucci

‘Dreamers’ es una historia de amor y sexo. Libre, puro, amorfo, al margen de convenciones y esquemas sociales. Matthew, un tímido estudiante norteamericano maravillado con el estilo de vida parisino, habla de amor cuando conoce a sus dos nuevos amigos, los hermanos Isabelle y Theo, con los que siente una conexión especial. Confirmada cuando éstos le invitan a quedarse con ellos mientras sus padres están de viaje; un pequeño accidente durante la cena, ralentizado por Bertolucci para dotarlo de significado, anticipa lo que va a ocurrir entre los muchachos… Matthew no tarda en entregarse por completo a los caprichosos juegos y deseos de los hermanos, al descubrir que sus sentimientos hacia Isabelle son correspondidos (a su manera). Sin embargo, los profundos y turbadores lazos fraternales que la unen con Theo suponen una barrera para Matthew, que al adquirir confianza tratará de imponer su punto de vista, provocando la fractura del peculiar equilibro creado en ese refugio que los protege del exterior. Es una pena que Bertolucci no sea coherente con el camino trazado y solo insinúe la atracción física entre los dos chicos, cuando en el guion escrito por Adair había escenas homosexuales. Dice el director que no las rodó para no sobrecargar el film. Sin embargo, no pensó lo mismo sobre los desnudos de Eva Green. No me quejo, conste, pero la excusa es absurda.

El mayor defecto que percibo en ‘Soñadores’ es que Bertolucci, cautivado por el compromiso y la naturalidad de los tres protagonistas (y el físico de la muchacha), se recrea con ellos y opta por dejarlos actuar delante de la cámara, buscando capturar detalles espontáneos irrepetibles que conviertan la película en una experiencia única. En cierto modo lo consigue, hay planos que solo asociamos a este film. Pero, sobre todo en un segundo visionado, notas lo repetitivo que resulta el relato, la inverosímil mecánica de algunas conversaciones o los forzados conflictos para desarrollar la relación triangular. Sin embargo, no es nada fácil conseguir que el espectador crea, aunque solo sea por un instante, que está observando la vida de personas auténticas… Bernardo Bertolucci (Parma, Reino de Italia; 16 de marzo de 1941-Roma, Italia; 26 de noviembre de 2018)​ fue un director de cine y guionista italiano, entre cuyas películas se incluyen ‘El conformista’, El último tango en París’, ‘Novecento’, ‘El último emperador’ -por la cual ganó el Óscar al mejor director y el Óscar al mejor guion adaptado-, ‘The Sheltering Sky’, ‘Belleza robada’ y ‘Soñadores’. En reconocimiento a su trabajo, fue galardonado con la primera Palma de Oro honoraria en la ceremonia de inauguración del Festival de Cannes 2011… Las películas de Bertolucci son a menudo muy políticas. Era un marxista profesante y, como Luchino Visconti, que de manera similar contrató a muchos artistas extranjeros a fines de la década de 1960, Bertolucci utilizó sus películas para expresar sus puntos de vista políticos; de ahí que sean a menudo autobiográficas y altamente controvertidas. Sus películas políticas fueron precedidas por otras reevaluando la historia. ‘El conformista’ (1970) criticó la ideología fascista, abordó la relación entre la nacionalidad y el nacionalismo, así como las cuestiones del gusto popular y la memoria colectiva, todo en medio de un complot internacional de Benito Mussolini para asesinar a un profesor de filosofía políticamente izquierdista en París. ‘Novecento’ también analiza la lucha de izquierda y derecha. El 27 de septiembre de 2009, Bertolucci fue uno de los firmantes del llamamiento al gobierno suizo para liberar a Roman Polanski, quien estaba detenido mientras esperaba ser extraditado a los Estados Unidos. En Twitter, el 24 de abril de 2015, Bertolucci participó en #whomademyclothes, la campaña antiexplotación que conmemora el colapso del edificio Savar 2013, el accidente más letal en la historia de la industria de la confección. Un bloque de ocho pisos se derrumbó en Savar, un distrito de Daca, capital de Bangladés. Al menos 1,127 personas murieron​​ y otras 2,437 resultaron heridas…

A sus 74 años, con cinco hijos, nueve nietos, 500 empresas y una fortuna de 3,500 millones de dólares, Trump sigue salvaje y suelto

Donald Trump es directo. Entra en cualquier discusión sin preámbulos. Corto y duro. Las presentaciones le aburren. Odia los informes largos. Nada de circunloquios. Todo tiene que ser rápidamente metabolizado. Una estrategia política cabe en un tuit, un acuerdo en una conversación. No hay nada que no pueda ser reducido, compactado, exhibido. Por eso ama Twitter. Y aún más la televisión. Frente a la pantalla pasa, según las reconstrucciones más rigurosas, un mínimo de cuatro horas diarias. Le gusta especialmente la extraplana que hizo instalar en el comedor, y cada mañana lo primero que ve es el conservador Fox and Friends. A partir de ahí empieza a escudriñar, no ya lo que ocurre en el mundo sino lo que el mundo piensa de él. Y si algo no le gusta, brama. Y cuando brama, a nadie se le escapa. Su gabinete, sus generales, sus adversarios, el orbe entero lo descubre al instante. Es ya una liturgia. De lunes a viernes, a eso de las seis de la mañana, a veces con un big mac en la mano y una coca-cola light esperando, Donald Trump lanza su metralla en Twitter. Lo hace, según los medios estadounidenses, desde la cama, en pijama y casi siempre solo. La intimidad es algo sagrado para él. No comparte habitación con su esposa Melania y desde que llegó al 1600 de Pennsylvania Avenue exigió, en contra del servicio de seguridad, colocar una cerradura en su puerta. Ahí dentro, con la televisión encendida y el móvil en la mano, el antiguo rey de la telerrealidad se crece.

Puede ser una amenaza al juez que ha paralizado su veto migratorio, un ataque a los medios críticos, una acusación de espionaje a Barack Obama, un insulto sangrante a la presentadora Mika Brzezinski, otro a un jugador negro de fútbol americano, un indulto al sheriff racista Joe Arpaio, una invectiva al alcalde musulmán de Londres en pleno atentado terrorista… El presidente dispara tuits como si estuviera en una caseta de feria. Incansable, ha apretado el gatillo más de 2,300 veces. Los fake news (bulos), Corea del Norte, Rusia, Hillary Clinton y México ocupan los primeros lugares. Son sus obsesiones y también un fresco que le retrata con nitidez. Trump, ante todo, se fía de sí mismo. Poco importa que jamás haya ocupado cargo político alguno. Si ponen en duda su equilibrio mental o su solvencia, responde que es “un genio”. Si le afean su edad, fulmina a su interlocutor, como hizo con el líder norcoreano Kim Jong-un. Es un mecanismo previsible. No duda, no calla, no transige. Y cuando percibe una amenaza, embiste. “Si alguien te ataca, le atacas de vuelta diez veces. Así, al menos, te sientes a gusto”, proclamaba cuando impartía clases sobre cómo triunfar en los negocios. Es posible que este juego feroz le deparase éxitos en su época de tiburón inmobiliario. Pero desde que el 20 de enero de 2017 cruzó el umbral de la Casa Blanca, hace temblar al mundo. “Su autoestima supone un riesgo. Cuando se siente agraviado, reacciona impulsivamente, construyendo una historia autojustificativa que no depende de los hechos y que siempre se dirige a culpar a otros”, ha escrito Tony Schwartz, el hombre que fue su sombra durante más de un año y que coescribió ‘The art of the deal’ (El arte del trato), el bestseller autobiográfico de Trump. Esta tendencia se ha agudizado. Quienes creyeron que su investidura le iba a domesticar, se equivocaron. A sus 74 años -cumplió años el pasado 14 de junio-, con cinco hijos, nueve nietos, 500 empresas y una fortuna superior a los 3,500 millones de dólares, Trump sigue salvaje y suelto.

Los ‘anticastristas’ de Miami a cambio de su apoyo, exigen que siga aumentando su bloqueo sobre la isla, donde viven sus propios familiares

“Es peligrosamente inestable para alguien que tiene la responsabilidad nuclear. No soporta la crítica ordinaria y muchas de sus respuestas tienden a mostrar un comportamiento violento”, explica Bandy X. Lee, profesora de la Escuela de Medicina de Yale, quien levantó una enorme polvareda en EE UU al pedir con otros 27 psiquiatras que se le practique de forma urgente un examen mental. Se trata de un solicitud que, pese a ser minoritaria y carecer del apoyo de la Asociación Americana de Psiquiatría, ha llevado a un grupo de parlamentarios, todos demócratas menos uno, a citarse con la profesora Lee. Detrás de la reunión estaba el afán de golpear de la oposición, pero también la perplejidad que genera la conducta del presidente. Educado por un padre implacable, Trump vive en continúa tensión. A diferencia de su hermano mayor, que murió alcoholizado a los 42 años, él resistió. “Me metieron en los negocios muy joven; mi padre me intimidaba como a todo el mundo, pero permanecí a su lado y me granjeé su respeto. Nuestra relación era de casi empresarial”, escribió en ‘The art of the deal’.

La profesora de Harvard Theda Skocpol ha pasado meses investigando en los condados que, como Luzerne, se volcaron en Trump en 2016. A su juicio, los demócratas están recuperando terreno en zonas suburbanas a nivel nacional, incluido entre mujeres republicanas y demócratas, moderados, de perfil empresarial, como se vio en 2018. Algo similar espera en 2020, en sitios clave como Pensilvania, Wisconsin o Michigan, pero Trump resiste en aquellos con “tensiones por la inmigración”. En Miami y la Florida hay una comunidad cubana, de extrema derecha, que canaliza sus rencores hacia el Gobierno socialista de La Habana, apoyando la política de nacionalismo de supremacismo blanco de Trump. Los ‘anticastristas’ a cambio de su apoyo militante, exigen que siga aumentando su bloqueo sobre la isla, donde viven sus propios familiares. Alucinante.

No les importa que las medidas afecten al mismísimo pueblo cubano, a su bienestar familiar… “Deben sufrir y pasar calamidades mayores para que se levanten contra los comunistas…”. Estas consignas son muy fáciles lanzarlas en ‘El Rey del Lechón’ o en ‘Sancho’, zampándose un lechón o un cochinillo con arroz congrí y ruca, con decenas de cervezas ‘Cortes’… Es la estrategia del sufrimiento como quisieron implantar en las sociedades europeas grupos extremistas de derecha e izquierda para alcanzar sus ‘revoluciones’… Se olvidaron que las sociedades socialdemócratas y de otras familias ideológicas como la demócrata cristiana, liberal, nacionalistas… implantaron tácticas que lograron aumentar los niveles de bienestar de vida, la redistribución de la riqueza mediante la Educación, y el aumento de las clases medias. La fórmula mágica se llama capitalismo social. Entre los cubanos miamenses hay quienes no viven apegados a las televisoras, canalizadas por YouTube y Facebook, propiedad de españoles, chilenos, argentinos…, y algún que otro cubano ‘marielito’ o del éxodo de agosto del 1994…, quienes ‘atracan’ con contratos laborales basura a los ex profesionales de la Televisión Cubana que por razones, esencialmente económicas, optan por irse del país y alcanzar el ‘Sueño Americano’. Tampoco se enganchan a los programas de youtubers, donde se mezcla un buen humor criollo, denigrado muchas veces con consignas políticas surrealistas donde se refieren a los gobernantes de España o México, por ejemplo, como si fueran los mismísimos José Stalin, Vladimir Illich Lenin o Leon Trotsky… Uno pudiera pensar que estos análisis formaran parte de guiones de un nuevo Teatro Bufo, un género popular, de estilo mixto, satírico y musical, emparentado con la zarzuela, el sainete, la parodia… del Miami de este convulso 2020. Muchos cubanos no tienen tiempo para participar en caravanas pro Donald Trump, apuestan por una mejora en las relaciones entre dos países vecinos como son Cuba y Estados Unidos. Un deseo mayoritario en México y España.

‘Un bolchevique en la Casa Blanca’, los abusos de poder revelan un uso de las instituciones como si fueran su propiedad privada

Ni una concesión. El objetivo es romper la coalición que pretende armar Joe Biden, abarcando desde Bernie Sanders hasta los republicanos moderados. No lo hará con gestos de reconciliación y apaciguamiento. Menos todavía alentando la unidad nacional. Ni siquiera le servirá la compasión hacia las víctimas de la violencia policial. Todo esto le corresponde al candidato demócrata. Ley y orden es la consigna. Identificar la destrucción y los saqueos con las manifestaciones antirracistas. Solidarizarse con los propietarios de los negocios incendiados y dar esquinazo a las víctimas de la policía. Convertir en derecho al error las actuaciones policiales contra ciudadanos negros desarmados. Suscitar indulgencia con los crímenes de las milicias de extrema derecha, cubiertos por el derecho a portar armas y a defenderse. Todo aderezado con teorías de la conspiración promovidas desde la misma presidencia.

Esta estrategia incendiaria pretende desalentar al voto moderado, para que desista o le vote como último refugio antes de la guerra civil. En vez de competir por la centralidad, desplazarse aparatosamente hacia la derecha, con el marchamo que ofrece la Casa Blanca, utilizada en contravención de la ley como escenario de la Convención Republicana. Donald Trump llega así con las manos vacías a su segunda cita electoral. Nada puede esperar de una súbita recuperación económica. Su nula credibilidad respecto a la pandemia no tiene remedio, aunque persista en sus absurdas esperanzas de una vacuna para antes de noviembre. Nada ha hecho, y nada podía hacer quien solo sabe deshacer, excepto sentarse en el Despacho Oval y actuar como un mimo de gestos presidenciales. El único balance digno de tal nombre, que le agradecen sus seguidores, radica en la concentración de poder en sus manos, con elusión de la división de poderes, los controles y los contrapoderes, del Congreso, de los Estados, de las autoridades independientes e incluso de los medios de comunicación, y el correspondiente incremento del poder republicano, especialmente en la justicia.

La derrota no entra en sus previsiones. Es explícita su voluntad de obstaculizar el voto por correo, para dificultar la participación en condiciones de pandemia, alargar el escrutinio y convertirlo en un embrollo de litigios judiciales inextricable. Nunca se ha comprometido a aceptar pacíficamente unos resultados adversos. Sus reiterados abusos de poder hasta la Convención Republicana misma, revelan un uso de las instituciones como si fueran su propiedad privada, con la exclusión absoluta de la idea de una alternancia. Trump retrata como bolcheviques a los demócratas, pero concibe la democracia como la concebía el bolchevismo, el espantajo que agita: un instrumento deleznable para alcanzar el poder, a liquidar una vez obtenido para no perderlo. El escritor Lluís Basset, recalca su preocupación por la postura de Donald Trump ante las elecciones del próximo 3 de noviembre, de “exclusión absoluta de la idea de una alternancia”. No serían descartables graves enfrentamientos civiles en los democráticos Estados Unidos con un líder que nos evoca el film de Woody Allen, ‘Bananas’, conocida en castellano también como ‘La locura está de moda’, de 1971.

La obra se desarrolla a modo de sátira política siguiendo una historia que hace bastante alusión a la Revolución Cubana (o alguna que otra sucedida en América Latina). El filme está estructurado mediante varias escenas que, por un lado responden a los hechos de la historia linealmente, y por el otro, introducen distintos sketches cómicos que marcan el humor de la época yendo desde la influencia de los Hermanos Marx. La película empieza con una ridiculización de una cobertura periodística estadounidense del ascenso del nuevo dictador de San Marcos, pequeño país ficticio de Sudamérica. Fielding Mellish es un ciudadano estrafalario de Manhattan que se dedica a probar nuevos productos en una clara analogía a ‘Tiempos Modernos’. Es un enano enclenque, inseguro, obsesivo y sin éxito con las mujeres. En ese momento, se desarrollará una escena que incluye al entonces muy joven Sylvester Stallone como un matón en el metro. Por una casualidad, conoce a Nancy, una joven activista que se encontraba recogiendo firmas para que Estados Unidos apoyase en San Marcos a la democracia y no al régimen dictatorial. Los dos comienzan un romance, muy a pesar de Nancy, que al poco tiempo lo deja porque, según ella, le falta algo. Sucede que ella quiere a alguien más fuerte, más seguro de sí mismo: en definitiva, quiere a alguien con dotes de mando. Luego de una situación en el quirófano de sus padres, Fielding decide ir a San Marcos para ver de cerca lo que está sucediendo en el país e impresionar a la que era su novia.

El general Vargas (nuevo dictador del país) lo recibe con honores. Pero solo para planear asesinarlo y hacer parecer que fue obra de Expósito y sus rebeldes. Según ellos, con eso se ganarían el total apoyo de Estados Unidos. De cualquier manera, Fielding escapa y va a parar con los rebeldes. Como queda en deuda, Fielding se une a la guerrilla y sólo podrá volver a Manhattan una vez que la revolución haya triunfado. Es allí cuando aprende torpemente a ser un guerrillero. Son varias las escenas graciosas: el aprendizaje de la lucha, de la supervivencia, su romance con la guerrillera de la banda y el extremadamente absurdo saqueo a un almacén del pueblo. Se desencadena la batalla y, con una parodia incluida de El Acorazado Potemkin, la Revolución triunfa. Vargas se exiliará en avión en una posible analogía respecto del derrocado Fulgencio Batista. Expósito, si bien es físicamente parecido al Che Guevara, se vuelve loco dando órdenes contradictorias y disparatadas al pueblo. Fielding gana popularidad entre los guerrilleros de una manera similar a la del personaje de Peter Sellers en la comedia ‘Being there’. Es elegido como nuevo presidente de San Marcos, y viaja a los Estados Unidos para pedir dinero disfrazado de Fidel Castro. Al reunirse con la que era su novia, se descubrirá quién es él, y se lo someterá a juicio. Todos están en su contra, incluso el primer director del FBI, John Edgar Hoover, que está disfrazado de mujer negra. Fielding se defiende solo y al final es condenado, pero perdonado con la condición de que no viva en el barrio del juez. La película terminará con el mismo reportaje extraño y absurdo del noticiero estadounidense, pero esta vez comparando la consumación del matrimonio con una pelea de boxeo.

@SantiGurtubay

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