Juana Bacallao, la ‘’Mata-Hari’ cubana, vitoreada en Miami

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Donald Trump ha pedido a su abogado y ex alcalde de Nueva York, Rudy Giuliani, que investigue a la vedette del cabaret ‘Gato Tuerto’ de La Habana, vitoreada en Miami por los ‘anticastristas republicanos’, “una operación secreta del G2”… Pareciera la reseña de la Editorial Alfaguara de España de una nueva obra como ‘Nuestro hombre en La Habana’, una novela policial escrita por el novelista británico Graham Greene en 1958. La obra está ambientada en Cuba de fines de la década de los años 50, en plena ‘Guerra Fría’ y poco antes de la revolución castrista, que ya se adivina. Esta es una crónica más reciente de la historia contemporánea habanera de ‘Radio Bemba’, la red social más popular de la capital cubana, una mezcla de realidad y ficción… El último romance secreto, clandestino y habanero del industrial pavonero de Eibar, la ciudad armera del País Vasco, en España, y amante de ‘artistas’ que protagonizaban el ‘Teatro Argentino’ en plena dictadura de Francisco Franco, Alejandro Carral, tuvo como principal protagonista a la cantante y bailarina Juan Bacallao, nacida en La Habana un 26 de mayo de 192. Tiene 95 años.

Santiago J. Santamaría Gurtubay

Este ‘Teatro Argentino’ exhibía por los pueblos ibéricos revistas musicales de chicas ligeras de ropa y de bailarines afeminados. Era el no va más en las noches de desmadre. Eran tiempos difíciles en las relaciones con la ‘Madre Patria’, al igual que los que siguieron a la desaparición de la Unión Soviética, cuando España estaba dirigida por el presidente conservador del Partido Popular (PP), José María Aznar. Este ‘Gato Tuerto’, cercano al Hotel Nacional, en pleno Vedado, fue en su día cuartel general del ambiente de La Habana, no lejano a reales y virtuales servicios de inteligencia internacionales e intelectuales cubanos. Juana Bacallao tiene ya  ‘fichado’ al actual presidente estadounidense… “Quieren hacer daño a mi nación caribeña verde olivo. Lo van a tener difícil Donald Trump y su Rudy Giuliani, conmigo. Soy, ante todo, Juana La Cubana…”. La conocida también como la ‘Venus negra del Gato Tuerto’ fue el último “romance” secreto, clandestino y habanero del ‘Padre de las vedettes españolas’, Alejandro Carral. El vasco, originario de Eibar, Guipúzcoa, en el Norte de España, dejó de forjar una leyenda de arlote, hombre de poco fuste, burlonesco y entrañable, que ahogaba su dolor en lo más escondido de su alma… “Empecé a perseguir a las artistas por culpa de la mujer que no me quiso. Las cornadas de los toros, las heridas de la guerra, las crudas de las ‘farras’ se curan. Pero las de los ojos de una mujer, no…”. La culpa la tuvo, Juana ‘La Cubana’, la primera estrella de Cuba, con permiso de Rosita Fornés, fallecida recientemente en Miami y enterrada en su Cuba natal. Tal vez estamos ante la más bella historia de amor imposible jamás contada en un medio impreso del Caribe. La culpa la tuvo, Juana Bacallao, la primera estrella del ‘Caimán Verde’. Fascinante, único, irrepetible Carral.

Tal vez la tuya sea la más bella historia de amor imposible jamás contada. Fuiste capaz de perderte en el espacio como un átomo, recorriendo casi diez mil kilómetros tras el duende de Juan Bacallao. Ella, desde entonces, lleva algo de ti. Una de esas setecientas ‘txapelas’ (boinas vascas) que compraste a lo largo de tu larga vida. Te quiere… ¿sabes? Te quiere. Y también Lina Morgan, y Norma Duval, y Tania Doris, y Sara, la Saritíssima Montiel, y Carmen Sevilla, y la Bibí Anderssen, la ‘chica’ del director de cine manchego, Pedro Almodóvar, quien sigue dando que hablar con su película ‘Dolor y Gloria’… Te preparaban un gran homenaje como el ‘Rey vasco de las vedettes españolas’. Desapareciste. Regresaste a tu Eibar. Estuvimos juntos comiendo unos ‘bocatas’ de anchoas con guindillas en el Bodegón Rusky. Más tarde, junto con el pintor Paulino Larrañaga, mis amigas Isabel y Cristina Aldalur, el fundador de Kein Group, Roberto Ruiz Sarasqueta, y mis sobrinos Leyre y Andoni, terminamos cenando una merluza con kokotxas en el restaurante Iñaxio, junto con el ‘chef’ José Navas y su inseparable y minimalista esposa Belén. Días después te dimos un ‘hasta luego’ en la Parroquia de San Andrés, con los sacerdotes Pedro Celaya y Jesús Sanmiguel. Tus vedettes se enteraron de tu muerte y nos hicieron llegar su pesar. Eras para ellas como un verdadero padre. Supiste darles lo que otros hombres nunca lo lograron: generosas dosis de cariño. Todo ha sido posible gracias a aquella novia estúpida -me dijiste su nombre, la conozco, pero seguiré respetando en columna El Bestiario nuestro acuerdo de secreto-, que te dejó para casarse con otro que es más estúpido que ella. Te lo puedo asegurar. Te obligó a lanzarte como un ‘kamikaze’ suicida tras las coristas. ¿Qué hubiera sido de ti sin aquella herida humillante y cruel en un pueblo guipuzcoano cubierto de nieblas y lloviznas interminables y bendecido por aquel cura Pedro Zingotita que se ponía en las afueras de la parroquia y obligaba a las jovencitas, a regresar a sus casas para cambiar sus ‘demoníacos’ pantalones que marcaban demasiado las ‘curvas’ delanteras y traseras, por unas faldas decentes que taparan holgadamente sus rodillas -más bien parecían unas ‘burkas’ vascas-?

El negro es inevitable en esta leyenda urbana de Alejandro, ‘pavonero’, fumador obsesivo compulsivo de Farias, y tu libre y salvaje boina

Créeme te hubieras convertido en un marido anodino, aburrido, parapateado tras un periódico o ahora en unas redes sociales, para evitar la cara desnuda de lo cotidiano. Es más, nunca hubieras degustado el excitante y amargo sabor de la noche, el sueño bajo una farola, el olor de las rosas de los camerinos, el bouquet del champán o cava en madrugada, el beso tierno y sincero de una muchacha de revista. Por todo ello muchos te envidiaban, aunque te hayan dedicado ahora años después un pasodoble. Hasta el periodista más tonto sabe que “escribir es llorar”, como decía Mariano José Larra. El negro es inevitable en esta leyenda urbana de Alejandro, pavonero, fumador obsesivo compulsivo de los ‘anticancerígenos’ Farias, y tu libre y salvaje boina. Edgard Allan Poe escribió sus ‘Historias de Terror e Imaginación’, sin saber de tu existencia. No sabe lo que se perdió. Si está ahora al lado tuyo cuéntale Alejandro lo de aquel domingo de diciembre en Cestona. ¿Recuerdas? Gipuzkoa y todo el País Vasco estaban asolados por los sádicos asesinatos cometidos en el bar ‘Carabanchel’ de Vitoria. La de periódicos que se vendieron entonces, sobre todo ‘El Caso’, matutino romántico de la ‘crónica roja’. Me consta que tú estabas bastante harto de todo aquello. El mundo vasco se había vuelto monotemático. Fuiste a una carnicería. Compraste un kilo de hígado. Te embadurnaste hasta la calva y la ‘txapela’ con el material. Pediste prestada el hacha al carnicero -“es sólo un momento”, dijiste- y con la ropa machada entraste en el bar más cercano gritando “¡He matado a diez y puedo matar a media Euskadi…!” Eran otros tiempos. “Locuras de juventud”, según tú.

Años después, ya tenías bastante con emborrachar de champán a un burro en los ‘Sanfermines’, las fiestas de Pamplona, Navarra. “Estaba con un americano de barbas, me dijo que era Ernest Hemingway y compartimos unos ‘Moet’ con Platero”. Durante muchos años le restaste protagonismo al mismísimo pintor Ignacio Zuloaga, icono plástico del lugar. Hace unos años te dedicaron un rancio pasodoble titulado ‘Alejandro Carral’. Me he enterado que prefieres ‘Alejandro’ de tu artista Lady Gaga… Alejandro Carral, vanguardista, era conocido en Eibar por sus amores imposibles en una sociedad de amores eternos, por sus gamberradas de juventud y sus visitas de fin de semana a las ‘Cortes’ de Bilbao, el barrio autorizado de putas de Bilbao, por parte de la Sección Femenina de la Falange Española de Pilar Primo de Rivera y sus ‘mojigatas’. Había allí unos bares donde no faltaban actuaciones de vodevil. No de ellos tenía nombre de felino, no era tuerto como otro que conocerías años más tarde en la capital cubana, sino negro como la ‘Juana’ que conociste en un gato tuerto: ‘El Gato Negro’ (Katu Beltz). Allí se encontraba con vecinos eibarreses, todos ellos ejemplares maridos y padres de familia, como lo exigía Pedro Zingotita.

“El óxico férrico era para mí más familiar, apenas con diez años, que una gaseosa Pitusa o una Coca Cola…”

Estas ‘escapadas” nocturnas a la capital vizcaína venían precedidas de largas jornadas de trabajo de hasta veinte horas diarias en su empresa familiar, muy cerca de Errebal y su Plaza del Mercado y el bar ‘Trinquete’. En un viejo y oscuro local -un tanto gótico a lo Tim Burton, nos hacía recordar la peluquería de Jhonny Depp en ‘Sweeney Todd: El barbero diabólico de Fleet Street’’ y la fábrica de hamburguesa ‘humana’ situada en su sótano- había una decena de bañeras llenas de líquidos negros, escopetas y armas. Esos líquidos negros eran el producto final de una complicada mezcla de elementos químicos. La ‘receta’ era secreto de familia. Alejandro era a la vez el bardo Asurancetúrix y el jefe de la aldea Abracúrcix del mundo de Astérix y Obélix de los Uderzo y Goscinny. Hasta su muerte mantuvo el secreto del ajiaco cubano, o pozole mexicano o porrusalda vasco.

El pavonado consiste en la aplicación de una capa superficial de óxido abrillantado, compuesto principalmente por óxido férrico de color azulado, negro o café, con el que se cubren las piezas de acero para mejorar su aspecto y evitar su corrosión. Eibar era conocida mundialmente como la ciudad armera. En sus buenos tiempos hubo más de trescientas fábricas de escopetas funcionando junto a una firma de pistolas, “Star”. Una de estas armas se hizo famosa un 22 de noviembre de 1963, cuando Lee Harvey Oswald asesinó en Dallas al presidente de los Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedy, y después fue abatido a su vez por Jack Ruby. Todos los fabricantes vascos de armas, cuando recibían un encargo especial para un presidente, rey o jefe de estado, sabían que tenían que pasar por las ‘bañaderas’ de Carral. “En una ocasión vino un escopetero con unos clientes de Alemania -nos contaba en una deliciosa tertulia ‘ruskyana’- y me pidieron que les dijera cómo lograba un pavonado único en Europa. Los dos eran químicos, recién graduados. No llegaban a los 30 años. Yo saqué la mano de mi bolsillo e introduje el dedo índice en la mezcla. Después me lo llevé a la boca y lo chupé. Los invitados no quisieron seguir allí. Parece que se asustaron ante un trabajo tan artesanal. Cuando se fueron fui al lavabo a limpiarme el dedo índice. Ellos no saben que en la bañera metí el dedo índice, pero en la boca, el medio. Uno puede ser en la vida un poco loco Santiago, pero nunca idiota. Pretendían, con sus raquíticos, cinco años de carrera saber más de química que uno. El óxico férrico era para mí más familiar, apenas con diez años, que una gaseosa Pitusa o una Coca Cola…”.

La espía más famosa de la historia, Mata-Hari, fascina después de ser fusilada cerca de París, en 1917,  por ser una ‘agente doble’

La primera versión del artículo original titulado ‘La leyenda de la mujer fatal’ se publicó en El País el 11 de agosto de 2005. En él, el escritor Julio Llamazares se adentra en la casa natal de Mata-Hari (la espía más famosa del siglo XX), en la localidad holandesa de Leeuwarden, al norte de Holanda. Leeuwarden, la capital de Friesland, en Holanda, es un lugar muy tranquilo. Lo prueban su aspecto idílico y ganadero (la región de Friesland produce casi el 40% de la leche de todo el país) y sobre todo las esculturas que presiden sus paseos y sus plazas principales. Al revés que en otros lugares, donde estas rememoran normalmente el nombre de militares y de políticos, en Leeuwarden las estatuas son mucho más apacibles. Y originales. Hay una al caballo frisón, típico de la región; otra a un niño futbolista; otra a una vaca, apodada Nuestra Madre, que al parecer dio ella sola en vida, a mediados del siglo XIX, la nada desdeñable cantidad de 13.800 litros de leche, y otra, en fin, al borde de uno de los canales que atraviesan la ciudad de parte a parte, a la frisona más conocida en el mundo, por encima incluso de las vacas: Mata-Hari.

La casa de Mata-Hari está en el centro de la ciudad, en el número 28 de la Grote Kerstraak, y hoy alberga el Museo Literario de Friesland, cuya bandera de franjas blancas y azules, con siete corazones rojos, ondea en el balcón de la fachada. El museo no tiene gran interés (salvo para los interesados, supongo, en la cultura frisona), pero permite al viajero la emoción de entrar en la casa en la que nació y vivió la que sería pasado el tiempo la más famosa espía del siglo XX. Esa a la que en dos vitrinas (con unas pocas fotografías, unos cuantos objetos personales y el cartel de Greta Garbo en el que interpretó su vida para la gran pantalla) el museo rinde también homenaje, casi por obligación. Se ve que sus promotores están más interesados en difundir la cultura frisona que la leyenda de su compatriota. Y, sin embargo, Margaretha Geertruida Zelle, hija de un comerciante de sombreros cuyo destino parecía ser el de una chica más de Friesland, casada con otro comerciante o un ganadero y dedicada a criar sus hijos igual que hizo su madre, se convertiría por causa de su destino en la espía más famosa de la historia y en la imagen de la mujer fatal. De ahí la fascinación que sigue ejerciendo casi un siglo después de ser fusilada cerca de París, y de ahí la peregrinación que Leeuwarden continúa recibiendo cada año, pese a que siempre se avergonzó de ella.

Decían que dominaba todas las técnicas del Kamasutra, un ejemplar del cual fue encontrado, a su muerte, en el apartamento en el que vivía

Mata-Hari, no obstante, nació en Java, hacia donde la joven Grietje, como la conocían familiarmente en Leeuwarden y en su familia, se encaminó junto a su marido, un oficial del Ejército holandés destinado en las Indias orientales al que conoció por un anuncio en el periódico tras sufrir en el internado en el que la metió su padre, a la muerte prematura de su madre, el acoso del director, que se había enamorado de ella. No era el primero ni sería el último, pues la joven, según parece, era de una belleza espectacular. Pero su matrimonio resultó un fracaso. Violento y bebedor, el oficial de Indias que se casó con ella a través de un anuncio en el periódico sometió a la joven Grietje a un infierno de celos y agresiones, motivados según él por su absoluta amoralidad y adicción al sexo —”¿Cuándo podré librarme de esta zorra sin que me quite a mis hijos?”, llega a escribir a su hermana—, hasta que aquella consiguió el divorcio, muerto ya el mayor de sus dos hijos.

Pero Margaretha Geertruida Zelle, aunque regresó a Europa, no estaba dispuesta a volver a Holanda y a la provincia. Durante su estancia en Java, la ya más madura Grietje había aprendido los secretos del sexo y de las danzas orientales, por las que siempre sintió gran fascinación, y ello, unido a su ambición, la llevó a instalarse en París, ciudad en la que se convirtió en seguida en la bailarina más famosa y deseada por los hombres. Con una vida inventada, bailando semidesnuda, salvo los pechos, que siempre llevó cubiertos (dicen que a causa de la falta de pezón en uno de ellos, que le arrancó su exmarido, el violento oficial de Indias, de un mordisco), cubierta de brazaletes y de exotismo, Mata-Hari, la Pupila de la Aurora, como ella misma se bautizó para subrayar aquel, cautivó a todos los hombres de París tras su estreno en el Museo de Arte Oriental, en función promovida por el coleccionista Guimet. Por sus brazos enjoyados y su cama pasaron infinidad de hombres, todos rendidos a su belleza. Políticos, militares, poetas, compositores, toda la aristocracia de la preguerra, con contadas excepciones, sucumbió a su misterio y a su exotismo, que ella misma se encargó de alimentar inventándose una vida que no tuvo. Contaba que era hija de una bailarina hindú, del templo de Kanda Swany, que murió a los 14 años, al nacer ella. Decían que dominaba todas las técnicas del Kamasutra, un ejemplar del cual fue encontrado, a su muerte, cuidadosamente anotado en el apartamento en el que vivía. Sus contorsiones y sus miradas eran famosas en toda Europa. Eran los años anteriores a la Primera Guerra Mundial, y el mundo era un cabaret en el que mujeres de largas piernas cantaban canciones militares y profanas para un público que se acercaba al abismo sin darse cuenta.

Ante el Tribunal de Guerra, Mata-Hari, juró que solo se acostaba con los militares por placer, no por sacarles información, no la creyeron

Pero la fama de Mata-Hari fue también su perdición. Su fama y su pasión por los militares (“Siempre he amado a los militares. Prefiero estar con un militar cualquiera que con el banquero más rico de la ciudad”, declaró ante el tribunal que la juzgó), por los que siempre dijo sentirse irresistiblemente atraída. Y le daban igual sus nacionalidades: alemanes, franceses, austriacos, italianos… Con todos se acostó y a todos los volvió locos con sus caprichos y sus desdenes y su conocimiento del sexo y de la miseria humana. Cuando estalló la Guerra Mundial, actuaba ocasionalmente en Berlín y era la amante del jefe de policía de la ciudad. Luego lo fue del cónsul alemán en Ámsterdam, quien la introdujo, al parecer, en los servicios secretos de su país como la agente H-21. Pero ella, inconstante en los afectos igual que en los amores, se convirtió en agente doble, también para los franceses.

Ante el Tribunal de Guerra que la juzgó dijo que solo se acostaba con los militares por placer, no por sacarles información. Quizá fue la única vez que no mintió en su vida, pero no la creyeron. Maquillada como para una ceremonia, con los ojos abiertos y despidiéndose del pelotón que la ejecutaba mirándolos fijamente (hay quien dice que se abrió el abrigo negro, bajo el que estaba completamente desnuda, para confundirlos, e incluso quien asegura que solo cuatro soldados lograron acertar a causa de ello), murió en el campo de tiro de Vincennes, cerca de París, al amanecer del 15 de octubre de 1917. Nadie reclamó el cadáver. En Leeuwarden, mientras tanto, tan lejos y tan cerca al mismo tiempo de París, la gente seguía a lo suyo, ordeñando a las vacas y alimentando a los caballos, además de a sí mismos y a sus familias, sin sospechar que aquella famosa espía de la que hablaban todos los periódicos era la hija del sombrerero Zelle, conocido en la ciudad por su imaginación y por su afición a contar historias que nunca fueron verdad, pero que él aseguraba haber vivido en persona. En eso se pareció seguramente a su hija. Extraña más por ello la pequeña figura de la muerte con guadaña que un pintor de brocha gorda de Leeuwarden que se encontraba pintando la casa de Mata-Hari la mañana de su fusilamiento pintó debajo de la escalera con la fecha grabada y bien visible junto a ella: 15 de octubre de 1917. Los responsables del hoy museo, más preocupados por la literatura y la cultura de Friesland, tienden a pasar de ella, pero allí sigue como un extraño testimonio de que el misterio y la fantasía continúan persiguiendo a Mata-Hari después de muerta como lo hicieron toda su vida y como lo seguirán haciendo, pues es ya uno de los arquetipos de nuestra historia y de nuestra imaginación: el de la mujer fatal, que tanto atrae a los hombres.

Hay muchas más pruebas de su trabajo como bailarina de ‘strip-tease’ que de espía, no le perdonaron su atrevido ‘feminismo’

Mata Hari fue un enigma en sí misma: cantante, actriz, espía… el cine y alguna novelas malas la han retratado como una mujer fatal, fría y calculadora. Aunque, vista su biografía, calculadora parece más bien poco: no paró de meterse en líos, se pasó la vida pleiteando por la custodia de su hija tras la ruptura matrimonial y, de hecho, si hubiera calculado mejor no la habrían acabado ejecutando por espionaje en 1917. Su vida fue más bien una carrera hacia ninguna parte que empezó a los 18 años, cuando se casó con un militar mucho mayor que ella, con el que tuvo una breve relación por correspondencia después de que este pusiera un anuncio en el periódico. Ni siquiera está claro que fuera una espía importante, o siquiera que pudiera considerársela espía en el sentido estricto, más allá de llevar y traer algunas informaciones de unos amantes a otros. En realidad, las pruebas sobre sus actividades como espía son escasas. Hay muchas más pruebas -fotográficas, con vestidos de odalisca de muchas transparencias- de su trabajo como bailarina de ‘strip-tease’ que de espía.

Muchos escritores contemporáneos, con motivo del centenario de fusilamiento de Mata-Hari, investigaron en los archivos sobre ella depositados en los servicios secretos del Reino Unido, Alemania y Holanda. Acabaron teniendo ante sí una sospechosa  montaña de documentos: ¿Cómo pudo escribir Mata-Hari esa infinidad de cartas? ¿Cómo se vio envuelta en tantos enredos, maquinados tanto por amigos como por enemigos?”. Desde prisión, ella revela las decisiones que tomó en busca de su propia verdad, desde su infancia en un pequeño pueblo holandés hasta sus desgraciados días como esposa de un militar alcohólico en Java y su calculado ascenso hasta convertirse en una celebridad en Francia. Mata-Hari, sin ser consciente de ello, pudo ser una de nuestras primeras feministas. Minutos antes de ser ejecutada, se fue desnuda hacia los guardias que la custodiaban en un intento in extremis de salvar el pellejo hipnotizándolos con sus encantos. O eso cuenta la leyenda. Como también narran que a los soldados les vendaron los ojos para no perturbar el pulso de sus manos sobre los fusiles. E incluso que ella les lanzó un coqueto beso de despedida con la mano. La exótica Java, el efervescente París de la Belle Époque y el Berlín de la Primera Guerra Mundial fueron los escenarios en los que se desarrolló su vida tan intensa.

Alejandro Carral, hombre religioso, perteneciente a la familia tradicionalista carlista católica española, un fin de año de 1985, en las ‘Cañitas’ del Hotel Habana Libre, en la capital cubana, se encontró con su Mata-Hari caribeña, Juana Bacallao. Esta ‘aceleró’, si cabe aún más la irresistible atracción del eibarrés por las coristas. Había un elemento, la negritud, ajeno al PPG, el medicamento cubano pionero al Viagra, el sildenafilo de Pfizer, para tratar la disfunción eréctil. Una boina voló hasta la entrada del cabaret ‘Caribe’, donde los clientes dejaron de dirigir sus miradas al escenario donde actuaban ‘Los Van Van’. El ambiente, el ‘feeling’ lo protagonizaron aquella noche de pasión internacionalista Juana y Alejandro. Si desde Cancún, Riviera Maya, el Caribe Mexicano, visita La Habana y de repente se sorprende con una boina negra que llueve desde el cielo, el sombrero ‘proletario’ del País Vasco, que universalizaran Ernesto Che Guevara y otros guerrilleros de Sierra Maestra, y fotografiaran Alberto Korda y otros reporteros de Prensa Latina, no se asuste. Es un mensaje ‘cifrado’ anti Donald Trump del negro ‘pavonero’ Alejandro Carral, apoyando a su negra ‘vedette’, Juana Bacallao, Juana La Cubana…

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